sábado, 15 de mayo de 2010

El campo de batalla de Aculco

En esta fotografía de la década de 1940 -tomada desde la torre de la parroquia- se observan dos sitios importantes de la Guerra de Independencia en Aculco: en primer plano, la casa en la que pernoctó Miguel Hidalgo; al fondo, la loma en la que se desplegó el ejército insurgente para presentar batalla el 7 de noviembre de 1810.

El sitio exacto en el que se desarrolló la Batalla de Aculco del 7 de noviembre de 1810 (en la que a que las tropas de Miguel Hidalgo sufrieron su primera derrota) ha suscitado a lo largo de los años alguna controversia histórica. Esta controversia no ha sido explícita; se trata simplemente de que las diversas fuentes del siglo XIX señalan para ella puntos que resultan distantes hasta más de una docena de kilómetros, lo que ha llevado incluso a acreditados historiadores contemporáneos a hacer afirmaciones tales como que la Batalla de Aculco en realidad "se dio en Arroyozarco" (así lo creía, por ejemplo, el finado y estimado Gerald Mac Gowan). O, como repetía el anterior cronista municipal de Aculco, Gustavo Ángeles, que habría tenido como escenario el rancho Las Ánimas, en las inmediaciones del pueblo de Santa María Nativitas, en donde sí hubo una batalla menor entre realistas e insurgentes, pero dos años más tarde.

En esta fotografía de 1959 es posible reconocer también lo que fue el campo de los insurgentes en la batalla de Aculco: la loma casi cuadrangular que se extiende al poniente del pueblo hasta el cerro del Tixhiñú, que aparece al fondo.

En libros como Aculco histórico, artístico, tradicional y legendario, Arroyozarco, puerta de Tierra Adentro y Ñadó, un monte, una hacienda, una historia, hemos discutido suficientemente este punto y descartado todas aquellas versiones que sitúan el enfrentamiento en otro lugar que no sea el que se conocía como Lomas de Cofradía. Por ello, no entraremos ahora en detalles acerca de dichas versiones y de nuestras conclusiones, y nos limitaremos a analizar el inestimable plano de la batalla que el político e historiador Carlos María de Bustamante incluyó en su obra Campañas del General Calleja (plano que consideramos muy apegado a la realidad), comparándolo con la topografía real de la zona, para precisar los lugares que aparecen en él y los puntos en que se situaron los ejércitos realista e insurgente.

El mapa de Bustamante coincide plenamente con la descripción del campo que hiciera Lucas Alamaán en su Historia de Méjico. Entre corchetes, nosotros hemos añadido la identificación de los accidentes del terreno por el nombre con el que son conocidos localmente:

La posicion que ocupaban los independientes era una loma casi rectangular que domina al pueblo y toda la campiña [la Loma de Cofradía], circundada por los dos costados de Oriente y Norte por un arroyo y barranca de difícil paso, aun para la infantería; el costado menor, que no excede de cuatrocientas varas de extension, toca a un cerro alto y aislado [el Tixhiñú] que se une a la serranía de montes mas elevados [Ñadó], y el otro costado, que puede tener mil y quinientas varas, forma el descenso suave de la misma sierra, que a media legua de distancia empieza a ser escabrosa.

Sobre la eminencia de esta loma se formaron los insurgentes en dos líneas, y entre ellas una figura oblonga apiñada de gente: en los bordes se colocó la artillería que constaba de doce piezas; quedando a la espalda una multitud de gente en desórden que no bajaba de cuarenta mil hombres, pues aunque habia sido considerable la desercion en la retirada, todavía quedaba un número considerable.

Del pueblo a la loma habia una línea de batalla, que fue desapareciendo al aproximarse los realistas [Línea que posiblemente iba desde Nenthé por las calles de Pomoca y Epifanio Sánchez].


Esta calle marca aproximadamente el sitio en el que se formó la línea de batalla que iba desde el pueblo hasta la loma.

Dispuso Calleja el ataque en tres columnas de infantería, formadas por los dos batallones de granaderos de la Columna y el regimiento de la Corona, con dos piezas de artillería cada una; los dos costados los formaban dos fuertes secciones de caballería con dos cañones ligeros la de la derecha, dejando una reserva y un cuerpo de infantería ligera, para emplearlo segun la ocasion lo demandase.

