jueves, 8 de diciembre de 2011

El árbol de los ahorcados

Las ramas del "árbol de los ahorcados" en una postal de la década de 1960.

Una de las mayores pérdidas que ha sufrido el tejido urbano de Aculco -y a la vez la menos recordada y comprendida- ha sido la de sus árboles. Algunos sucumbieron a la propia naturaleza, como el enorme fresno del atrio de la parroquia (cuyo muñón aún reverdece) abatido por el viento y su vejez en 1985. Otros, como los grandes cedros que bordeaban el lado norte de la Plaza de la Constitución, murieron en pocos años a causa de una plaga descortezadora. Los truenos (ligustros) que bordeaban calles enteras como Juárez, Hidalgo, Matamoros y José Canal, poco a poco han ido desapareciendo -ya para permitir el tránsito o estacionamiento de vehículos, ya mutilados para que su crecimiento no dañe los cables de luz-. Los antiguos (y para algunos, tristes) cipreses del atrio fueron talados en su totalidad en la década de 1950. La Palma de la calle Manuel del Mazo perdió uno de sus brazos por culpa de un camión hace unas décadas. Al gran cedro que alegraba la entrada al pueblo en la milpa de San Isidro le fue arrancada la mitad de sus ramas hace apenas poco más de un año. Los arbolillos que se encontraban al lado sur de la Plaza de la Constitución y cuyo único pecado consistía en quedar unos metros fuera del polígono señalado por el jardín, fueron arrancados hasta la cepa en años recientes...

La Calle Juárez hacia 1950, cuando conservaba casi completas las líneas de truenos junto a sus dos aceras. Justo por encima de la cruz que se ve en primer término asoma el "árbol de los ahorcados".

En realidad, la pelea entre los forestadores y los deforestadores de Aculco es historia vieja. Así lo demuestra la noticia publicada en el periódico El País el 14 de octubre de 1913, cuando fueron derribados los crecidos eucaliptos que en aquel entonces adornaban la Plaza de la Constitución y que todavía pueden verse en viejas fotografías:

Fueron talados los árboles

En el pueblo de Aculco, del Estado de Méjico, acaban de ser talados todos los árboles que existían en la plaza principal y que constituían su único ornato. Parece que es debido a la instalación de cuatro pequeños focos de alcohol que han sido colocados para substituir a los del antiguo alumbrado que era de petróleo. Como la municipalidad no podrá sufragar los crecidos gastos que dichos focos originan por su escasez de fondos, pronto tendrán que desaparecer; dando por resultado que la población se vea privada de lucir sus frondosos árboles.

Es de extrañar tal procedimiento por dos razones: la primera y más poderosa, es que todas las naciones se esmeran en plantar árboles tanto en las poblaciones como en los campos por ser necesarios para la salud pública, y segundo porque es de creerse que el follaje de dichos árboles no impedía de ninguna manera que los potentes rayos se esparcieran con toda libertad.

Si aquel acto hubiera llegado a conocimiento del C. Gobernador del Estado o de la Secretaría de Fomento, es indudable que no se consumara tal atentado.


Arbolitos plantados en el costado sur de la Plaza de la Constitución, en este detalle de un dibujo de 1838.

Una nota más, escrita por "un aculquense" y públicada por el mismo diario el 20 de octubre siguiente, informa acerca del número de árboles destruidos y su antigüedad: "33 hermosos árboles de ornato que existían en la plaza principal del histórico pueblo de Aculco, del Estado de Méjico, muchos de ellos mudos testigos de dos generaciones".

Cierto es también que algunos espacios limitados, aunque en ningún caso conservan muchos de sus árboles originales, fueron plantados nuevos retoños en el curso del último medio siglo, que hoy lucen con disfrutable gracia. Es el caso de las jacarandas de la Plazuela Hidalgo o las fragantes magnolias de la Plaza de la Constitución. En el atrio de la parroquia crecen también, ya notables por su tamaño, las palmeras canarias que reemplazaron a los cipreses.

