viernes, 30 de septiembre de 2011

Un curioso relato de la intervención francesa en México

Hace ya bastante tiempo escribí en este blog un texto sobre el cementerio francés de Arroyozarco, en el que relataba aquella acción en la que -tal como rezaba una lápida ya desparecida- "el 31 de diciembre de 1863, ocho franceses resistieron durante muchas horas a un ataque de más de doscientos enemigos", siendo enterrados en el lugar "los que murieron gloriosamente en ese combate". Eran ellos Charles Bergenstrahl, un oficial sueco, Montfaucon, sargento del 81 de línea, Le Cuilhon, cazador del 18o batallón, Messannot, un zuavo del primer regimiento y Guillemain, del segundo regimiento de cazadores de África.

Curiosamente, encontré un relato desconocido para mí que hace mención de este suceso (y sobre todo de sus consecuencias), si bien lleno de errores y escrito con tan poca precisión que vale más tomarlo como lo que parece ser, sólo un cuentecillo basado en ciertos hechos reales y no una historia verdadera. Los errores comienzan con las fechas, ya que el autor afirma que la matanza ocurrió a fines de enero de 1864, cuando en eralidad sucedió un mes antes. Luego, habla del pueblo de "Nopales" cuando sin duda se refiere a Nopala. Y, aún más grave, cambia el apellido del famoso guerrillero nopalteco Nicolás Romero por "Ramírez", y , pese a retratarlo fielmente en otros rasgos, asegura que era michoacano. Para quienes conozcan algo de la vida y muerte de Nicolás Romero, no quedará duda de que el "Ramírez" de esta historia no puede ser nadie más que él.

De cualquier manera, el texto es entretenido y capta muy bien otros detalles como la naturaleza, orografía y fauna de la región que se extiende entre San Juan del Río, Arroyozarco, Polotitlán, Nopala y Cazadero.

Por cierto, el autor es el conde Emile de Kératry, autor del famoso libro Elevación y caída del emperador Maximiliano. Fue publicado en La revue pour tous, en 1889. La traducción es mía, por lo que pido a los lectores disculpas adelantadas por los errores, aunque el uso irregular de los tiempos verbales proviene en muchos casos directamente del autor.






La Soldadera

Por el conde Émile de Kératry

Hacia fines de enero de 1864, las tropas francesas irradiaban en el interior de México hasta Zacatecas y Guadalajara, sobre la vertiente del Pacífico, con la misión de preparar la elevación al trono del archiduque Maximiliano.
La larga ruta de México a Guadalajara, donde el general en jefe había establecido su cuartel general, estaba resguardada militarmente. En las ciudades principales, grandes destacamentos; en el campo, pequeños puestos intermedios, para prevenirse de las sorpresas de los liberales.
Un oficial francés ocupaba entonces el punto de San Juan [del Río], cerca de Querétaro, de lúgubre memoria, con cuarenta y cinco hombres de caballería, todos voluntarios de África, y una compañía de guardias rurales, mexicana, puesta bajo sus órdenes. Hombres y bestias dormían tranquilamente la siesta en pleno sol, a cubierto bajo unas chozas de rastrojo de maíz, cuando el pequeño campamento se conmocionó. Un indio, cubierto de sudor y polvo, acababa de llegar con una triste noticia.
El correo del general en jefe, pasado la víspera y cargado de adhesiones al Imperio de las provincias sometidas a los destinos de las Tullerías y de Miramar, había sido atacada en los alrededores de Arroyo Zarco, a unas treinta leguas de la ciudad de México, por una fuerte banda de guerrilleros. La diligencia que transportaba una decena de zuavos y un oficial sueco, había sufrido un asalto de muchas horas. La masacre había sido completa. La escolta entera había sucumbido. Solo a la partida del indio, el oficial, aunque tenía once heridas tanto de bala como de lanza, respiraba todavía. Este valeroso oficial era M. Ericsson [Kératry parece confundiar a Bergenstrahl y Ericsson; en todo caso, habrían sido dos los oficiales suecos presentes en este suceso], quien había seguido toda la campaña con nosotros con en el 3o. de cazadores de África. Sobrevivió milagrosamente y fue agregado más tarde a Su Majestad el rey de Suecia como oficial de ordenanza.
Los partisanos mexicanos habían, de cualquier manera, pagado caro su triunfo. Setenta y siete cadáveres de los suyos habían tapado el sol alrededor de la diligencia transformada en fortaleza. El indio, tembloroso todavía, añadió de parte del alcalde "que la guerrilla, una vez dado su golpe, se había lanzado por el campo hacia la hacienda de Nopales [sic, en realidad el pueblo de Nopala, como le llamaremos en adelante], marchando con el fin de regresar y aplastar de improviso el débil puesto de San Juan". El informe de la catástrofe fue transmitido inmediatamente a l general Mejía, comandante en jefe de Querétaro. Al día siguiente por la mañana, llegó la orden de perseguir a los guerrilleros.