Hizo Calleja avanzar sus columnas, desplegando en batalla la infantería al acercarse a tiro de cañon, para disminuir el efecto de los fuegos del enemigo. Estas maniobras y los movimientos de la caballería, ejecutados con la precision y serenidad que en una parada, llenaron de terror a los insurgentes, para los cuales este espectáculo era nuevo. Rompieron estos los fuegos de su artillería, aunque por lo alto de la puntería sin causar daño en los realistas, sobre cuyas cabezas pasaban las balas. Hizo entónces Calleja disparar la suya y mover al mismo tiempo la caballería de su izquierda, amenazando rodear la retaguardia enemiga. Esto decidió la batalla: los insurgentes se pusieron en precipitada fuga al primer cañonazo, siendo los generales los primeros en huir; y fue tal la dispersion, que cuando llegó a lo alto de la loma el primer batallon de la Columna de granaderos, mandado por el coronel D. José María Jalon y desplegó en batalla, ya no encontró enemigo ninguno a quien combatir.

Los demas cuerpos de infantería fueron llegando sucesivamente y formando en batalla, para sostener la persecucion del enemigo por la caballería que los siguió, siendo el primero el conde de S. Mateo Valparaiso con sus lanceros del Jaral.



He aquí, pues, el plano de Bustamante:

Plano antiguo de la Batalla de Aculco (Fuente: Carlos María de Bustamante, Campañas del General Calleja, Imprenta del Águila, México, 1828).

Naturalmente, este mapa de por lo menos 180 años de antigüedad tiene muchas imprecisiones (como las distancias efectivas en el terreno, nombres asignados equivocados como el de "Cerro de Aculco" al Tixhiñú, ausencias notables como la del Arroyo de la Ladrillera que debería cortar el terreno entre la loma y aquel cerro, etc.), pero lo destacable es que nos permite ubicarnos muy bien en el terreno gracias a los accidentes geográficos señalados en él, y trasladar estos puntos a un plano satelital contemporáneo.

Plano Actual de la zona con puntos identificados por JLB (Fuente: Google Earth).

De acuerdo con este análisis, la loma en la se ubicó el ejército insurgente correspone a la larga y tendida loma que se extiende desde el propio pueblo de Aculco hacia el poniente, a partir del rancho conocido como Las Conchitas y cuyo borde más alto (en el que fueron colocadas las piezas de la artillería insurgente) corre paralelo a un costado de la vía conocida como La Calzada o La Ceja. Las "barrancas de arena" señaladas en el mapa al pie de esta loma son un poco más difíciles de identificar, ya que buena parte de ellas están ahora bajo el agua de la Presa de la Cofradía, como se observa claramente en el plano. El "camino de Arroyozarco" que aparece en el mapa de 1828 no es, naturalmente, la carretera que actualmente uno a Aculco con aquel poblado pasando por el pueblo de Santa María Nativitas, sino el viejo camino que salía por la calle de Matamoros, pasaba por el Puente Colorado, el Puente Blanco, el rancho de San José, las lomas de Gunyó y el rancho de Las Ánimas (donde tomaba el nombre de Camino de los Alcanfores).


En este par de magníficas fotografías realizadas por Andrés Téllez Ramírez y procedentes de Flickr es posible distinguir claramente el borde de la loma en el que los insurgentes situaron su artillería. Desde la parte baja, los realistas realizaron su ataque en tres columnas contra los insurgentes.

En resumen, podemos ubicar al campo de batalla de Aculco en un gran cuadrángulo que podría señalarse por los siguientes límites: al oriente, la prolongación de la calle Matamoros, desde Aculco hasta las lomas de Gunyó: por el poniente, desde el entronque de la carretera Panamericana con el libramiento de Aculco hasta las barrancas que se ubican cerca del Cerro Colorado, al sur del Tixhiñú; por el norte, prácticamente sobre el trazo del libramiento de Aculco y, por el sur, una línea difusa desde Aculco hasta el Cerro Colorado.

