viernes, 27 de febrero de 2009

El cementerio francés de Arroyozarco

Casi no hay aculquense que ignore que en la hacienda de Arroyozarco existío un destacamento francés en los años del Segundo Imperio Mexicano. Este destacamento fue establecido en 1864 por el coronel Castagny y permaneció hasta la retirada del ejército invasor en 1867. Entre las huellas materiales que quedaron de la estancia de los franceses en Arroyozarco, estaba un pequeño cementerio que se hallaba a cierta distancia de la parte posterior del Hotel de Diligencias. Lo integraba un monumento central y varias tumbas bajas alrededor de él. Lamentablemente, las absurdas ideas de tesoros enterrados hicieron que en las primeras décadas del siglo XX, cuando los ejidatarios tomaron posesión de esas tierras después de la Reforma Agraria, decidieran arrasarlo con el pretexto de construir un pequeño bordo.

En vano busqué durante años algún vestigio de aquel cementerio. Concluí que algunas piedras que subsisten en el jardín del Hotel de Diligencias pudieron haberle pertenecido, pero es sólo una especulación sin mucho fundamento. Pero hace pocos años di con un catálogo de fotografías conservadas en un álbum en el Instituto Getty de los Ángeles, California. Ahí se hablaba de una fotografía tomada en 1864, del "monumento a los soldados muertos en Arroyo-Zarco". Por supuesto, creí que finalmente había encontrado un vestigio, aunque sólo fuera fotográfico, de aquel cementerio francés destruido. Pero cuando pude ver finalmente la fotografía, lo que encontré es que se trataba de otro enterramiento de soldados distinto de aquel, hecho en los que es todavía hoy el camposanto de Arroyozarco.

Mientras que el cementerio francés destruido fue erigido especialmente para lo soldados de Arroyozarco y en él se sepultaron los hombres que fueron muriendo a lo largo de tres años de presencia en el lugar, en este caso se había dado sepultura a ocho franceses que cayeron en una sola acción, el 31 de diciembre de 1863, antes de que se estableciera un destacamento fijo. Éstos solamente se hallaban de paso, algunos de regreso a Veracruz para embarcarse hacia Europa después de la campaña relámpago del general Bazaine por el Bajío. Parte de esta historia la relataba una placa colocada en medio del monumento morturio, que decía originalmente en francés:

El 31 de diciembre de 1863, ocho franceses resistieron durante muchas horas a un ataque de más de doscientos enemigos. Aquí reposan aquellos que murieron en el combate.

Entre los fallecidos, el de mayor graduación era el oficial Charles Bergensträhl, de origen sueco, que estaba próximo a regresar a su patria.

Como se puede observar en la fotografía, el sepulcro estaba formado por una pequeña barda de perfil curvo, en cuyo remate se encontraba una cruz de piedra en relieve. Bajo ella, estaba la placa con la leyenda que copiamos arriba, enmaracada en cantera. Al frente quedaban los túmulos de tierra sobre los cuerpos de los soldados, cada uno de ellos con una cruz de madera de distinta factura: desde unos simples palos cruzados hasta una interesante cruz trebolada. Una cerca de piedra parece bordear hacia el espectador el espacio dedicado a estas sepulturas.

La cruz que aparece en un plano posterior no formaba parte del monumento, sino que señalaba el centro del cementerio de Arroyozarco y es el único resto que existe de todo lo que aparece en la fotografía. Aunque es posible que este monumento funerario desapareciera sólo por el abandono y el tiempo, y no por destrucción intencional como el otro cementerio, al final tenemos los mismo: la pérdida de importantes vestigios históricos que existieron en nuestro municipio.

Vista actual de la cruz del cementerio de Arroyozarco. Como se puede ver, ha desaparecido toda huella de los sepulcros de los franceses. Además, se ha construido una espantosa capilla de cemento adosada a la cruz.

Una vista más detallada de la cruz del cementerio.

En las fuentes francesas he encontrado varias narraciones que describen la acción en que murieron estos soldados de Francia. En casi todas se refiere que sus atacantes fueron tropas mexicanas comandadas por el conocido guerrillero liberal Nicolás Romero, "el León de las Montañas", originario de Nopala, Hidalgo. Aquí el primer relato:

Romero había cometido muchos delitos comunes, entre otros, el ataque a la diligencia de Arroyo Zarco en el camino a Querétaro, donde hizo masacrar a todos los viajeros y su escolta al mando del sargento Monfaucon, quien fue defendido, al igual que sus cuatro zuavos, con admirable energía. (Arsène de Schrynmakers. Le Mexique: histoire de l'éstablissment et de la chute de l'empire de Maximilien (d'après des documents officiels), París, A. Castaigne, 1885.)

Y un segundo, mucho más extenso:

Recibimos noticias tristes. Una diligencia llevaba a México a seis oficiales franceses y dos oficiales suecos que, después de haber servido con distinción a nuestra bandera, regresaban a Europa con el intérprete del general Bazaine. En Arroyo Zarco fue atacada por Romero al frente de cuatrocientos hombres. La pelea duró seis horas; nuestros soldados, atrincherados en el coche como en un fuerte, sólo detuvieron el fuego cuando el último de ellos cayó acribillado sobre los cuerpos de los demás. Cuando llegó la noche y los bandidos se retiraron, los indios se acercaron tímidamente a los cadáveres despojados y encontraron al intérprete y a uno de los oficiales suecos aún respirando. Vivirán.