La desaparecida lápida del cementerio francés de Arroyozarco

Los informes recientes señalaban que esa multitud de partisanos obedecía a uno llamado Ramírez [¿sic pro Romero?], joven patriota de Michoacán, conocido como uno de los más audaces e infatigables adversarios de la intervención. Ante un enemigo semejante, que disponía de fuerzas superiores, debía actuarse con rigor.
El azar había acomodado las cosas. El capitán V..., que comandaba el puesto de San Juan, aunque con la fuerza de la edad, tenía muchas leguas andadas. Vasco de origen, antiguamente enrolado como voluntario en Argelia, había transcurrido su carrera en los asuntos árabes y nadie era mejor que él para los ardides de la guerra. Alto de estatura, frío, tan enérgico como prudente, se imponía a todos con su cicatriz en plena frente. Lo conocía todo, excepto la suerte. Sólo se le conocían dos pasiones, la de su bandera y la de su caballo, valiente compañero venido con él de las arenas de Djebel Amour. Una vez en la silla, corcel y caballero parecían uno.

Carga de cazadores de África, detalle de la estampa Guerre du Mexique no. 121, BNF

***

La sopa ha sido comida. El toque de partida suena. La pequeña tropa francesa está jubilosa de correr a la aventura. ¡La larga inacción del vivac es tan pesada! ¡Va finalmente a encontrar al enemigo tan frecuentemente inasible! La columna se estremece, caballeros al frente; los sesenta infantes de la guardia rural les siguen. Las soldaderas cierran ruidosamente la marcha.
La soldadera es la compañera irregular del soldado mexicano. Algunas montan en mulas, la cara cuidadosamente envuelta bajo el sombrero de paja con grandes alas, temerosas del polvo. Otras, las más humildes, llevan en la espalda o sobre la cabeza, normalmente, los utensilios de hogar y sus magras provisiones de la jornada; con la misma frecuencia, tienen un niño en brazos. Fisgonean por todos lados del camino con el fin de aumentar la ración de su soldado. Se lanzan como una nube de langostas sobre los campos de maíz o de cañas de azúcar que despojan, sin que nadie se atreva a quejarse. Es un uso común: es el diezmo de la guerra. Por la tarde, ellas encienden las mil cocinas del vivac, cantan, fuman cigarros, después se acuestan al aire libre, mezcaladas con la soldadesca. En el combate, ellas toman su puesto y marchan con aire resuelto. La soldadera, esa intendencia militar. Sin ella, el soldado mexicano moriría frecuentemente de hambre.
Con sorpresa general, el capitan, que precede a la tropa, ha tomado el camino de Querétaro, volviendo precisamente la espalda a la dirección señalada por la guerrilla de Ramírez. Y es que siempre al partir, con el fin de despistar a los espías, enmascara el verdadero objetivo. Después de una hora de marcha, se lanza a la derecha y retrocede sobre sus pasos. La columna se alarga por la planicie sin ramales por la que corre el camino. Tiene interminables milpas de maíz, medio saqueadas, a las que suceden campos de maguey del que se extrae el pulque, el vino de México.
Después, vastas soledades sembradas de pirules con largas ramas olorosas que se agitan con la brisa. Allí están algunas pequeñas lagunas, verdaderas reservas de este desierto de la altiplanicie, donde con un tiro alzan el vuelo enormes batallones de ocas salvajes. Es ahí donde se detienen para refrescarse y rellenar los bidones de agua salobre. En este país de la sed, el sol quema, el viento es glacial. El campo no se altera más que por remolinos de polvo que se elevan blanquecinos y turbulentos por los aires.
El capitán, siempre al acecho, el catalejo fijo en el horizonte, interroga a los torbellinos, con la duda de si son levantados por una tropa en marcha. A través de esta zona erosionada, las sorpresas son de temerse por la profundidad de las barrancas en que surcan el país. Muchas veces, el reflejo de los grandes quiotes de los magueyes con su resplandor metálico espejean a lo lejos bajo el sol e imitan, hasta confundir, un desfile perpetuo de lanzas, el arma favorita del hombre de a caballo mexicano.