A diferencia de lo que sucede en Estados Unidos y Europa, donde muchos de los campos de batalla han sido preservados como sitios históricos y ofrecen visitas didácticas (como es el caso de Gettysburg), en México son muy contados los puntos que evocan de algun modo los hechos de armas que ahí acontecieron. En lo que respecta a las batallas que presentó el primer ejército insurgente, el campo del Monte de las Cruces -batalla del 31 de octubre de 1810- cuenta con un monumento (un obelisco) al que poca gente presta atención, rodeado por los restaurantillos, tendajones y pistas para cuatrimotos señalas por llantas viejas pintadas de colores que ocupan el antes hermosísimo y hoy tan deteriorado Parque Nacional Insurgente Miguel Hidalgo, popularmente conocido como "La Marquesa". El Puente de Calderón, en Zapotlanejo, Jalisco -batalla del 17 de enero de 1811- puede llegar a tener más suerte si se concretan los proyectos de convertir sus inmediaciones en un parque ecológico, además de que el propio puente y la calzada que corre sobre él ya han sido restaurados en años recientes por el INAH.

El ala oriente del ejército realista de Calleja debió situarse muy cerca de este punto, en las inmediaciones del viejo camino de Arroyozarco. Al fondo, el pueblo de Aculco.

¿Y qué podría hacerse con el campo de batalla de Aculco? En realidad, poco o nada sería lo mejor y me explico: la mayor parte de los terrenos ahí situados han conservado su vocación agrícola y esto debería mantenerse y aun fortalecerse, ya que incluye además algunas de las tierras con vocación agrícola más fértiles de la zona. Se debería realizar, por ejemplo, un adecuado censo de las casas que existen en el área núcleo de este sitio histórico para no permitir nuevas construcciones e impedir que esas tierras se fraccionen y urbanicen, restringiendo el crecimiento del poblado hacia esa zona (No debemos olvidar, además, que dos edificios históricos se levantan dentro de ese perímetro: el Molino Viejo y la hacienda de Cofradía). De esta manera, además de que Aculco conservaría un pulmón verde a sus puertas mismas, podríamos durante muchos años más reconocer en estos lugares el sutio en el que el cura Miguel Hidalgo fue derrotado el 7 de noviembre de 1810.
Águila tendida", uno de los monumentos conmemorativos erigidos a lo largo de la ruta de Hidalgo en 1960. Éste se encuentra frente a la hacienda de Cofradía, en el sitió en el que se libró la Batalla de Aculco (Fuente: Google Streetview).

miércoles, 12 de mayo de 2010

Las Casas de la Palma

Casas de la Palma, a principios de la década de 1970.

Las Casas de la Palma, en la actualidad.

En la calle de Abasolo -entre la avenida Manuel del Mazo y un callejón del que no creo haber sabido nunca el nombre-, se encuentra una serie de casas antiguas que forman un conjunto bastante unitario y que pertenecieron hacia la primera mitad del siglo XX al mismo propietario, don Evodio Ángeles. Actualmente se conservan en su descendencia. En su costado norte existe enorme y centenaria yuca que le da nombre a este conjunto. Anteriormente lucía esta palma mucho más con sus ramas extendidas hacia la avenida Del Mazo, como puede verse en esta vieja fotografía, pero tras ser derribadas por un trailer luce ahora un aire mucho más discreto.

El conjunto, visto desde la esquina de Abasolo y Del Mazo.

Otra vista, desde la dirección contraria.

Las Casas de la Palma son cuatro, aunque es posible que alguna de ellas ya haya sido subdividida en los años recientes. Su importancia decrece desde la esquina de Abasolo y Del Mazo, donde se encuentra la mayor y mejor de ellas, hasta el callejón arriba mencionado, donde la última tiene una sola planta y no dos como el resto. Las cuatro casas están construidas enteramente con piedra blanca de Aculco, cubierta de aplanados en las fachadas que dan hacia la calle de Abasolo (con excepción de los enmarcamientos de puertas y ventanas). En cambio, la fachada norte de la primera casa muestra la piedra blanca aparente y la fachada sur de la última está cubierta por un delgado enjarre de cal. Las techumbres fueron originalmente de vigas de madera y tejas de barro, que en la segunda casa fue sustituida en tiempos recientes por una losa de concreto.