Para acabar con estas bandas, el general en jefe formó compañías libres que recorren el país siguiendo los pasos de cada guerrillero, guiados por la inspiración de su capitán. Hemos obtenido los mejores resultados de esta organización. Todos los principales caudillos han sido arrestados. Romero, preso, expiará en México sus crímenes como el de Arroyo Zarco. (Paul Louis Marie Laurent. La guerre du Mexique de 1862 à 1866: journal de marche du 3e chasseurs d'Afrique, París, Amyot, 1867.)

Una tercera mención habla del monumento funerario construido para ellos:

¿Quién no admiraría [...] la resistencia de nuestros ocho soldados contra los jinetes de Romero, quince veces más numerosos? Protegidos primero en una choza india, se retiran después a una casa grande, huyendo de las llamas que devoran su primer refugio. Les gritan que se rindan. Responden con balas. La lucha dura casi todo el día. Por la noche, siete de estos valientes están muertos. Sólo el brigadier puede escapar, al amparo de la oscuridad, la última cabaña del rancho se encuentra frente a un bosque. Se halla cubierto de heridas, pero conserva los despachos del gobierno que había colocado sobre su pecho. Llega exhausto a un pueblo donde está un destacamento nuestro. Se le dice que los entregue, que otro los llevará a México. "No -responde- los llevaré yo mismo. ¿Debería sucumbir al atravesar el límite del comandante en jefe?". Sus camaradas reposan en Arroyo-Zarco. Se pueden leer sus nombres en una lápida. He orado sobre su tumba, como había rezado en el punto donde hallaron la muerte. Deseaba un recuerdo: busqué y pude llevarme dos balas, aquellas quizá que habían puesto fin a tan bello heroísmo. (Eugène Lanusse. Les héros de Camaron. E. Flammarion, Paris, 1891, p. 36 y 37.)

El abate Lanusse, autor del texto anterior y capellán del ejército francés, guardó aquellas dos balas (con otras dos que recogió en el sitio de un enfrentamiento en otro sitio, según escribió en sus Memorias) y las veneraba en lo que él llamaba "mi museo" junto a una fotografía del monumento de Arroyozarco:

Tengo ahí, en una vitrina, unos restos de obús, unas balas, postas, pedazos de armas, con inscripciones que recuerdan nombres de batallas, de combates. ¿Qué quieren? Es para mí, a falta de grandes acciones, de escribir la historia de mi vida militar. [...] Aquí están cuatro balas. Son, para mí, toda una historia: la historia de dos valientes combates en México. Uno tuvo lugar en las cercanías de un pueblo que se llama San Francisco. El otro entre la Soledad [Polotitlán] y Arroyozarco. Al lado de dos de estas balas, una fotografía y la copia de una orden del general comandante en jefe. La fotografía representa un monumento fúnebre sobre el que se leen palabras sencillas que recuerdan el conmovedor homenaje de nuestros soldados a sus camaradas caídos en el campo del honor. (Le Véteran, hebdomadaire ilustré, 25 de septiembre de 1904, p.2)

miércoles, 25 de febrero de 2009

La Charra



El pintor costumbrista Ernesto Icaza no sólo dejó en Aculco la maravillosa serie de pinturas murales de la hacienda de Cofradía de la que ya hemos hablado extensamente. También realizó, para el mismo don Macario Pérez Jr., propietario de esa finca, una serie de pinturas de caballete que lamentablemente se dispersó poco tiempo después de la muerte de sr. Pérez, acaecida en la década de 1950.

Según se nos ha asegurado, los cuadros de Icaza de la serie propiedad de don Macario Pérez eran distinguibles por alguna marca con sus iniciales (MP), no sabemos si en las propias pinturas, en sus marcos, o al reverso de las obras. De vez en cuando, dicen, alguno de los óleos de esa colección llega a aparecer en las subastas que organiza la casa Lois C. Morton, y aún las casas de subasta extranjeras como Sotheby's.

Pero, por fortuna, en Aculco se conservó uno de los cuadros de esa serie, quizá debido a que por sus pequeñas dimensiones no fue considerado de gran valor. Su conservación en el pueblo también puede deberse a que se posiblemente se encontraba originalmente no en la hacienda de Cofradía, como el resto, sino en la casa de la familia Pérez en el pueblo de Aculco, conocida como casa del Quisquémel. Una vez que los Pérez vendieron esa casa (lo que debe haber sucedido hacia 1940), todo su menaje fue almacenado en las trojes de la casa de don Urbano Correa, antiguo empleado suyo, situada en la calle de Iturbide. Los Pérez nunca regresaron a Aculco y sus muebles, ropas, pinturas y otros objetos permanecieron en esa casa, deteriorándose hasta perderse casi todos ellos.

El cuadro de Icaza al que nos referimos se conservó colgado en un muro del corredor de la casa de don Urbano, con la intención quizá de imitar el efecto de los murales de los corredores de la hacienda de Cofradía. Sin embargo, expuesto así prácticamente a la intemperie, sufrió daños por el sol, por los insectos y por el agua. Muchos años después, los custodios de las posesiones de los Pérez obsequiaron el cuadro a una de las personas que más estima podían tenerle: la srita. Esther Lara Rodríguez, hija de don Juan Lara Alva, administrador de la hacienda de Cofradía desde 1921 (año en que fue pintado el cuadro) hasta su muerte en 1927.