Fusileros franceses, detalle de la estampa Guerre du mexique no. 121, BNF

El tranco ha sido largo y polvoso. A lo largo del camino, el capitán no ha hecho nada más que señalar cierto comportamiento del oficial de la guardia rural, que se demoraba a veces al lado de una soldadera, velada hasta los ojos y montada en una mula de patas nerviosas. El capitán, a quien no le gusta el flirteo bajo las armas, le ha invitado un poco rudamente a regresar a la cabeza de su compañía. El galante Prieto obedeció rápidamente: la soldadera le ha lanzado una mirada de inteligencia.
Prieto es este caballero, de tez morena y cabello medio crespo. Hijo de un sacerdote y de una india, ha combatido bajo todas las banderas, bajo la de Juárez como la de Márquez. Indiferente a la vida y a la muerte, no es sensible más que al pillaje y no conoce más que la razón del más fuerte.
Finalmente, la silueta de un "mirador" se perfila sobre el cielo azulado; es el campanario de la modesta iglesia de Cazadero, pequeño poblado situado a varias leguas de Nopala donde se oculta la guerrilla de Ramírez.

Capilla de la hacienda de Cazadero, Qro.

El capitán, que desconfía de todas las poblaciones, sube a un cerro desde el que se domina el pueblo y planta ahí su campamento. Tan pronto se establece la guardia, se arman las tiendas con defensa absoluta para salir al campo. El montículo no es accesible por la cara que da hacia Cazadero. Por detrás, está resguardado por una inmensa barranca de más de sesenta metros de largo que se hunde a más de cincuenta metros de profundidad. Los indios, con sus cabellos negros y lacios, su nariz aplastada y largo pantalón blanco, acuden a vender mezcal, tortillas de maíz y manteca. Dos vaqueros, vestidos de gamuza de los pies a la cabeza y armados con reatas, han traído un toro que será muerto para alimentar a la columna.
Al momento mismo en que la retaguardia de soldaderas llega al pie del cerro, el animal, que presiente su suerte, escapa. La reata silba en el aire y enlaza una de sus patas traseras. Furioso, el animal embiste y golpea con su cuerno un flanco de la mula montada todavía por la soldadera embozada. La mula, enloquecida, enfila a toda velocidad en dirección a la barranca llevando con ella a la joven mexicana que no puede ya controlar a su cabalgadura. El capitán, todavía montado, se ha dado cuenta del peligro: se lanza al galope en pos de la mula, la alcanza, toma por su brazo izquierdo a la soldadera y con gran esfuerzo, llevando en vilo a la mujer, detiene su caballo al borde mismo del precipicio en el que rueda y se despedaza la mula lanzada a toda velocidad. La mexicana está sana y salva. El capitán, después de dejarla deslizarse en tierra, regresa tranquilamente al campo, aclamdo por la tropa y los indios maravillados.

***

Campamento francés. Detalle de la estampa Guerre de Mexique no. 121, BNF

Bajo una espléndida bóveda estrellada donde destaca el brillo de la Cruz del Sur, el campamento descansa, vigilado por sus centinelas. La noche es fría en el altiplano de San Juan cuya altitud alcanza los 1900 metros sobre el nivel del mar. Solo, el capitán, dentro de su capote, atizando el fuego que se apaga, duerme con un ojo abierto. Al contacto de una mano que acaba de posarse en su espalda, se endereza sobresaltado. Tras él, está en pie la soldadera con un dedo sobre sus labios, como la estatua del silencio. La llama de la fogata que se ha reavivado con el viento ilumina su rostro. Estaba encantadora, la soldadera, son sus grandes ojos pardos, llenos de energía y delicadeza, la cabeza encapuchada bajo un rebozo rayado en rojo, formando los pliegues graciosos de la mantilla.
"Señor caballero, murmura ella en voz baja, me has salvado la vida. Quiero pagar mi deuda. Se dice que esta noche quieres ponerte en ruta para sorprender a Ramírez. ¡Cuídate bien de hacerlo! Porque él mismo espera en la barranca frente a Nopala, con cuatrocientos jinetes; fue informado que tu tropa no cuenta más que con cien soldados. ¡Guárdate también de la traición que puede marchar contigo. Créeme y adiós! Me voy". Apenas estas palabras fueron lanzadas en la noche, el capitán estaba en pie. Deseoso de explicaciones más claras, trata en vano de retener a la mujer que se le escapa. La encantadora ha desaparecido tras las tiendas de campaña y se ha perdido en las sombras entre las otras soldaderas.
El misterioso aviso tenía apariencia de sinceridad, pero el viejo jefe de asuntos árabes tenía un alma demasiado desengañada para apartarse un minuto de su deber de soldado. Encararse contra un enemigo superior en número, emboscado, era el oficio de todos los días y su audacia no temía un punto. Pero reflexionaba en la palabra traición. El recuerdo del oficial mexicano a quien había reprendido vino a su memoria. Pensó que debía quizá tomar cierta precaución, porque la defección de nuestros aliados durante la acción estaba ya vista. También resolvió esperar la claridad del día para marchar al combate. Por una parte, los avistaría mejor; por otra, se sentiría seguro por el conocimiento exacto del terreno sobre el que debía operar. Entonces se tendió de nuevo sobre su dura cama; después, los párpados entrecerrados, se puso a soñar en la tierra de Francia. Por un instante, la seductora mexicana, como una sombra, atraviesa los sueños del capitán de corazón de bronce.