La primera casa.

La primera y más importante de las casas muestra una serie de vanos de proporciones irregulares en la planta baja: un pequeño balcón, un acceso con cerramiento curvo que debió ser el principal, una accesoria también con cerramiento curvo y una accesoria más, adintelada. Por el contrario, los balcones de la planta alta, cuyo único adorno son los repisones moldurados, son idénticos los cuatro. Un machón que abarca las dos plantas se desplanta en la esquina.


La segunda casa, aquella que ha perdido ya su techumbre original (lo que significó también que su cubierta se elevara algunos centímetros más respecto de las vecinas, lo que rompió su unidad de alturas), tiene un acceso principal con arco y un par de pequeñas ventanas con repisón moldurado y cerramiento curvo en la planta baja. En la planta alta, sobre cada una de esas ventanas se abre un balcón semejante a los de la primera casa, aunque de menores dimensiones, mientras que sobre el acceso principal se encuentra una ventana muy parecida a las de la planta baja.

La tercera casa

La tercera casa tuvo originalmente sólo un acceso principal con un cerramiento de arco muy rebajado y un par de balconcillos a cada lado. Sin embargo, el de la derecha fue destruido para ampliar el vano y dar entrada a una accesoria, y sólo subsiste in situ un tramo de su repisón. Tres balcones se abren en el paramento de la planta alta, uno de ellos con cerramiento curvo también muy rebajado.

La cuarta casa.

Finalmente, la última de las cuatro casas posee una sola planta. Cinco vanos se abren en su fachada hacia la calle de Abasolo: una ventana con cerramiento curvo, una entrada pequeña adintelada, un balconcito con su reja original de hierro, otro acceso con cerramiento curvo y otro balconcito. Es la más deteriorada a causa del abandono, e incluso sus vanos hacia el callejón se encuentran tapiados.

Fachada de la cuarta casa hacie el callejón.

Balcón tapiado de la cuarta casa.

Aunque tradicionalmente el conjunto de las Casas de la Palma ha sido poco apreciado debido a su sencillez y asu aspecto destartalado, es en realidad uno de los mejores ejemplos de vivienda media de Aculco en tiempos antiguos. Y forma parte irremplazable, además, del pueblo de Aculco de Espinosa.

La palma, ya mutilada, en Google Street View.

lunes, 10 de mayo de 2010

El Puente Colorado

La parroquia de Aculco desde el Puente Colorado.

Una de las características más destacadas de Aculco como conjunto, es la variedad tipológica de elementos urbanos y edificaciones originales que han llegado hasta nuestros días. No se trata, por cierto, de elementos de primer nivel en el panorama histórico-artístico de México, pero sin lugar a dudas es muy difícil encontrar una población del tamaño de la nuestra que reúna en tan corta extensión construcciones como una iglesia y su convento del siglo XVII, con atrio y capillas posas, casonas virreinales, un par de acueductos, una plaza de toros de principios del siglo XX, viejos mesones, tres importantes haciendas (una de ellas con pinturas murales de Ernesto de Icaza), unos lavaderos públicos del siglo XIX -aunque reconstruidos-, una serie de baños y lavaderos particulares, un sistema de riego de mediados del siglo XIX, un par de antiguos molinos de harina, una pequeña estación de tren de fines del siglo XIX (y abundantes vestigios de la vía del tren), varias cortinas de presa de los siglos XVIII y XIX, y por supuesto, puentes.

La calzada sobre el puente.

En efecto, cuatro son los puentes históricos de Aculco (sin contar el imponente Puente Piedad, de 1896, por el que circulaba el ferrocarril): el Puente Colorado Y el Puente Blanco, situados al norte, y los puentes Santa Anita y La Magdalena, que se encuentran hacia el poniente de la población. Esta vez hablaremos solamente del primero de ellos, que es además el más importante desde el punto de vista arquitectónico.

Otra vista de Aculco desde el Puente Colorado.