Este cuadro es, ya lo hemos dicho, de pequeño formato, por lo que casi podría caracterizársele como miniatura. Representa a una yegua colorada, cara blanca, unalba delantera de la mala, con una silla de montar de cantinas cuadradas, fuste buchón, enrreatados blancos (tan del gusto de Icaza), rozadera, sarape negro tras la teja y machete bajo la arción. La yegua, sin jinete, se encuentra atada a una argolla de hierro empotrada en la pared. Es sorprendente el detalle, el preciosismo con el que Icaza ejecutó los arreos y su apego estricto a las normas de la charrería. El cuadro se encuentra firmado en la esquina inferior izquierda y fechado en 1921.

La yegua, asegura la tradición, se llamaba "La Charra" y era una de las favoritas de don Macario Pérez. En efecto, en las cartas de don Macario, conservadas en un copiador en el archivo particular del Dr. Juan Lara Mondragón (propietario actual de esta interesate pintura), aparece con alguna frecuencia el nombre de la yegua, sobre todo cuando su dueño pedía que se la llevaran a la estación del ferrocarril en Dañú para hacer en ella el camino hasta Cofradía, al regreso de sus viajes a la ciudad de México.

jueves, 19 de febrero de 2009

Pinturas murales de Ernesto Icaza VI (y último)

La obra de Luis Ortiz Macedo, "Ernesto Icaza, el charro pintor", que hasta aquí nos ha servido de guía para enumerar las pinturas murales de Ernesto Icaza en la hacienda de Cofradía, a los que hemos dedicado ya cinco textos en este blog, omite desafortunadamente tres de ellas. Es por ello que, de modo más arbitrario, hemos numerado éstos murales del 9 al 11.

Mural 9

Esta pintura fue incluida por Xavier Moyssén en su ensayo publicado en los Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas en 1964 bajo el título "El ganado en los potreros". No aparecen en ella personajes humanos ni caballos, sino sólo un grupo disperso de doce toros, de pintas muy diversas, en una pequeña llanada.
Precisamente por esas razones podría considerársele par del mural 2, que presenta un grupo de caballos solos en un paisaje semejante.



Sin embargo, existen otras coincidencias: Una de ellas es la presencia de un toro muy parecido al que aquí, en primer plano, domina la escena, en el mural 6, como puede observarse en las siguientes fotografías.

Detalle mural 9

Detalle mural 6

Aunque el parecido es menor, el par de toros echados del mural 9 tienen también eco en el mural 6, si bien pintados con el descuido del que ya hemos hablado antes.

Detalle mural 9

Detalle mural 6

Mural 10

El mural 10 tiene concidencias con el mural 1 en cuanto a sus dimensiones, calidad, colorido y temática, por lo que se puede considerar pareja suya y realizado en la misma época. En él aparecen diez personajes, trece caballos y una manada de más de treinta toros. En un primer plano, ocupando la mitad izquierda de la obra, un charro identificable como "el patrón" montado en un caballo colorado pico blanco, unalbo trasero de la buena, da órdenes con el brazo extendido a un empleado que respetuosamente se ha quitado el sombrero. Este fragmento, en realidad, es uno de los que Icaza reprodujo en más ocasiones, como se puede ver en la siguiente comparación con la obra titulada "Córtame al toro pinto", ejecutada en 1912:

Mural 10 de Cofradía.

"Córtame al toro pinto", óleo de 1912.

Un tanto retrasado, otro charro montado detiene del cabestro a un caballo sin jinete. Al fondo cuatro cabalgaduras descansan junto al muro de piedra, mientras un charro pone una rodilla en tierra, sin que se alcance a advertir el motivo.

La mitad derecha del cuadro está dominada por la manada de toros, de todas las pintas imaginables, arreados por cuatro jinetes sobre caballos alazán, tordillo, colorado y pinto alazán. El más notable de ellos es quizá el que monta un potro colorado unalbo trasero de la mala que lleva una anquera, lo que puede indicar que está siendo amansado, aunque no es posible advertir en las fotografías si lleva rienda falsa o doble rienda, como debería ser en ese caso.



Un quinto jinete en esta zona del mural parece apartarse de quienes arrean la manada y acercarse al patrón. Lleva la mano izquierda con la reata enrollada y extrañamente la rienda la porta en la diestra. Su hermoso caballo entero, adornado con un gargantón, es de un color difícil de precisar, tal vez sabino muy claro aunque en el anca lleva las motas características de un güinduri.



El libro de Ortiz Macedo no reproduce este mural y el texto de Xavier Moyssén incluye sólo la mitad izquierda. Desafortunadamente, las fotografías que amablemente nos prestó el Dr. Jorge Girault corresponden sólo a la mitad derecha, por lo que nos hemos visto precisados a hacer un montaje para que nuestros lectores puedan apreciar el efecto de conjunto de este bello mural.