Monograma en el acceso contemporáneo a la hacienda de Cazadero, Qro.

***

El alba ilumina el horizonte. El crepúsculo es corto en esta latitud. El toque de diana, jubiloso como el canto de la alondra, ha sonado en el aire, confundiéndose con el sonido argentino de la campana de Cazadero que llama a sus piadosos indios al rezo del Ángelus. Después de una buena noche de reposo, cada uno se siente alegre y listo para trabajar. Jinetes e infantes están ya sobre las armas. El capitán, con aire marcial, inspecciona a la tropa; después se detiene al centro: "Hijos míos, lamentablemente la mañana será caliente. Seremos uno contra cinco. Ustedes están acostumbrados. Hará falta juntar los codos; sangre fría y siempre la vista sobre mí. Saben bien que pueden tener confianza. Y recuerden, pues, que debemos vengar a nuestros pobres camaradas. Ahora, ¡adelante! ¡Y con el favor de Dios!
Un escalofrío sacudió todos los pechos: en el aire se sentía ya la pólvora. La columna se puso en ruta, los ojos de cada soldado penetrando ansiosamente la bruma de la mañana. ¿Quién no ha experimentado ese breve sentimiento de angustia, precursor de la pelea?
Una vez en marcha, el capitan se aproximó sin ser sentido al oficial de la guardia rural. "Y bien, teniente Prieto, ¿está seguro de sus hombres?" -"Como de mí, comandante". -"He tenido un sueño singular, Prieto". -"¿Cuál, comandante?" -"He soñado que te volabas los sesos". Prieto levantó bruscamente la cabeza, como si le hubieran alcanzado en pleno cráneo: estaba pálido, los labios apretados, fijos los ojos en el capitán para saber si hablaba seriamente o bromeaba.
El capitán llamó enseguida a uno de sus jinetes, hercúleo, y le habló en voz baja. El jinete dio media vuelta y se colocó al otro flanco del oficial mexicano. "Teniente, añade el oficial francés, aquí tiene a un caballero a disposición de usted. Se me ha ordenado no dejarlo solo y velar por usted, ...por temor a que se equivoque de camino". Enseguida, el capitán espoleó su caballo hacia adelante, dejando a Pedro aturdido, mientras que el jinete sacaba el revólver de su funda y daba vuelta al seguro, ajustando el arma a su cintura, al tiempo que silbaba plácidamente la cancioncilla "de la casquete à Bugeaud". Esta vez, Pedro había entendido bien: había que andar derecho. Por otra parte, la soldadera había desaparecido de las filas; falta de cabalgadura, sin duda había debido permanecer en la retaguardia de la columna.

Emboscada de mexicanos, detalle de la estampa Guerre du Mexique no. 121, BNF

Se aproximan a la barranca de Nopala. Todos están al acecho. Entonces, dos tiros silban por encima de las cabezas; son las avanzadas de Ramírez, que se repliegan y dan la voz de alerta. Sobre la otra ribera, a esta hora desierta, se despliega una línea rápida de caballería que tirotea. Tras los tiradores, cuyas provocaciones injuriosas se confunden con gritos casi salvajes, aparecen dos fuertes escuadrones de guerrilleros que, lanzas al viento, esperan a pie firme sobre un terreno desnudo y lleno de agujeros.


La plaza y una calle de Nopala, Hgo.