El Puente Colorado se encuentra sobre lo que antiguamente fue la calzada de acceso a Aculco, es decir, la prolongación de la calle Matamoros hacia el norte, que servía de enlace a este pueblo con la hacienda de Arroyozarco y con el Camino Real de Tierra Adentro. Este puente salva el más importante de los arroyos que corren por el valle que se encuentra entre Aculco y las lomas de Gunyó. Desde tiempos antiguos debió existir un puente en este punto por ser la entrada principal al lugar y así parece demostrarlo un trazo intencionado en el mapa de la Batalla de Aculco del 7 de noviembre de 1810, que Carlos María de Bustamante incluyó en su obra Campañas del General Calleja (México, Imprenta del Águila, 1828). Sin embargo, es probable que bajo su forma actual se remonte sólo hasta el año de 1852 (Memoria de la Secretaria de Relaciones y Guerra del Gobierno del Estado de Mexico leída por el Secretario del Ramo, Toluca, Tipografía J. Quijano, 29-31 de marzo, 1852. Citado por De Gortari Rabiela, Rebeca. “Jilotepec en el siglo XIX. ¿Una región a demostrar?” en: Dimensión Antropológica. vol. 10, enero-agosto, 1997). Fue reparado a principios del siglo XX: las fotografías más antiguas que se conservan de él nos lo muestran precisamente después de los arreglos que se efectuaron entonces, pintado en el color rojo que le dio nombre.

El plano de la Batalla de Aculco que parece indicar la presencia del Puente Colorado (o su predecesor) en 1810.

El Puente Colorado a principios del siglo XX, recién pintado de rojo.

El Puente Colorado, elaborado completamente en mampostería de piedra blanca característica de Aculco, se desplanta sobre cuatro arcos ligeramente rebajados. En el lienzo que da aguas arriba (es decir, hacia el oriente) las pilas en que se asientan los arcos poseen tajamares angulares que, al estilo romano, no alcanzan el pretil. Hacia este mismo viento, los estribos se ensanchan como para fortalecer el puente y al mismo tiempo conducir el agua hacia los ojos con sus muros oblicuos. Estos muros oblicuos, por cierto, sirvieron para destacar por encima de la línea del pretil un par de remates triangulares que guardan sendas tarjas para inscripciones, inexplicablemente vacías. La fachada de aguas abajo resulta mucho más sencilla: ningún adorno perturba la mampostería.

Fachada de aguas arriba del Puente Colorado.

Fachada de aguas abajo del mismo puente.

Sólo en los remates que albergan las lápidas y en el lomo de toro del pretil se percibe aún algo de la pintura roja original de este puente. El resto de la mampostería, salvo algún vestigio menor del repellado, tiene la mampostería a la vista. Por supuesto, esta construcción ha sufrido a lo largo del tiempo otros daños que han dejado en él sus cicatrices, pese que tiene un buen estado general y es utilizado continuamente por peatones y automóviles. El principal de estos daños se observa en la primera pila de norte a sur, que hacia la fachada de aguas arriba muestra una falla en la cimentación que la hundió ligeramente, desplazándose también hacia abajo las dovelas de los dos arcos que se apoyan en ella. En la fractura causada por esta falla crece un tepozán que las administraciones municipales han dejado ahí, pese a haber realizado otros arreglos en el puente. Quizá creen que gracias al árbol el puente se sostiene.

Lápida del lado norte.

Lápida del lado sur.

El tepozán en la grieta.

El año pasado, el Puente Colorado sufrió otras afectaciones: en la temporada de lluvias y debido al azolve del río provocado por la falta de mantenimiento, las aguas subieron de nivel y derribaron aproximadamente la mitad del pretil de aguas abajo. Por fortuna, el daño fue reperado rápidamente con los mismos materiales y sólo al observar con detalle el lomo de toro que lo remata se percibe la reconstrucción.

sábado, 8 de mayo de 2010

El Puente Blanco

El Puente Blanco

Hablábamos hace algunos días del Puente Colorado, el principal de los puentes que permitían el acceso hacia el pueblo de Aculco sobre los arroyos generalmente calmos, pero infranqueables en las crecidas. Ahora nos referiremos al Puente Blanco, que forma parte del mismo sistema que comunicaba a Aculco con la hacienda de Arroyozarco y el Camino real de Tierra Adentro.