Mural 11

Tanto Xavier Moyssén como Luis Ortiz Macedo evitaron mostrar este mural en sus respectivas obras. Sin embargo, es el único de los murales reproducido en el número "Haciendas mexicanas" de la revista Artes de México, publicado en 1966. Estéticamente es quizá el menos atractivo de todos, pues los personajes humanos, en los que el pincel de Ernesto Icaza era menos apto, aparecen retratados en gran escala mostrando en igual medida los defectos de su autor. Las cabalgaduras no están tampoco entre las mejores ejecutadas por el charro pintor, aún cuando el detalle con el que fueron realizados sus arreos compensa un poco el efecto general.



En lo que respecta a su temática, éste mural es el más intrigante de todos: ocho charros montados y a galope tendido son guiados por una mujer que, erguida y empuñando un sable, galope al frente. Esta dama monta a mujeriegas un caballo colorado, lucero, unalbo de la buena, ensillado con una montura piteada. Porta esta mujer un traje de charra y he ahí uno de los misterios de la obra, pues es cosa conocida y aceptada que ese atuendo fue ideado y hasta 1937 por el famoso charro jalisciense Filemón Lepe para su hija Rosita Lepe, pues las mujeres charras hasta entonces usaban simples vestidos de ranchera o de china poblana. Icaza, autor de este mural, habría muerto según diversas versiones en 1926 ó en 1935, antes en todo caso de la invención del "traje de charra". Luego entonces, ¿existieron modelos de "traje de charra" anteriores al diseñado por Lepe? ¿O murió Icaza después de su invención y alcanzó a retratarlo? ¿o no se trata de un "traje de charra", sino un atuendo híbrido de falda larga de montar inglesa con chaqueta corta charra? ¿o tal vez este mural es falso y no se trata de un Icaza?

Pero además, ¿de quién se trata? ¿Qué mujer con aire guerrero reproduce esta obra? ¿"Juana Gallo" como la llaman algunos? ¿La "guerrillera" como se refieren otros a ella? ¿Es acaso la famosa "Carambada", queretana de la época de la Reforma conocida también por estos lares?

Son cuestiones imposibles de responder hasta ahora. Pero queda aquí esta obra como prueba de que las pinturas murales de Ernesto Icaza en cofradía guardan todavía muchos misterios por resolver.

martes, 17 de febrero de 2009

Pinturas murales de Ernesto Icaza V

Continuaremos hablando ahora, como en nuestros últimos posts, de los murales de Ernesto Icaza en la hacienda de Cofradía, en el municipio Aculco. Esta vez toca el turno a los murales 7 y 8, que retratan escenas completamente distintas una de la otra: el asalto a una diligencia, en el caso del primero, y un grupo de charros descansando a campo abierto, en el segundo.

Mural 7

Quizá esta es la pintura más original de todas las que componen el conjunto de murales de Icaza en la hacienda de Cofradía, pues no tenemos noticia de que el charro pintor tratara el mismo asunto del asalto a una diligencia en ninguna de sus obras. Esto resulta interesante pues Icaza solía retomar temas, adaptarlos e incluso repetir las posturas de sus personajes, ganado y cabalgaduras, lo que no parece haber hecho en este caso, por lo menos en lo que se refiere al asunto principal.



El escenario es un camino que discurre entre suaves lomeríos. La diligencia, que baja una pequeña cuesta y es tirada por cinco mulas bayas, es sorprendida por una partida de asaltantes a pie y a caballo. El cochero ha bajado las manos y lleva las riendas flojas, mientras el sota desde el pescante parece dirigir su mirada hacia los asustados pasajeros que se asoman inquietos por las ventanillas.



Un charro a pie, vestido de gamuza, sombrero de palma y embozado refrena a las mulas delanteras, mientras otros dos embozados a caballo se acercan por ambos flancos al vehículo. El del fondo, montado en un tordillo, va pistola en mano; el del frente, en un precioso caballo colorado dosalbo trasero, con silla de tapaderas, se acerca a la portezuela.



Viniendo sobre el camino, un charro que cubre su rostro con una bufanda, montado en un alazán y que está a punto de sacar un rifle colgado debajo del estribo, se acerca al grupo. Más adelante, otro charro, jinete en un caballo retinto parece vigilar. Mientras tanto, cinco personajes más se hallan a la vera del camino: un hombre a pie, vestido de manta y con un arma larga en la mano (¿o es un palo?), tres hombres que apenas asoman tras los arbustos y un charro a caballo que sale de entre los árboles. Un caballo alazán en la lejanía completa la escena.





En realidad, este episodio resultaba un poco anacrónico en la época en la que fue pintado. Ciertamente, las diligencias habían tenido mucha importancia en esta zona, atravesada en un gran trecho por el Camino Real de Tierra Adentro, y en la cercana hacienda de Arroyozarco se encontraba uno de los más importantes mesones de esta ruta. Pero las diligencias habían dejado de correr entre las ciudades de México y Querétaro desde la década de 1880, reemplazas por el ferrocarril. Y aún cuando Icaza quizá intentara reproducir una escena antigua, las ropas de los personajes pertenecen no a aquellos años, sino a las primeras décadas del siglo XX.



Este mural aparece completo en la obra de Ortiz Macedo y ligeramente recortado en la de Xavier Moyssén.



