domingo, 9 de noviembre de 2014

El bachiller don Luis José Carrillo y Troncoso, cura de Aculco (1753-1830)

Pocos sacerdotes de tiempos pasados dejaron tan honda huella en la parroquia de Aculco como el padre Luis José Carrillo, cura de este lugar de 1785 a 1812. Gracias a la existencia de un retrato que hoy se encuentra en la sacristía de este templo, dedicado por la gratitud de doña María Antonia Basurto en 1832, es posible conocer algunos datos esenciales sobre su vida:

Br. D. Luis José Carrillo, Cura propio y Juez Ecco. [Eclesiástico] que fue de esta parroquia de San Gerónimo Aculco, desde el 5 de Febrero de 1785, hasta 18 de junio de 1812, en que pasó por permuta a la de Tequixquiac. Nació en México a 25 de Agosto de 1753 y murió en el segundo de sus referidos Curatos el 28 de febrero de 1830, de edad de 76 años, seis meses y cuatro días; habiendo comenzado su carrera de Cura beneficiado en el de Xichú Mineral: circusntancia que eleva su mérito a mayor concepto.

Por medio de este texto me fue posible encontrar el registro de su bautismo en los libros de la parroquia de la Santa Veracruz de la ciudad de México, donde recibió el sacramento el 31 de agosto de 1753. Según este documento, Luis José fue "hijo legítimo, de legítimo matrimonio" de Joaquín Carrillo y Francisca Javiera Troncoso.

En 1787 don Luis solicitó y obtuvo el cargo de Comisario del Santo Oficio de la Inquisición de la jurisdicción de Aculco (AGN, Inquisición, vol. 1216, exp. 2, f. 115-119 y vol. 1217, exp. 15, f. 198-199). En el ejercicio de esta tarea le correspondió investigar diversos asuntos interesantes, por ejemplo el de Petra, una esclava denunciada por doña Xaviera Basurto en 1795 por decir que no había infierno, cuyo caso no llegó a concretarse porque la acusada falleció (AGN, Inquisición, vol. 1380, exp. 19, f. 378-381). O el de fray José de Lima, religioso mercedario que en la cuaresma de 1786 fue a Aculco para ayudar en los servicios de la iglesia y más tarde se le acusó por "solicitante", es decir, por pedir favores sexuales en el confesionario (AGN, Inquisición, vol. 1272, exp. 1, f. 1-7). Pero quizá el caso más interesante fue el del negro, ciego y manco José Manuel, esclavo de doña Micaela de Terreros, a quien se tenía por difusor de supersticiones y que por ello fue denunciado en 1792 en Aculco, aunque los hechos habían tenido lugar diez años atrás en Púcuaro, Michoacán (AGN, Inquisición, vol. 1358, exp. 8, f. 195-196). Según José Antonio González, quien ha profundizado en este caso, se trata de un caso sumamente interesante de "magia amorosa, donde se combinaron las técnicas de la ventriloquía, el empleo de la chuparrosa como amuleto erótico, la ingestión de un alucinógeno para tener visiones y potenciar poderes espirituales y que se concretaron en una seducción mágica". Te recomiendo mucho que leas lo escrito por González en su blog sobre este asunto inquisitorial, pues ayuda a conocer mucho de las supersticiones de la gente de esa época. Lo puedes encontrar aquí: "La chuparrosa parlante del ciego José Manuel".

A don Luis José le tocaron tiempos difíciles en lo que se refiere a la relación entre la Iglesia y el poder civil. La tendencia absolutista de los reyes de la casa de Borbón había ido eliminando paulatinamente privilegios y fueros, y desmantelando el corporativismo que caracterizaba a la sociedad española y novohispana para hacerse de un control más directo y, naturalmente, mayor sobre sus súbditos. En el caso concreto de Aculco, esta situación se expresó en 1796 en la disputa por la supervisión de las cofradías que estaban fundadas en la parroquia y que significaban un importante capital de 40,000 pesos de la época. Don Luis se quejó vigorosamente ante las autoridades por la intervención del teniente del subdelegado en los asuntos de las cofradías, citando los decretos del Concilio de Trento y del Tercer Concilio Provincial, según los cuales sólo los curas podían supervisar las cofradías, controlar las cuentas de los mayordomos y presidir sus elecciones.

El teniente respondió que el párroco estaba usurpando la autoridad real al mantener el control del capital de las tres cofradías, por lo que solicitaba a la Audiencia la confirmación su derecho a administrar las propiedades y a emitir el voto decisivo en las elecciones de estas corporaciones. La Audiencia, en efecto, respaldó la postura de la autoridad civil y rechazó la del sacerdote: sólo los jueces reales debían presidir las reuniones de las cofradías; las cofradías podían administrar sus bienes ellas mismas, pero el teniente debía controlar la elección de sus mayordomos, ejerciendo un voto igual al de los cofrades. De éstos no conocemos su opinión, aunque es muy probable que les disgustara esa sujeción al poder civil en lugar del religioso. Además, según parece, el teniente era poco querido en el pueblo: desde diciembre de 1792 una carta anónima enviada a la Audiencia lo había acusado de adulterio con su cuñada, del arresto de algunos vecinos por cargos ya olvidados con el pretexto de cobrar multas y del despilfarro de grandes sumas de dinero como administrador de las fundaciones piadosas de la parroquia (William B. Taylor: Magistrates of the sacred: priests and parishioners in eighteenth-century Mexico, Stanford University Press, 1996, pág. 313).

