martes, 9 de noviembre de 2010

Burros

Un burro de antaño, década de 1930, en la Plaza de la Constitución de Aculco.

No, no me refiero a la manada de políticos que durante ya muchos años han gobernado a Aculco y que son culpables de la destrucción continuada del patrimonio arquitectónico e histórico del lugar (como ha quedado puntualmente registrado en este blog), con lo que han hecho gala de una preparación intelectual que bien les haría merecer esa denominación. No: hablo de los mucho más humildes (pero también más útiles) equinos que desde el alba de la humanidad le han acompañado con gesto resignado para realizar tareas tan duras como poco reconocidas. Una especie antaño abundante y ahora casi extinta en muchos puntos de la geografía mexicana, como ocurre precisamente en este pueblo.

Burros en la Plazuela Hidalgo, en la década de 1960.

El burro era siempre compañero de los más pobres. En las grandes haciendas, como la de Arroyozarco, su presencia estaba más ligada a la producción de mulas -importantísimas para la economía local por su relación con el Camino Real de Tierra Adentro- que para su uso directo. Pero para el indio y el mestizo pobre de los pueblos de la jurisdicción de Aculco era el único vehículo posible, el único medio de transporte que podía disfrutar. En él cargaba los sacos de carbón que bajaba del monte para repartir de casa en casa, o los botes (antiguamente jarros) de leche, o la pastura acarreada desde algún alfalfar, quizás la compra de la semana, o en él montaba la esposa, o los niños, acaso a él mismo si el burrillo, casi nunca demasiado grande en estas tierras, soportaba su peso, también normalmente reducido por la mala alimentación...

Burros repartiendo carbón en la casa de Juárez no. 2, hacia 1964.

Desde las décadas de 1930 y 1940 el burro comenzó a perder terreno ante la bicicleta -más rapida, cómoda, fácil de cuidar, aunque no podía transitar por cualquier terreno ni usarse para llevar una carga mediana-. Por aquel entonces se cerró el último mesón que daba servicio en Aculco, situado en la casa de la Plaza de la Constitución número 14, que sirvió en sus últimos años como tal en dar albergue a los numerosos burros y alguna otra cabalgadura de quienes acudían al pueblo al tianguis de los domingos. Luego, el automóvil, el transporte público y la general elevación del nivel de vida en las décadas siguientes redujeron aún más el número de estos animales hasta volverlos poco frecuentes.

Burros en la bajadilla del atrio hacia la Plazuela Hidalgo, en la década de 1960.

Aún así, cuando yo era niño, hace no más de treinta años, era posible verlos todavía normalmente, atados a los postes en ciertos lugares precisos como la entrada al atrio de la parroquia por la Plaza Juárez, frente a la tienda de don José María Sánchez, por el Portal de la Primavera o en la tienda El Triunfo, en la calle Comonfort y en la calle Morelos. Me llamaba la atención de aquellas bestias su eterna mirada triste, su paciencia bíblica al esperar por horas al dueño, la variedad de sus pintas, los fustes de madera con los que se les ensillaba... y su casi inmutable silencio roto sólo alguna rara vez por la fuerza por su desagradable rebuzno (que ahora me parece simpático por pura añoranza). Cuando se trataba de una burra acompañada de su potrillo, pensaba siempre que aquella cría de actitud alegre y aspecto enternecedor no tardaría en convertirse también, a fuerza de palos, mal comer y trabajo pesado, en un asno tan triste y cabizbajo como cualquier otro.

Un burro de nuestros días fotografiado por José Luis Cárdenas. Fotografía tomada de Flickr.

Hoy, aún cuando ver jinetes a caballo por las calles congestionadas de automóviles de Aculco es algo todavía cotidiano, mirar a alguno de ellos montado en un burro o al cuadrúpedo atado a un poste es casi excepcional. Sin duda, en algunos pocos años habrán desaparecido por completo como elemento de su paisaje urbano. Por ello, si paseando por el pueblo llegas a ver por casualidad a uno de estos animales poco airosos y de tan lamentable fama, no dudes en tomarle una fotografía. Quizá sea la última.



Resignado, humilde, triste. Como si supiera que es uno de los últimos burros que serán amarrados a ese poste. Fotografías de M.A.P.