lunes, 2 de diciembre de 2013

Nuestra Señora de la Luz y su marco fragmentario

I. La imagen y devoción de Nuestra Señora de la Luz

Cualquiera que haya dedicado su atención a las imágenes que se veneran al interior del templo parroquial de Aculco, habrá notado que, con pocas excepciones, sobreviven muy pocos ejemplos de lo que debió ser su decoración barroca de los siglos XVII y XVIII, perdida seguramente a partir de la década de 1840, cuando a la reedificación de las bóvedas siguió la ornamentación de su interior al gusto neoclásico de la época. Entre las pocas excepciones, se encuentra el óleo que representa a Nuestra Señora de la Luz, colocado desde largo tiempo atrás sobre la puerta que antiguamente daba acceso desde el templo principal a la desaparecida Capilla de la Tercera Orden, y que destruida ésta dio paso en la década de 1950 a un pequeño bautisterio que hoy funciona como Capilla del Santísimo Sacramento.

La de Nuestra Señora de la Luz es una devoción de origen italiano, pues tiene su origen en Palermo aproximadamente en 1722. Esta advocación está directamente relacionada además con la Compañía de Jesús, pues fue un religioso de esa orden, el padre Juan Antonio Genovesi, quien encargó la realización de la imagen original, de acuerdo con la siguiente tradición:

Deseando un esclarecido religioso de la Compañía de Jesús, el P. Juan Antonio Genovesi, consa- grar su vida al bien de las almas“trabajando en las santas misiónes, y poniendo sus apostólicos trabajos bajo la protección de la inmaculada Reina del cielo, anbelaba ardientemente saber bajo que invocación imploraría a la Santísima Virgen y en qué forma la presentaría alos fieles como su especial abogada y protectora. Salió de su perplejidad con la determinación de acudir a una ejemplar religiosa a quien Dios favorecía con extraordinarias manifestaciones para pedirle que obtuviese de la Virgen Santísima el que se dignara indicar la invocación con que debía implorarla, y la forma en que más de su agrado fuese ser representada a los fieles. La Virgen Santísima complaciendo al celoso misionero se dignó aparecer a aquella santa religiosa en forma tan bella y divina que la dejó singularmente maravillada con la manifestación de tan celestial hermosura. En esta sobrenatural visión sobresalía la afabilidad y ternura que resaltaba en el rostro de María, y el torrente de luz que de aquel semblante divino se despren— día era de tal viveza que no hubiera podido compararse ni con la del sol en su mayor esplendor. Manifestó la Santísima Virgen a la religiosa que aceptaba el obsequio que el misionero le hacía consagrándole sus apostólicos trabajos, y que en la forma en la que la veía quería ser venerada, y por último, que la divisa en que se le debería invocar sería la de Madre Santísima de la Luz.

Se procedió luego a hacer el retrato de la Virgen Santísima, en la forma en que se había dejado ver, mas el trabajo del pintor quedó muy lejos de satisfacer al religioso porque no concordaba con los detalles con que la Divina Señora se había manifestado. La Santísima Virgen intervino bondadosamente al grado de dejarse ver otra vez por la religiosa , de hacer que estuviese ella presente al trabajo del pintor, de mostrarse a la misma religiosa en el tiempo mismo en que el pintor hacía su obra; y de esa suerte, el pintor guiado por las indicaciones de la religiosa, y más que todo, trabajando bajo el impulso de la Santísima Señora, como ella lo tenía ofrecido, concluyó la hermosa copia de la Madre Santísima de la Luz, la que, una vez concluida, bendijo la Reina del cielo, siendo aquella bendición el feliz augurio de los celestiales favores que los fieles obtendrían con la veneración de la divina imagen.(1)

La imagen, prosigue esta crónica, fue donada diez años después a la iglesia de la Compañía de Jesús de aquella ciudad siciliana. Por alguna extraña determinación, los jesuitas decidieron echar suertes para decidir a cuál de las casas de la orden dispersas por todo el orbe debía ser enviada aquella imagen milagrosa. Cuenta la leyenda que tres veces se repitió el sorteo y en las tres resultó favorecido el colegio jesuita de la ciudad de León, Guanajuato. La imagen, en efecto, fue enviada a la entonces Nueva España y llevada al templo leonés. Al reverso de ella se escribió una patente que certifica ser la original según carta de donación del propio padre Genovesi, de 1729, si bien la imagen no llegó sino hasta 1732.