Mural 8

En este mural, semejante en sus dimensiones al 7, aparece un paisaje que bien podría ser continuación del mismo. Pero no hay aquí una escena violenta, como en el anterior, sino sólo un grupo de charros resposando. Aparentemente, son sólo unos vaqueros al cuidado de las pocas yeguas y mulas que aparecen al fondo. Pero hay algo inquietante en el conjunto: el jinete en un caballo tordillo que aparece de espaldas al extremo derecho de la obra, recibiendo de manos de un charro a pie en mangas de camisa una botella de licor, y curiosamente de espaldas, lleva una bufanda como aquellas con las que se embozan los asaltantes del mural 7. Y los cuatro charros que descansan junto a un sarape extendido en la yerba, ¿sólo descasan? ¿juegan cartas? ¿acaso se reparten un botín..?



Tal vez éstas son conjeturas erradas, pero el mural 8 bien podría representar a un grupo de bandoleros descansando tras un asalto... o podría ser sólo un grupo de arrieros o vaqueros reposando de sus labores cotidianas, como ha sido interpretado generalmente. Así lo hizo, por ejemplo, Xavier Moyssén, en cuyo texto se incluyó este mural, aunque impreso alrevés, con el título "Descanso en el campo".

lunes, 16 de febrero de 2009

Pinturas murales de Ernesto Icaza IV

Como continuación a la serie dedicada a las pinturas murales de Ernesto Icaza en la hacienda de Cofradía, ofrecemos ahora algunos comentarios sobre los que hemos numerado como 5 y 6, de acuerdo con el orden en el que aparecen reproducidos en el libro Ernesto Icaza, el charro pintor, de Luis Ortiz Macedo

Mural 5
Esta pintura ofrece una colección de personajes variada, a diferencia del resto de los murales en los que casi exclusivamente aparecen charros a pie o a caballo. Aquí los personajes centrales son un hombre con traje de gamuza y sarape, y una mujer con vestido similar al de "china poblana", que bailan los pasos finales del jarabe. A la izquierda de la pareja, unos músicos vestidos de manta y con sombreros de palma acompañan el baile con un arpa y una vihuela, al estilo del mariachi auténtico y tradicional que no utilizaba instrumentos de viento. En un segundo plano, unas mujeres y un charro departen amistosamente, mientras en el extremo opuesto del cuadro una concurrencia mayor formada por siete hombres a pie, tres jinetes y una mujer que bebe de un jarro completan el círculo. Como ya hemos mencionado antes, la tradición oral reconocía en cada uno de estos personajes a alguna persona real que laboraba o vivía por aquel entonces, principios del siglo XX, en la hacienda de Cofradía. Por ejemplo, el personaje de corta estatura que aparece recargado en un barril (casi borrado éste por el deterioro), sería un tal "don Severito", empleado de la hacienda que padecía enanismo y que, cuenta la conseja, tenía que montar a caballo para poder pegarle a su mujer.

Este cuadro está lleno de detalles a cual más interesante. Por ejemplo, los puercos y gallinas que asoman tras el "mariachi", los jarritos de barro colocados en el piso, las posturas de los personajes, como el charro con las manos en las rodillas y su compañero con el sombrero ladeado que apoya una mano en su hombro, aquel otro que extiende la mano desde su caballo bayo tepetate para entregar un jarro o el charro de abultado vientre y chaleco que con las manos en los bolsillos observa el baile.

El fondo de la escena lo forman una casa cubierta a dos aguas con un corral anexo lleno de nopales, un camino bordeado por magueyes por el que se acercan cuatro jinetes, unas trancas de madera y los cerros lejanos.



Muy hermoso nos parece precisamente el detalle de los charros montados que se acercan al baile por el camino. Por sus reducidas dimensiones, Icaza los trazó prácticamente con unas cuantas pinceladas que permiten percibir su maestría, que como siempre se limita a los caballos y sua arreos, no tanto a las personas. Esta imagen es cortesía del Dr. Jorge Girault.



Este mural fue reproducido íntegro en el libro de Ortiz Macedo. El estudio de Xavier Moyssén lo incluye con ciertos recortes en los extremos, que impiden ver por completo al puerco del lado izquierdo, y la firma de Icaza del lado derecho.



En diversos lugares de estos textos dedicados a la obra de Icaza en Aculco, hemos insistido en que este pintor con frecuencia utilizaba y reelaboraba temas, paisajes y personajes abordados en otras de sus pinturas. Así sucede precisamente con el "jarabe". Pero ahora llamaremos la atención hacia las semejanzas de este mural con un pequeño cuadro subastado hace poco por la casa Christie's. En él se observa un escenario casi idéntico al del mural 5, pero en el que la fiesta ha terminado en pelea. Casi podría ser una continuación suya.



Mural 6
Es quizá éste el mural de Icaza en la hacienda de Cofradía en el que menos cuidado se observa en su ejecución. En él domina un paisaje campestre al fondo del cual, entre grandes arboledas, aparece un poblado que no parece mexicano.



Seguramente éste mural es uno de aquellos en los que, según Ortiz Macedo, Icaza utilizó paisajes pintados previamente por un tal F. Rodríguez. Los montes que surgen en el horizonte, así como las aves que sobrevuelan la escena, tan distintos de los que pintaba Icaza, deben ser también suyos.