El capitán no duda, ordena a Pedro atravesar la barranca de frente, oponer tiradores a tiradores, ganando el terreno sobre la izquierda para alcanzar una gran hacienda que, en caso de derrota, podrá cubrir la retirada. Mientras que los infantes entretienen al enemigo, el capitán y su medio escuadrón desaparecen en el barranco, lo rodean sin descubrirse, escalan la orilla opuesta y se abaten como un huracán, los sables en ristre, sobre los escuadrones que todavía le vuelven la espalda. El choque tiene lugar. Se escucha un gran ruido de hierro y acero. Los jinetes se entrecruzan y cargan unos contra otros. El desorden de la guerrilla llega al límite. Por su lado, Prieto, que no tiene más elección que vencer o morir, lleva intrépidamente a sus infantes con sólo las bayonetas.
El terreno se cubre de muertos y heridos. Un esfuerzo más y los liberales cederán, a pesar de la "furia" de Ramírez que no deja de concentrar a sus partisanos. El jefe mexicano, de chaqueta negra, bajo un sombrero con una serpiente de plata, se para sobre sus grandes estribos, el sarape ondenando en el arzón de la silla, confiado a la vista, el rostro en fuego, machete y revólver en los puños, en lo más fuerte de la pelea.

Monumento a Nicolás Romero en Nopala, Hgo.

Más he aquí que un rugido de júbilo se extiende por la línea mexicana. El caballo negro del capitán, golpeado a muerte por una lanzada y desangrándose, acaba de desplomarse sobre su jinete. Los liberales regresan con rabia. El círculo se estrecha. El capitán, levantado y sano y salvo, pero desmontado, comprendió lo comprometido de la situación, hizo sonar el toque de concentración y no tiene más tiempo, con aquellos de sus compañeros que sobreviven, de lanzarse al corral de la hacienda, donde las puertas se cierran a tiempo, a pesar del esfuerzo de los asaltantes.
Se pasa lista rápidamente; de los cien combatientes, ¡no quedan más que 63! Caballeros e infantes suben a las azoteas de la hacienda, que no tiene aberturas exteriores.
Protegidos por las almenas de adobe (ladrillos cocidos al sol), rápidamente comprometen una nutrida fusilería por los cuatro costados que hace retroceder fuera de su alcance a Ramírez y su banda.
Pero el capitán no se hace muchas ilusiones. ¡El respiro no durará mucho!Mientras lanza una mirada melancólica a su pobre caballo, ese bravo compañero caído allá en el campo del honor, Prieto le grita, desde la azotea opuesta, que los liberales regresan en gran número, seguidos de indios cargados de grandes bultos de paja. Es claro que el enemigo va a tratar de incendiar la hacienda, como en otro tiempo en Tierra Caliente, en Camarón, donde fue quemada viva la gloriosa compañía de la Legión Extranjera. Se da la orden de dejarlos aproximarse a buena distancia, de modo que no se tire sino a la segura. Si se les logra detener hasta la tarde, hasta que caiga la noche, se arriesgará una salida para ganar la barranca.
El fuego de fusilería comienza de una parte y otra. Los incendiarios ganan terreno. Las trompetas mexicanas, con notas chillonas mezcladas con vociferaciones de vencedor, resuenan en las cuatro esquinas de la hacienda. Bajo el ardor del suelo que transforma en braceros la blancura de las azoteas, el cansancio vence poco a poco a los defensores. Mas el capitán, cuya energía no ha vacilado, acaba de estremecerse. Su oído ejercitado ha captado en el aire un coro que le es grato. Una nube de polvo aparece en los límites de la planicie. Una tropa de caballería formando torbellinos atraviesa el campo arrasando todo a su paso. Los liberales alarmados se dispersan como bandadas de aves al grito de "¡Los carniceros azules!" Este era el sobrenombre de los cazadores de África después de nuestros sangrientos encuentros de Cholula y Atlixco. Uno de nuestros escuadrones, lanzado la misma mañana desde Tula en persecución de Ramírez, tomando hacia San Juan, había acudido a la carga al primer ruido de fusilería que resonó en la montaña. Al aproximarse, el capitán y su tropa diezmada hicieron una vigorosa salida fuera de la hacienda. Los guerrilleros, tomados entre dos fuegos, caen o huyen. Pero su jefe Ramírez acaba de ser hecho prisionero. De nuestra parte hay abrazos y expresiones de gratitud y felicidad. Después, comienzan a recogerse los muertos y los heridos.