La antigua calzada que corre sobre el Puente Blanco, ya en desuso.

Este puente se encuentra a corta distancia del Puente Colorado, hacia el norte y muy cerca ya de las lomas de Gunyó y del rancho de San José. Según la tradición, que no he podido verificar, se construyó en el año de 1921, siendo presidente municipal don Juan Lara Alva. Consta de un solo arco de mampostería de piedra blanca aculquense, carece de tajamares y refuerzo en los estribos, y su pretil es muy bajo, aunque se prolonga y ensancha más allá del claro.

Costado poniente del puente.

Costado oriente del puente, con su pretil destruido.

A diferencia del Puente Colorado, el Puente Blanco ha caído en desuso y sólo transita por él algún peatón que intenta recortar su rita, pues el trazo de la calzada que corría sobre él se rectificó hacia el poniente y se edificó un nuevo puente de concreto para librar el mismo arroyo -más bien un canal- que pasa bajo aquél. Aunque el puente se mantiene firme, este abandono ha provocado su deterioro, principalmente en el pretil oriente, que ha caído en dos terceras partes. El azolve provocado por el lodo y la basura que se arroja al canal amenazan con taponar uno de estos días el ojo del puente y provocar su completa destrucción.

Finalmente, debemos hacer notar que, aunque los puentes Colorado y Blanco eran los pasos más importantes que permitían el acceso al pueblo de Aculco, esta misma zona de la vega y muy cerca de ellos existen varios puentecillos más que libraban los canales y arroyuelos tan abundantes en la vega que corre entre Aculco y Ñadó. Mostramos aquí las fotos de dos de ellos.

Puentecillo con dovelas de piedra blanca que se encuentra casi inmediato al Puente Colorado.

Pretiles del casi totalmente azolvado puente que comunicaba al rancho de San José con la calzada de acceso a Aculco por el norte.

jueves, 6 de mayo de 2010

San José

El rancho de San José.

Al otro lado del valle que se forma al pie del altozano en el que se sitúa Aculco -aquellas "fértiles vegas" de las que hablara fray Agustín de Vetancurt al escribir sobre el pueblo en 1697- se encuentran la casa y capilla del rancho de San José. Ninguna noticia cierta he podido encontrar sobre su origen. Por la poca distancia que lo separa de Aculco, debió formar parte de las tierras de su fundo legal (es decir, los terrenos que rodeaban a un pueblo y desde su fundación eran cedidos a sus habitantes para su disfrute común). De ser así, habría pasado en la segunda mitad del siglo XIX -como otras muchas parcelas aledañas- a ser propiedad privada al ser distribuidas las llamadas "tierras de común repartimiento". Posiblemente fue así como llegó a manos de don Santiago Lozano, que lo poseía a principios del siglo XX.

Vista general de San José, desde Aculco.

Don Santiago Lozano fue un aculquense destacado, presidente municipal en 1901, 1909, 1910 y 1923. Hombre emprendedor, instaló a su costa el servicio telefónico entre Aculco y la estación de la hacienda de Cofradía del ferrocarril Cazadero-Solís hacia 1900. Fallecio en septiembre de 1927 a causa de un accidente de este mismo tren, que se descarriló en el puente Taxhié, cerca de Polotitlán.

Sin duda, fue el mismo don Santiago quien dio su aspecto actual a la casa del rancho de San José. Esta finca se asienta en una loma con pendiente hacia el sur y se encuentra rodeada de un muro perimetral de piedra blanca de Aculco que encierra una superficie de unos 3,500 metros cuadrados. Todo su perímetro carece de vanos excepto hacia el sur, en dirección a Aculco, donde se encuentra su entrada principal. Esta entrada seguramente tuvo algún interés arquitectónico, pero lo perdió al ser ensanchada mediante la simple demolición de sus jambas, dejándose con la apariencia ruinosa que vemos en las fotografías.