Lo que Icaza sí pintó es la manada de toros que ocupa toda la parte izquierda de la obra, así como el grupo de jinetes que domina el lado derecho. Son estos últimos cuatro charros que se encuentran en un primer plano, el primero monta un caballo colorado y frente a él se observan otros dos jinetes en sendos caballos alazanes. El más cercano al expectador luce una cabeza pequeña y alargada y unas patas exageradamente cortas. Su jinete, el más elegante de todos, lleva chaqueta de gamuza clara, corbata de mariposa, sombrero alto de fieltro y pantalones negros con una sencilla botonadura completa. Un poco retrasado, el cuarto jinete monta una mula grulla.



En un plano posterior, dos jinetes y un charro que ha descendido de su cabalgadura observan la escena tras algunos arbustos. Aún más atras, un jinete en un caballejo casi "dibujado" con unos cuantos trazos y una res que se ha cortado de la manada completan el cuadro.



Todos estos personajes parecen pintados con prisa, descuidadamente y sin calcular las proporciones. El mural aparece completo en la obra de Luis Ortiz Macedo y ligeramente recortado y en blanco y negro en el texto de Xavier Moyssén, como se muestra acontinuación:



Pinturas murales de Ernesto Icaza III

Continuando con la serie de posts dedicada a examinar las pinturas murales que el pintor charro Ernesto Icaza realizó en la hacienda de Cofradía, en Aculco, en las primeras décadas del siglo XX, examinaremos ahora las que hemos numerado como 3 y 4, siguiendo siempre el orden en que aparecen en el libro de Luis Ortiz Macedo, "Ernesto Icaza, el charro pintor".

Este par de murales comparten varias características,la primera el colorido, en el que predominan de manera notable los sepias que contrastan contra un cielo profundamente azul y libre de nubes. La segunda coincidencia es el movimiento, pues ambas pinturas retratan faenas en las que las bestias y sus jinetes realizan movimientos violentos, poco comunes dado el tradicional hieratismo de Icaza. La tercera característica son las dimensiones que no sólo son idénticas, sino que a diferencia del resto de las obras de Icaza en Cofradía se trata de páneles verticales. Pese a ello, Icaza en ambos casos no cedió un apice en su habitual horizontalidad, sino que llenó ese espacio vertical sobrante con los cielos azules que hemos mencionado líneas arriba. Lo más probable es que estos dos murales hayan sido realizados con poca diferencia de tiempo entre uno y otro.

Mural 3

El mural 3 representa a un jinete aguantando los reparos de un potro alazán bruto cuatroalbo alto, mascarillo, bebe y derrama. Lo monta sin la ayuda del pretal, sosteniéndose a dos manos de la crin. Este charro lleva sombrero de palma y pantalón de dril con aletón remangado que deja ver las espuelas. Tras él, dos charros a pie azuzan al potro, uno de ellos (que lleva en las manos una reata) incluso ha aventado el sombrero entre sus patas. Con simetría aparecen también tres jinetes: el de la izquierda, un anciano de barba blanca y elegantemente vestido de gamuza, con sombrero de fieltro, monta un caballo rosillo unalbo trasero de la buena; el del centro, vestido también de gamuza pero con sombrero de palma, parece montar un caballo retinto, casi oculto por el potro que repara; finalmente, el jinete de la derecha, sin chaparreras, va sobre un caballo alazán dosalbo trasero calceto, carablanca, ensillado con una silla de cantinas. Al fondo de la escena, junto a una barda de piedra enlucida, esperan los dos caballos que seguramente pertenecen a los charros a pie. Unos cerros pelados y bajos, así como algunos arbolillos asoman tras la barda.



Luis Ortiz Macedo reproduce este mural íntegro, aunque muy pequeño, en su libro. Xavier Moyssén, en su estudio publicado en los Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, encuadra la escena central y la presenta en blanco y negro, como se aprecia en la siguiente fotografía:




Mural 4

Este mural muestra la persecución de un toro castaño a campo traviesa. Cuatro jinetes van en pos suya. Uno de ellos, jinete sobre un caballo overo y remolieando su reata, ha saltado ya la cerca de piedra que corre de lado a lado de la pintura. Tras el, otro charro en un caballo colorado lucero salta sobre la misma cerca; al fondo, un tercer jinete montando un caballo alazán parece dudar de ejecutar la misma acción y refrena su caballo, al ver tropezar la cabalgadura (aparentemente un caballo rosillo o moro) de un charro que ha perdido peligrosamente el sombrero al caer por tierra. Una arboleda ocupa todo el fondo de la escena.



Luis Ortiz Macedo también reprodujo íntegro este mural, en muy pequeño formato. Xavier Moyssén lo encuadró para no reproducir el enorme cielo azul, pero al mismo tiempo cortó la parte derecha de la escena, quedando casi invisible el charro que cae junto con su caballo, como se muestra en esta imagen:



Los troncos que ocultan parcialmente el morro del toro no pertenecen al mural, sino que son las ramas de alguna planta de las macetas del corredor, que el fotógrafo por algún motivo no retiró.

viernes, 13 de febrero de 2009

Pinturas murales de Ernesto Icaza II

Continuando con la serie dedicada a las pinturas murales de Ernesto Icaza en la hacienda de Cofradía, hablaremos ahora de la segunda de éstas, de acuerdo, repetimos, al orden en que las presenta Luis Ortiz Macedo en su libro Ernesto Icaza, el charro pintor.