La devoción a Nuestra Señora de la Luz se extendió, por supuesto, de mano de los propios jesuitas: fue declarada patrona de las misiones de la Compañía en 1756 y por su propio nombre se le opuso, con alguna frecuencia, a las "falsas luces" de filosofía del siglo. Muy rápidamente se convirtió en una de las imágenes más frecuentes en las iglesias y hogares mexicanos. Hasta tal punto, que ni siquiera la expulsión de los jesuitas en 1767 logró reducir su culto y así la propia ciudad de León la juró en 1770 como patrona contra los rayos y tempestades, y en 1777 se solicitó la aprobación de las constituciones para formar en la parroquia del lugar una cofradía bajo su protección. Ya en la Guerra de Independencia, fue proclamada "defensora y caudilla" de León, se le ofrendó un bastón de mando de oro y a su gracia se atribuía que esa ciudad apenas hubiera sufrido por la contienda.

Iconográficamente, la advocación de María Santísima de la Luz muestra a la Virgen María con túnica blanca y manto azul, apoyada en querubines, sosteniendo con la mano derecha, por la muñeca, a un alma a punto de caer en las fauces del demonio. En el brazo izquierdo María carga al Niño Jesús, quien escoge un par de entre los corazones ardientes (que simbolizan el amor a Dios) que un ángel le ofrece en una cesta. En la parte superior, un par de ángeles la coronan como reina del cielo. En 1771, durante el IV Concilio Provincial Mexicano, ya expulsados de los territorios españoles los jesuitas y cuestionándose algunas de las devociones por ellos promovidas, se discutió si era teológicamente correcta la la acción de la Virgen de sacar a un alma de las fauces del demonio, siendo que sus atributos le permiten ser intercesora de una acción así, pero no actora. Así, se determinó suprimir la figura el demonio de las imágenes de Nuestra Señora de la Luzy se le sustituyó con otras alusiones al Purgatorio, el Infierno o el pecado, no sólo en las pinturas nuevas, sino aún retocando las más antiguas. Aunque por supuesto esta orden no debe haber sido acatada de inmediato ni en todos los casos, puede ser un buen indicio para intentar fechar una imagen de esta advocación. Cierto que hay evidencia también de que, tras la independencia, los artistas regresaron con gran frecuencia a su diseño original.

II. El marco fragmentario de la imagen de Aculco

La imagen aculquense de Nuestra Señora de la Luz sigue fielmente la iconografía tradicional de la advocación. La orla del manto de la Virgen se enluce con hilo metálico, quizá dorado, y en algún tiempo llevaba unos aretes reales de perlas de río que le fueron robados no hace muchos años. Realizada por un pintor más bien mediocre, no es seguro siquiera que pertenezca al siglo XVIII, pues en su trazo parece haberse perdido ya la inspiración barroca. Lo que es barroco y dieciochesco sin duda es su marco, coronado por una elaborada composición formada por retorcidas hojas de acanto con una venera en la cúspide. Del lado izquierdo desciende un adorno formando una especie de guirnalda que en el lado derecho se ha perdido. A simple vista, yo daría como 1750 la fecha probable de elaboración de este marco, de acuerdo con sus características formales y estilísticas.

Sin embargo, al observar con más cuidado este remate, saltan enseguida a la vista una serie de irregularidades que difícilmente se pueden atribuir al simple capricho del artista barroco. De hecho, salvo por la venera y una especie de jarrón ubicado en la parte más baja , no existe la menor simetría en él. Tal parece que el remate hubiera sido formado por partes tomadas de otro marco de distinto tamaño y características o de incluso de un retablo desechado para adaptarlas a su nuevo uso. Según mi interpretación, quizá una docena de piezas que originalmente formaban un par de obras distintas fueron ensambladas para elaborarlo. Se trataría, pues, de un marco fragmentario, siguiendo la terminología acuñada por Manuel González Galván:

Sin exagerar, ¡miles y miles de retablos! fueron ahuyentados de las iglesias, destruidos, quemados, fragmentados. Así desapareció la memoria de sus estructuras en sus distintas modalidades: salomónicas, estípites, tritóstilas [...] A pesar de la muerte y desoladora desaparición, un compás de espera histórica hizo llamar de nuevo a los supérstites para que se reunieran, aunque carentes de cartas de identificación los más, pero sólo a condición de afinidad formal y devocional, en breve gregaciones formales: éstos son los retablos fragmentarios.

El caso del marco aculquense es por su puesto un caso menor de estas agregaciones de partes de una obra anterior para constituir una nueva. Ejemplos mayores son los del retablo principal de la capilla de La Conchita, en Coyoacán, y el altar mayor del templo del convento de San Diego Churubusco. Con todo, permite suponer algunos detalles, por mínimos que sean, del tipo y época de la decoración barroca preexistente en la parroquia de Aculco antes de la transformación neoclásica de su interior.

(1) Album dedicado a la Madre Sma. de la Luz, patrona de la Diócesis de León con motivo de la solemne coronación de su imagen original verificada el 8 de octubre de 1902, México, 1903, Imprenta Comp. Editorial Católica, pp. 7-10.

(2) Manuel González Galván, Trazo proporción y estilo en el arte virreinal, México, 2006, UNAM-IIE / Gobierno de Michoacán / Secretaría de Cultura, p. 349.