Derrota de la caballería mexicana, detalle de la estampa Guerre du Mexique no 121, BNF

***

El sol declina. El capitán, herido de bala durante la salida, reposa tumbado sobre una cama en la hacienda. Sólo la carne de la pierna ha sido afectada. El aposentador ha venido a darle cuenta que la corte marcial se ha reunido para juzgar al jefe Ramírez. Éste ha comparecido frente a sus jueces, fieramente embozado en su sarape hasta medio rostro, y ha rehusado hablar para defenderse. Ha sido condenado a ser pasado por las armas. Por el momento, es asistido por el cura de La Soledad [Polotitlán], villa vecina de Nopala, y la ejecución tendrá lugar a las seis, frente a la hacienda.

Parroquia de San Antonio Polotitlán, sitio frecuentemente nombrado desde tiempos antiguos como "La Soledad".

Al momento en que el suboficial se retiraba, el padre apareció en el umbral de la habitación, y, sin esperar la invitación para entrar, se precipitó hacia el capitán. "Señor caballero, dijo, me dirijo a usted porque se me ha dicho que es usted el comandante de la tropa francesa. Los deberes de mi ministerio me obligan a suplicarle clemencia. El capitán protesta. Sí, señor, cuando usted haya entendido la revelación que la confesión me ha hecho conocer y cuyo secreto la humanidad me ordena violar para evitar un verdadero crimen, estoy cierto de que concederá su gracia. El oficial que acaba de ser condenado a muerte, bajo el nombre de Ramírez... es una mujer. Después de haber visto masacrar frente a sus ojos a su padre y su hermano, en Morelia, la desesperación la ha extraviado. Desde hace seis meses, Anita Palon... se bate contra usted, ella lo declara. En muchas ocasiones, disfrazada, ha atravesado sus líneas, según se gloria. Pero es una mujer, señor, y los franceses no asesinan mujeres". Todo ello era dicho en un largo sollozo. Viendo la emoción penetrar en su interlocutor, el padre insiste. "Le suplico, comandante, no hay un minuto que perder. En nombre de su madre, de aquellos que ama, déjese convencer!"
El capitán, a pesar del sufrimiento que traicionaba su rostro, se levantó; apoyado en el brazo del buen cura, se dirigió a la puerta de la hacienda.
A doscientos pasos en el campo, estaba ya formado el pelotón de ejecución. Diez pasos al frente, la condenada, con los ojos vendados, esperaba, fieramente plantada. Al momento mismo en que el capitán, con su voz más fuerte gritaba "¡Deténganse!", el ayudante había levantado su sable; el fuego del pelotón desgarra el aire y la mexicana. después de gritar "¡viva la libertad!" cae de una sola vez, cara en tierra.
El médico se aproxima al cuerpo y constata que no late el corazón. A la vista de la joven, el capitan vacila sobre sí mismo al verle los ojos. La muerta era la soldadera. El ministro de Dios misericordiosamente salmodia el de profundis con voz angustiada.
Al recuerdo de la lealtad caballeresca de la joven patriota. caída como heroína por la independencia de su país, el capitán, mudo, se descubre lentamente, y una gruesa lágrima cae de los ojos del viejo soldado.


El falso "Ramírez", ilustración de la La revue pour tous


Agradezco las fotografías de Nopala y Cazadero a Víctor Manuel Lara Bayón.


ACTUALIZACIÓN, 14 de diciembre de 2011:

Según publicó el diario La Época, de Madrid, del 5 de marzo de 1864

Del ejército de Uraga quedaron algunas partidas gruesas como las de Canales, Toro, Riva Palacio y Pueblita. La primera de esas partidas, después de saquear algunas haciendas, vino a atacar a una de las diligencias del interior entre la Soledad y Arroyozarco, dando muerte a dos oficiales y algunos soldados franceses que venían en ella y que se defendieron heróicamente , lo mismo que un correo del mariscal Bazaine.

El general a quien este periódico atribuye el ataque a la diligencia era Servando Canales, nacido en Carmargo, Tamaulipas, en 1830, que participó en importantes batallas a lo largo de la guerra de intervención y que años después se adhirió al Plan de Tuxtepec que llevó a Porfirio Díaz a la presidencia.Fue después gobernador de Tamaulipas y, reconocido como benemérito de su entidad, el aeropuerto de la ciudad de Matamoros lleva su nombre.

El general Servando Canales

1 comentario:

  1. ¡Qué historia tan simpática! Es una novela romantica, no? Me sorprendió enterarme que las soldaderas no aparecieron durante la revolución y que las tropas francesas dispersas en por todo el país no son una leyenda (a la que se atribuye la paternidad de infinidad de personas rubias en el medio rural).

    ResponderEliminar

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.