Mural 2

En esta pintura aparecen seis caballos en libertad en una pradera a inmediaciones de un arroyo. No se observan figuras humanas. Según la tradición, se trata de los caballos más estimados de don Macario Pérez, que de izquierda a derecha son: un caballo rosillo, lucero, dosalbo delantero y trasero de la mala; un caballo moro o rosillo aceitero, dosalbo trasero; un caballo alazán jilote, lucero, unalbo trasero de la mala; un caballo colorado, lucero, unalbo trasero de la mala; un caballo alazán tostado, cara blanca y, finalmente, un caballo tordillo melado.



La imagen superior proviene del libro de Ortiz Macedo. Inexplicablemente, no se encuentra reproducida entre las fotos que acompañan al texto de Xavier Moyssén.

martes, 10 de febrero de 2009

Pinturas murales de Ernesto Icaza I

Como ofrecimos en nuestro anterior post, comenzamos ahora una pequeña serie dedicada a las pinturas murales de Ernesto Icaza en la hacienda de Cofradía. Para comenzar, debemos remitir a nuestros lectores a los dos estudios que se han hecho sobre estas obras: Pinturas murales de Ernesto Icaza, de Xavier Moyssén, publicado en el número 34 de los Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas y disponible para su consulta en línea, así como Ernesto Icaza, el charro pintor, de Luis Ortiz Macedo, editado en la colección "circulo de arte" del CONACULTA. Lamentablemente, el libro de Ortiz Macedo presenta las obras en un formato muy pequeño, mientras el texto de Moyssén las incluye en blanco y negro y, en el caso de ambas, se reproducen incompletas.

Mural 1

Este mural es quizá el más importante e interesante de todos, no sólo por sus dimensiones y por la cantidad de personajes montados que aparecen retratados en él (14), sino por la calidad y detalle con los que Icaza lo pintó la escena. En realidad, se trata de cinco escenas de distintos momentos relacionados con la faena del herradero, ubicadas en distintos planos dentro de un mismo corral. De izquierda a derecha, se observa en primer lugar a un jinete coleando un toro, auxiliado por otros dos vaqueros, enseguida, parecen dos vaqueros arreando un toro, uno de ellos al galope, y uno más intentando azuzarlo con su sombrero, mientras un cuarto hombre a pie corre a protegerse tras un burladero. En primer plano, la tercera escena muestra el momento en el que los vaqueros derriban un toro, mientras, a la derecha y un poco retrasada, la cuarta escena presenta el momento justo en el que un vaquero impone el fierro de marcar en la paleta del animal. En el extremo de la obra, un jinete sobre una mula lanza su lazo hacia un toro que aparentemente escapa libre, tras ejecutarse la faena.



Este mural aparece completo en el libro de Ortiz Macedo, como se puede advertir en la foto superior. No así en el de Moyssén, en el que sólo aparecen completas las escenas 2, 3 y 4, como se observa en la siguiente foto.



Es difícil apreciar verdaderamente la escena en su conjunto en estas malas fotografías. Por ello, resultará interesante concentrarnos en algunos de los detalles capturados en las siguientes fotografías, cortesía del Dr. Jorge Girault.

El personaje más cercano al observador este vaquero, jinete en un caballo tordillo de hermosa estampa. Aparece montado con aplomo, llevando correctamente en su mano izquierda la rienda y la reata, mientras en la derecha lleva la lazada. La silla es de esqueleto, de fuste buchón con enreatados blancos (que tanto le gustaban a Icaza). El charro no porta chaparreras, sino un traje azul-grisáceo de tapabalazo de gamuza, sin aletón. El bigote gris indica que es un hombre ya entrado en años, posiblemente el caporal que dirige toda la faena.

En este detalle, dos charros estiran con sus reatas a cabeza de silla a un toro lazado por la cabeza y las manos, mientras un tercero a pie lo hierra con la marca de la hacienda. Los jinetes montan sendos caballos colorados, el primero con una silla de cantinas, fuste "Zaldívar" (cuya invención se atribuye al propio Ernesto Icaza) Y enreatados blancos. Este charro porta chaparreras y un sombrero de fieltro. El orto jinete, que se ve de espaldas, lleva también chaparreras, sombrero de palma y chaqueta de gamuza.


Este detalle es un complemento de la escena anterior, y muestra al charro que estira a cabeza de silla al toro lazado por las patas. Monta un caballo alazán, lucero, unalbo bajo trasero de la mala, ensillado con una silla de esqueleto sin sudaderas y con fuste de cabeza de bola.

Según la tradición oral, al ejecutar estos murales Icaza retrató a la gente que en efecto trabajaba en la hacienda de Cofradía por aquellos años. Ciertamente, algunos de los personajes muestran rasgos característicos que podrían identificarlos con personas reales. Uno de estos personajes, el más enigmático, es la mujer que asoma a puerta de corral. Vestida con falda de montar de gamuza, rebozo azul en bandolera y sombrero femenino, monta un caballo ya de color indeterminado por lo desvaído, extrañamente adornado con moños en la cabezada, el pechopretal y aún en el fuete que lleva la mujer en la enguantada diestra, mano con la que también sostiene la rienda. ¿Quién es ella? ¿Qué hace tan cercana a una faena peligrosa? Preguntas quizá imposibles de responder.

lunes, 9 de febrero de 2009

La hacienda de Cofradía y sus murales

Publicidad de la hacienda de Cofradía en el libro Toluca antigua y moderna / Álbum descriptivo del Estado de México (1901).