Antigua fotografía en la que se observan todavía los cipreses del atrio parroquial.

La Plaza Juárez, conservando su carácter histórico de plaza llana y abierta, fue bordeada con buen sentido de jardineras en las que se plantaron, en 1974, las magnolias que actualmente la adornan en sus orillas este, norte y sur. Pero si el paseante observador se dirige hacia su extremo oriente, a espaldas del monumento a Benito Juárez, verá que fuera de las jardineras se yergue, al lado de un par de árboles más jóvenes alineados a él, un viejo fresno que resulta ciertamente más notable por su edad que por su tamaño. En efecto, en el centro de Aculco, cuando un árbol no tiene cepa o jardinera que le dé algo de espacio, sustento y nutrientes, está condenado a desarrollarse con lentitud a causa el subsuselo rocoso. Tanto así que este fresno, como indican las fotografías al compararlas con el árbol hoy en día, parece no haber crecido un palmo en más de cincuenta años.

La Plaza Juárez a principios de la década de 1960. Al fondo destaca el "árbol de los ahorcados". El resto de la plaza carecía de vegetación.

La Plaza Juárez en 1974. Las magnolias lucen recién plantadas en las nuevas jardineras. Tras el muro del atrio asoma el viejo fresno, todavía entero, y las palmeras que reemplazarona los cipreses. Al fondo de la plaza se yergue, como seimpre, el "árbol de los ahorcados".


El viejo fresno tiene, sin embargo, prestancia. Sus retorcidas ramas, cubiertas de líquenes y brotes de heno, reverdecen cada primavera con renovada juventud. Bello es el árbol y al recorrer su risueño entorno resulta difícil hoy en día imaginar que hace poco menos de un siglo se columpiaban de sus ramas varios hombres ahorcados por alguno de los bandos en conflicto durante la Revolución Mexicana. Como escribimos en el libro Ñadó, un monte, una hacienda, una historia, siguiendo la tradición oral:

... en cierta ocasión los revolucionarios entraron a la hacienda de Ñadó en busca del patrón o del administrador, pero no encontraron más que a algunos empleados y peones que tomaron presos y llevaron a Aculco. En este lugar, varios de ellos fueron colgados por los rebeldes en las ramas de los fresnos que crecen a la orilla de la Plaza Juárez, mientras que a otros les formaron cuadro para fusilarlos en el muro frontero, correspondiente a la casa de Juárez número 2. Toribio Peralta -que entonces contaba con unos 22 años- estaba entre éstos y le fue señalado el último sitio en la fila, muy cerca de la esquina de la casa con la calle José Canal. Repentinamente, aprovechando un momentáneo descuido de la tropa, Peralta echó a correr hacia el oriente, perdiéndose en pocos segundos entre las milpas y cercas de piedra que existían donde hoy se encuentra el Hospital Concepción Martínez. Aunque los revolucionarios dispararon contra él, no pudieron herirlo y vivió muchos años más, pues murió el 6 de mayo de 1939.


Los tres fresnos que "sobresalen" de la explanada de la Plaza Juárez. El último, al fondo, es el "árbol de los ahorcados".

En realidad fue uno solo el fresno utilizado para las ejecuciones, o por lo menos es sólo uno el que queda. Este "árbol de los ahorcados", aunque en buen estado y seguramente con muchos años más de vida por delante, es, pese a todo, vulnerable. Si a lo largo de los siglos las autoridades municipales y los particulares fueron capaces de derribar muchas decenas de árboles de las calles de Aculco sin atender a su valor ambiental, su belleza, su antigüedad o su historia, no se puede dar por sentado que habrán de conservar éste. Por ello, lo mejor es conocerlo, saber su historia, apreciar su sombra y su follaje, respetarlo e impedir que algún edil del presente o del futuro se le ocurra convertirlo en leña bajo cualquier pretexto estúpido, como el de hallarse, como está, fuera de las jardineras de la plaza y "estorbando" la vía pública.

El "árbol de los ahorcados" visto desde la entrada sur del atrio de la parroquia.