lunes, 22 de noviembre de 2010

El túmulo de Toxhié

El túmulo de Santiago Toxhié, dibujado por Aarón Flores Crispín (ca. 1976)

Túmulo.
2. m. Armazón de madera, vestida de paños fúnebres, que se erige para la celebración de las honras de un difunto.
(Del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española)


Después de recibir varios comentarios, todos ellos de palabra, acerca del texto dedicado al Panteón de Aculco, en el que expresaba mi rechazo por la caracterización del Día de Muertos como prácticamente un carnaval (gracias al legado del cardenismo y a una elaboración de supuesta recuperación antropológica-tradicional a partir de aquella etapa), escribo estas líneas para hacer algunas aclaraciones y añadir algunos datos sobre la manera de conmemorar a los difuntos en esta región del Estado de México.

En primer lugar, no niego la existencia de una tradición (más bien debería decir tradiciones, pues difieren en sus formas por su lugar de origen) arraigada y de origen remoto ligada al recuerdo de los muertos los días 1 y 2 de noviembre de cada año. Tampoco niego que parte importante de esa conmemoración sea la colocación de ofrendas (que no "altares") con alimentos particulares de estos días (los cuales, en su origen, eran para consumo de los vivos, no de los muertos). Lo que sí niego es que tales costumbres tengan por único y más importante origen el prehispánico, ya que su raíz principal es occidental, y afirmo que el agregado de elementos ajenos a ellas (como el perrito, referencias al Mictlan prehispánico, cempasúchiles en sitios donde nunca se cultivó ni se cultiva, calaveritas de azúcar en pueblos donde nunca se les conoció), han venido a convertir esas fechas en algo uniforme y tan "tradicional" como puede serlo el Halloween en una calle de Los Ángeles, California. Pero lo que rechazo con mayor energía es la idea de que todos los mexicanos somos tan patológicos como para reirnos de la muerte. Hasta uno de los que más patológicamente se reían de la muerte -la ajena por supuesto-, como fue Pancho Villa, lloró y suplicó de rodillas cuando Victoriano Huerta estuvo a minutos de fusilarlo.

Los mejores argumentos para fundamentar todas estas afirmaciones nos las da un libro sobrio y bien documentado llamado Ceremonias mortuorias entre los otomíes del norte del Estado de México, obra de los antropólogos Isabel Lagarriga Attias y Juan Manuel Sandoval Palacios, publicado por el gobierno del Estado de México en 1977, en el que los autores describen detalladamente sus observaciones de campo a mediados de aquella década en varias comunidades de los municipios de Acambay y Aculco. Sobre el origen de las conmemoración de los difuntos, los autores escriben:

La festividad de los fieles difuntos en el ceremonial católico fue instituida por Gregorio IV en el siglo IX. Vino a ser una amalgama de ideas pagano-cristianas, las cuales fueron introducidas a nuestro continente a raíz del contacto europeo. Aquí se entremezclaron con otras ceremonias de origen prehispánico. La fiesta de los muertos, en su forma actual, es entonces producto de todo este tipo de influencias... Tratar de hacer una división sobre qué elementos del ritual dedicados a los muertos son de origen prehispánico y cuáles no, nos parece fuera de lugar. Quitando algunos rasgos que son muy peculiares de la cultura otomí desde tiempo inmemorial (enterrar a los muertos con una escobita y copal) los demás rasgos no son sólo propios de la cultura hispana que importaron los conquistadores o de la cultura prehispánica, son comunes en muchos pueblos y su extensión es casi universal; tratar de caracterizar al mexicano por una especial actitud a la muerte y a los muertos, es olvidarse de lo anterior.



Puestos así los puntos sobre las íes, volvamos a lo que es realmente interesante y verdadero: en la región de Aculco sí existieron -tal vez todavía existen- formas tradicionales para recordar a los muertos que subsistieron hasta tiempos relativamente recientes en las comunidades indígenas que pertenecen a su circunscripción municipal. No hallará en ellas el espectador aquella gran mentira popularizada por Octavio Paz, en que el mexicano a la muerte "la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente"; por el contrario, en estos sitios donde la tradición fue menos afectada por la propaganda del Estado Revolucionario, "en ningún momento la broma o el humor se vislumbra", como leemos en el libro antes citado.

El estudio de los antropólogos Lagarriga y Sandoval da para mucho en este tema. Sin embargo, esta vez nos limitaremos únicamente a recuperar uno de los aspectos por ellos observados en un punto por demás interesante de la geografía cultural aculquense: el pueblo otomí de Santiago Oxthoc Toxhié. Según relatan los autores, en Toxhié encontraron un particular culto a la cruz en tres sitios distintos, la colocación de ofrendas de alimentos en las viviendas, un complicado ceremonial en su templo, y la erección de un singular túmulo o catafalco en la nave de éste:

A las 20:00 hrs [del 1o de noviembre], se empieza el rosario, cantado, dirigido por un "fiscal" y seis "cargueros" (de la fiesta de diciembre) que, parados en fila cerca de la puerta, dan el frente al altar. Delante de ellos, han dispuesto una mesita de 1.50 m. de largo por 50 cm. de ancho y 50 cm. de altura, con un mantel blanco donde ponen flores de cempasúchil y gladiolas.* Delante de esta mesita, un banco de 1 m. de largo por 20 cm. de ancho y 50 cm. de altura, con tres perforaciones. En las dos perforaciones de los extremos ponen dos candelabros de 1.75 m., con sus bases tocando el suelo. En la central, un Cristo. Delante de este banco, otra mesa, igual que la primera, cubierta por un lienzo negro que llega casi hasta el piso por sus cuatro lados. bajo este lienzo, una pequeña caja alargada, conteniendo copal. Dicha caja forma una protuberancia, que representa el tórax de un difunto, ya que ponen una calota (bóveda craneal) humana (sin cráneo facial) junto al tórax. De esta manera representan, pues, un cuerpo humano sin vida. El cráneo es muy antiguo y no se sabe de quién era.** Esta representación se pone siempre desde hace mucho tiempo. Son los "fiscales" quienes hacen el arreglo el 1o de noviembre, después de medio día que es cuando entran los difuntos grandes y salen "los angelitos".***

Encima de esta mesa, se ponen también 6 candelabros, 5 de bronce y 1 de barro, con ceras encendidas [...]

A las 9:30 de la mañana del 2 de noviembre, el campanero empieza a "doblar a muerto". A medio día se reúnen de nuevo las personas en la iglesia. Siete "cargueras" barren la iglesia, mientras algunos "cargueros" arreglan los adornos. Un "carguero mayor" se acerca a la mesa donde está el cráneo y se persigna, toma una flor por el tallo, la sumerge en un pocillo con agua bendita y rocía el cráneo, así como el cuerpo simulado, haciendo dos veces la señal de la cruz, para luego volver a poner la flor en el pocillo. Después se vuelve a persignar y hace una caravana, dando la impresión de que besa el cráneo. También se persigna ante el candelabro que tiene la cruz.

[Después de acudir al cementerio] la gente se reúne dentro de la iglesia donde un "carguero" baja la imagen de las ánimas, descolgándola de la vitrina donde está la imagen de Jesucristo, en el altar mayor. La imagen la reciben dos "cargueras" que se paran, ya con el cuadro, frente a la mesa donde está el cráneo...Cuando terminan (diversas ceremonias al interior y exterior del templo), el "rezandero" principal toma la flor del pocillo que están en la parte posterior de la mesa donde se encuentra el cráneo, y rocía la mesa con el agua bendita, así como el cuadro de las ánimas que es puesto en su altar por un "carguero".

Termina la ceremonia y los asistentes salen de la iglesia, sólo se quedan los "cargueros" para quitar las mesas, apagar las ceras y el copal. El cráneo es puesto detrás del cuadro de las ánimas en el altar...

* Los cempasúchiles se traían de afuera a muy alto costo; en Aculco no existía el cultivo de esta planta por lo que difícilmente se puede aceptar su carácter tradicional en el lugar (Nota de JLB basada en los comentarios de los autores).

** Además de la ornamentación con cráneos y osamentas común en el México prehispánico, su uso, como representación de la muerte estuvo muy en boga en la Colonia por lo que el uso del cráneo en esta localidad debió de haberse reforzado con su auge en esa época [Nota de los autores].

*** La celebración de los "angelitos" o niños muertos el 1o de noviembre no tiene, como a veces se trata de hacer ver, su origen en la fiesta prehispánica de los "muertos chiquitos" o más bien "pequeña fiesta de los muertos" (que además se celebraba enm agosto, no en noviembre). Se trata más bien de una tergiversación o extensión del sentido de la fiesta católica oficial del día, "Todos los Santos", bajo el que se incluyen a los niños que, muertos bautizados e inocentes, adquieren automáticamente cierto halo de santidad, o por lo menos se puede asegurar que se han salvado (Nota de JLB).



Intencionalmente hemos dejado fuera de esta descripción el detalle pormenorizado de las ceremonias que se realizan en presencia de este curioso túmulo, que ya serán motivo de otro post. En esta ocasión sólo hemos querido señalar la existencia de esta tradición, que no sabemos si aún perdura bajo la misma forma en el pueblo de Santiago Toxhié. A algunos les parecerá que no tiene la gracia de una ofrenda con pan de muerto, calabaza, papel de china, y sonrientes calaveritas de azúcar. Para otros quizá resulte turbadora e incluso patética. Pero tiene, a mi ver, un valor muy alto: primero, por el profundo sentido de memento mori que seguramente quisieron darle allá en la profundidad de los siglos sus creadores; segundo, por su relación como ejemplo menor, pero vivo, de los mucho más fastuosos catafalcos novohispanos como el erigido por el arquitecto Claudio de Arciniega para las exequias de Carlos V, o el de carácter permanente que existe todavía en el Museo de Bellas Artes de Toluca; y tercero, como manifestación cultural propia del Día de Muertos en el municipio de Aculco, ajena casi completamente a lamentables mixturas contemporáneas. Es decir, tiene el incomparable valor de la autenticidad.