La hacienda de Cofradía tiene su origen en tierras pertenecientes a la nobleza otomí, cedidas más tarde (en el siglo XVII) por la india cacique Rosa María Francisca de los Ángeles a la Cofradía de la Purísima Concepción (de indígenas) fundada en la entonces vicaría y hoy parroquia de San Jerónimo Aculco.

Conforme a la Ley de desamortización -privatización- de los bienes comunales y de "manos muertas", promulgada en 1856, los bienes de las cofradías pasaron a propietarios particulares, en el caso de esta hacienda a las de la familia Romero, y poco despúes a don Ramón Pérez, administrador de la hacienda de Arroyozarco, quien la heredó a su familiar Macario Pérez, el primero de este nombre.

Macario Pérez Sr., también administrador de la hacienda de Arroyozarco, pasaría a la historia local como el prototipo del hacendado porfiriano: cruel, ventajoso, comprador de jueces, y con muchos "ahijados" sin padre conocido... Entre los cuatro hijos que sí reconocio se encontraba una niña, hija de Velina Romero: Sara. Años después, en 1903, se convirtió en esposa del que sería caudillo iniciador de la Revolución Mexicana, Francisco I. Madero.

La muerte de Macario Pérez en 1909 dejó la hacienda de Cofradía en propiedad de sus hijos y administrada por uno de ellos: Macario Jr. Fue él quien le dio mucha de su fisonomía actual, entre otras cosas con la elaboración de los diez murales que el pintor charro Ernesto Icaza ejecutó en los años de 1910, 1916, 1920 y 1923 -aunque Luis Ortiz Macedo opina que datan de entre 1908 y 1913- en los corredores del patio principal. Aunque el mayor, no es éste su único tesoro. En lo que se refiere a lo arquitectónico, el patio de la hacienda de Cofradía guarda la más hermosa serie de columnas toscanas que existe en el municipio, y el portal exterior de la casa principal es una bella muestra del trabajo de los canteros de principios del siglo XX.

En lo que respecta a lo histórico, la propia hacienda es en sí misma un documento, pero existe además en ella, empotrada en un muro de la capilla, la gran piedra con la leyenda "Aquí celebrando misa", sobre la que supuestamente el cura Miguel Hidalgo celebró la eucaristía en visperas de la Batalla de Aculco del 7 de noviembre de 1810. Esta piedra fue llevada de su emplazamiento actual desde el punto conocido como "El Salto".

Después de Macario Pérez, la propiedad -ya muy mermada por la reforma agraria, pues quedó reducida prácticamente al casco de la hacienda- fue vendida a don Armando Hernández, banquero, en cuya descendencia se conserva. Don Armando remodeló algunas viejas trojes para convertirlas en habitaciones, capilla, etc., y construyó las chimeneas que alegran los tejados de la vieja casa.

Lamentablemente, parece ser que el interés de sus actuales propietarios por la hacienda de Cofradía ha decaído mucho. Nos llegan noticias de que su deterioro avanza y que incluso el servicio eléctrico ha sido suspendido. También nos informan que su rescate ha sido propuesto a Rafael Tovar y de Teresa, hasta hace poco titular de la Comisión del Bicentenario, y aún a Carlos Slim, sin que se haya concretado nada. Incluso parece ser que quienes elaboran actualmente el expediente del Camino Real de Tierra Adentro para su designación como Patrimonio de la Humanidad, que incluirá al casco antiguo de Aculco, no han puesto suficiente atención a la importancia de esa hacienda.

Curiosamente, aunque por lo menos tres publicaciones desde la década de 1960 han reproducido los murales de la hacienda de Cofradía, ninguna de ellas ha presentado a los once existentes. Por ello, en próximos posts habremos de mostrarlos completos aquí, si bien algunos de ellos a partir de fotografías muy deficientes.

En fin, va esta llamada de alerta cuando aún es tiempo de rescatar este monumento histórico y sus pinturas murales. Ojalá no tengamos que lamentarnos en el futuro por su desaparición.

Vista general de la hacienda de Cofradía desde el patio de acceso. Al fondo, después de trasponer la entrada y a la izquierda se encuentra la casa principal.

La hacienda desde el extremo opuesto de la senda de acceso. Tras el arco que lleva en la clave el fierro de marcar de don Armando Hernández (una H en forma de freno de caballo), se ve la arquería del portal de la casa principal.

Detalle de la arquería del portal de la hacienda de Cofradía.

Vieja foto del patio de la casa principal de la hacienda de Cofradía. Obsérvense las hermosas columnas toscanas, la fuente (una de las pocas relativamente antiguas de Aculco) y, al fondo, los murales que asoman en las paredes del corredor.

Una vista reciente del patio en la que se observam varios de los murales de sus corredores.

Detalle de una de las pinturas murales de Ernesto Icaza en Cofradía, que muestra el asalto a una diligencia.

Don Macario Pérez (con el sombrero bajo el brazo) fue propietario de la hacienda de Cofradía hasta su muerte en 1909.