Según la Descripción geográfica del Arzobispado de México de 1793, los ingresos de la parroquia de Aculco en ese año representaban por colecturía de diezmos 1,450 pesos anuales. Ese mismo año, se decía de don Luis que era "tan aplicado al culto divino que hace algunos años que sólo toma de sus derechos para su precisa manutención, y todo lo sobrante lo ha aplicado para la reedificación de su iglesia, construyendo colaterales a sus expensas y solicitud" (William B. Taylor: Magistrates of the sacred: priests and parishioners in eighteenth-century Mexico, Stanford University Press, 1996, pág. 145). Debido a la transformación de la nave del templo al gusto neoclásico, entre 1843 y 1845, la mayor parte de lo que don Luis Carrillo construyó, incluyendo aquellos altares colaterales, se ha perdido. Sin embargo, subsiste la huella de su obra en muchos notables vestigios, como las campanas fundidas en 1788, el reloj de sol del claustro, que lleva la fecha 30 de abril de 1789 y el enorme Cuadro de Ánimas o del "Privilegio Sabatino", pintado en 1799. En el muro norte de la parroquia se advierten también las señales de las obras constructivas de don Luis, en las numerosas ventanas mixtilíneas tapiadas, detalles que por su estilo parecen corresponder a su época (pues, aunque por entonces se introducía el estilo neoclásico, detalles como la guardamalleta del reloj de sol dejan ver que las obras de don Luis tuvieron todavía carácter barroco). Para sufragar en parte estas obras, se vendió la antigua huerta donada al convento en el siglo XVI por el indio cacique Gerónimo López de los Ángeles. En 1805, todavía bajo el curato de don Luis José, los ingresos de la parroquia de Aculco habían crecido hasta los 3,880 pesos ((William B. Taylor: Magistrates of the sacred: priests and parishioners in eighteenth-century Mexico, Stanford University Press, 1996, pág. 479).

En el año de 1805, el padre Carrillo recibió una comisión muy delicada de parte del padre provisor y vicario general del Arzobispado de México, años después arzobispo, Pedro José de Fonte: se trataba de investigar sobre una acusación anónima de sodomía (homosexualidad) contra el vicario de Acambay:

La demanda contra el cura coadjuntor de San Miguel Acambay, José Méndez, era anónima. Fonte comisionó al cura de Aculco, bachiller Luis Carrillo, para realizar la sumaria. De la anterior diligencia se desprendía no "haber causa alguna justificada contra el cura", pero por ser un "asunto de la mayor gravedad", el provisor Fonte pidió más información "secreta" a otra persona para proveer lo que conviniese. El cura de Jilotepec, bachiller Andrés Benosa, respondió el 9 de junio de 1805 al provisor que había tenido otras dos comisiones por parte del fallecido arzobispo, Alonso Núñez de Haro y Peralta, y por el cabildo sede vacante.

En aquellas ocasiones el cura de Jilotepec también había investigado a Carrillo por denuncias de malversación. Las denuncias también habían sido anónimas. Después de haber examinado a cinco testigos "de los más idóneos, imparciales y racionales de aquel partido" por cada sumaria a más de otras pesquisas secretas, el cura de Acambay había quedado "indemnizado y justificado". No hubo feligrés quejumbroso y antes bien, "si todos mil bienes, agregándose a esto que jamás he oído haya dado la menor nota de su conducta en su persona, ministerio, ejercicio o administración."

El doctor Fonte decidió archivar los autos y sobreseer el asunto no sin dar noticia al arzobispo "para su superior gobiernó". El ocurso no pudo ser continuado por no existir un demandante y no hallar evidencias de la "sodomía" del cura de Acambay. La continuada serie de anónimos con un tono ascendente en cuanto a la gravedad de las acusaciones parecía indicar la existencia de un enemigo no declarado del bachiller Luis Carrillo. (Berenise Bravo Rubio y Marco AntonioPérez Iturbe, Una iglesia en busca de independencia: el clero secular del arzobispado de México, 1803-1922, tesis colectiva para obtener la licenciatura en historia, México, UNAM, campus Acatlán, marzo de 2001, p. 114)

En 1807, don Luis era suscriptor foráneo del Diario de México (Diario de México, Tomo VI, mayo-agosto de 1807, imprenta de don Juan Bautista Arizpe, p. 4). Posiblemente al año siguiente, cuando contaba con 55 años, su salud comenzó a resentirse, pues pidió se le nombrara un coadjutor para que le ayudara en su parroquia de Aculco y pudiera seguir disfrutando así de su "beneficio" -es decir, de los ingresos propios del curato- sin tener que retirarse (AGN, Indiferente virreinal, caja 4543, exp. 17).

Don Luis José Carillo fue enviado a la parroquia de Santiago Tequixquiac en 1812, por permuta que hizo con el cura de aquel lugar, el bachiller don Manuel Toral. En plena época insurgente, Toral se mostraría como gran enemigo de los independentistas que amagaban frecuentemente a Aculco y terminaría por exiliarse en San Juan del Río y Querétaro, donde continuó con sus prédicas contra la rebelión e incluso levantó denuncias contra varios sospechosos de apoyarla. De don Luis no hemos podido obtener mayor información después de dejar la parroquia de Aculco y ni siquiera hay noticias de cuál fue su actitud frente a los insurgentes que peleaban por la independencia de México y frente al propio Hidalgo, a quien debió haber visto, quizá incluso tratado, durante su estancia en Aculco en noviembre de 1810. Solamente sabemos que falleció el 28 de febrero de 1830 y fue sepultado al día siguiente en su última parroquia de Tequixquiac.