Muro perimetral y granero.

Al interior de sus muros destacan dos construcciones con casi las mismas dimensiones: un granero que se yergue hacia la parte oriente y una capilla hacia el poniente. Entre ellos se levantan diversas dependencias menores bastante deterioradas: la casa habitación, corrales, gallineros, caballerizas, etcétera. El granero, de una sola nave y orientado de norte a sur, estuvo cubierto con armaduras de madera y teja casi enteramente perdidas en su mitad poniente. Su interior era iluminado por una serie de ventanas rectangulares con dinteles de madera y cerradas por fuertes rejas. Según puede deducirse de sus paramentos de piedra, se formó posiblemente por el adosamiento de un cuerpo simétrico a una vieja troje de la mitad de ancho, con tejado a un agua.

Capilla del rancho de San José

Al otro extremo del recinto se levanta el elemento más interesante del rancho de San José: la capilla en la que se venera a este santo, mucho mejor conservada que el resto de la propiedad y que sirve prestando sus servicios a los vecinos. Quizás fue en su origen un granero como el descrito, ya que sus dimensiones generales, muros, tipo de cubierta y ventanas son equivalentes. La planta de la capilla es pues, también de una sola nave, aunque un par de cuartillos de teja adosados a ambos lados de la fachada (según parece, una sacristía y un bautisterio) le acercan a la forma de una cruz latina -más bien una T-.

Muro perimetral y fachada este de la capilla.

La fachada principal está formada por un arco de cantera rosa que forma un pequeño nártex, solución arquitectónica sin precedentes en esta zona. Al fondo del nártex se abre la portada de cantera rosa y cerramiento ochavado. Por encima del nártex se encuentra el coro de la capilla, que se ilumina con un par de ventanas de cantera rosa, cerramiento curvo y repisón corrido que se abren hacia la fachada principal. Entre las dos ventanas se encuentra una lápida de cantera en la que probablemente se encuentra registrado el año de construcción, aunque no resulta distinguible visto desde el nivel del suelo. Por encima se desplanta la espadaña con dos huecos para campanas ochavados y enmarcados en cantera. En el punto más alto se levanta una sencilla cruz y sobre los campanarios un par de pebeteros de barro muy parecidos a los de la torre del reloj (de 1904) en el centro de Aculco. En tiempos modernos se construyó un antiestético "balcón" de fierro que une ambos campanarios, que bien pudo haberse edificado en la parte posterior de la espadaña.

Muro perimetral y fachada oeste de la capilla.

Toda esta fachada muestra sus muros de mampostería de piedra blanca, con excepción de la parte central de la espadaña que se halla cubierta de aplanados y pintada. Da la impresión de que existió ahí alguna clase de ornamentación -un relieve, una hornacina, alguna pintura mural- que quizá fue destruida o permanece oculta tras el enlucido. Al frente de la capilla se bardó un pequeño espacio para hacer las veces de atrio, pero mientras los muros laterales se rematan en un simple lomo de toro, la parte frontal, que pertenece a otra etapa constructiva, muestra un remate mixtilíneo con arcos invertidos inspirado en el muro atrial de la parroquia.

Después de ser propiedad de don Santiago Lozano, el rancho de San José llegó a mediados del siglo XX a las manos de don Alfonso Díaz y en la década de 1980 fue vendida al mismo gupo de inversionistas que compró a don Alfonso otras importantes propiedades en esta zona, como el Molino Viejo y La Huerta. Desde entonces casi toda la propiedad, con la notable excepción de la capilla, ha ido cayendo en el abandono, del que no sabemos si se recuperará algún día.

La hermosa vista de Aculco desde el rancho de San José.

Agradezco las fotografías a Víctor Manuel Lara Bayón.


ACTUALIZACIÓN, 19/09/2011

La tarjeta de recuerdo de la bendición de la capilla de San José en 1922, hace 89 años:


ACTUALIZACIÓN, 22 de marzo de 2014:

Aquí, una serie de fotografías procedentes del Catálogo de Monumentos Históricos del INAH que muestra algunos detalles interesantes del interior y exterior del rancho de San José como estaba en la década de 1990: