domingo, 30 de noviembre de 2014

La Calle de la Arena

Recibía antiguamente el nombre de Calle de la Arena el tramo norte de la actual calle de Matamoros, especialmente su parte más llana que corre aproximadamente del Puente Colorado al callejón de Galeana. Se le llamaba así ya que en ese punto se acumula la arenilla que arrastran las lluvias desde las partes altas del pueblo, que a la vez que limpian sus calles principales forman aquí depósitos que cubren en parte su empedrado.

Esta calle fue, hasta la década de 1930 o 1940, una de las entradas principales a Aculco, pues formaba parte del camino que lo enlazaba con la hacienda de Arroyozarco y a través de él con el Camino Real de Tierra Adentro. De hecho, todavía a fines del siglo XVIII se le consideraba más bien parte del camino que propiamente una calle.

Alejada del bullicio del centro de Aculco y con poco movimiento de vehículos a pesar de que por ahí transitan quienes van a Santa Ana Matlavat, a Gunyó o a tomar el Libramiento Norte, la vieja Calle de la Arena conserva mucho de su sabor de antaño entre las viejas bardas y construcciones de piedra blanca que la delimitan en casi toda su extensión. En su parte más alejada se encuentra el Puente Colorado, el más hermoso de los puentes aculquenses. Viniendo desde él hacia el centro del pueblo se encuentra a mano derecha el sitio en que estuvo por largos años el rastro municipal, que después se convirtió en comandancia de policía y que la última vez que caminé por ahí se estaba transformándose nuevamente, ignoro con qué fin. Le sigue una barda de piedra que guarda algunos restos de viejas construcciones de adobe, a cuya vera corría una pequeña acequia para riego que reunía parte las aguas procedentes de los manantiales de la alberca. En aquella agua clarísima se podían ver peces pequeños y acociles. Desafortunadamente, a fines de la década de 1980 o principios de la de 1990 se le cubrió y ahora parece una simple banqueta. No sé si siquiera el agua sigue corriendo bajo la plancha de concreto.

A partir de ese punto se pasa entre cerradas bardas de piedra blanca que poco a poco van estrechando la vía. Del mismo lado derecho llama la atención al caminante la viejísima e inmensa barda del terreno conocido como La Huerta,cubierta de musgo, helechos y líquenes. Donde concluye la cerca de la huerta se alza otra barda de hace sesenta años que recrea la parte antigua, con un desplante en piedra maciza para evitar que ascienda la humedad que caracteriza a estos terrenos. Esta barda "nueva" rodea el sitio en que se levanta una antiquísima troje de la que hemos hablado antes en este blog.

Frente a la monumental entrada a ese solar, ya en la subidilla entre el callejón de Galeana y la calle de Morelos, donde desemboca la calle de la Corregidora, está el establo para vacas lecheras -ya en desuso- que construyó hacia la década de 1950 don José Díaz Mondragón, gran amigo de don Isidro Fabela de quien habremos de hablar alguna vez.

La presencia de aquellas grandes bardas, que casi sin vanos se prolongan en toda la extensión de la Calle de la Arena, permitió que se le utilizara para realizar coleaderos hasta la década de 1950, cuando se construyó el lienzo charro anexo a la Plaza de Toros Garrido Varela.

Poco frecuentada por turistas, esta calle es uno de los mejores puntos para aquellos que quieran evocar los tiempos del Camino real de Tierra Adentro. Si quieres ir, te recomiendo que lo hagas en las primeras horas de la tarde. Que camines desde el Puente Colorado hacia el sur imaginando los carros de tiro y las recuas de mulas de tiempos idos, haciendo sonar sus herraduras en el empedrado; que al andar entre sus viejos muros imagines la alegría del viajero al llegar al sitio en donde habría de encontrar reposo en un destartalado mesón; que observes el color que algunas de esas bardas han tomado a través de siglos de exposición a la intemperie y que adviertas su coronamiento lleno de musgos, nopales, helechos; que trates de distinguir, apenas asomando tras esas bardas, el único árbol de olivo que existe en el pueblo; que casi al llegar a la cuesta mires allá en lo alto la torre de la parroquia... y si tienes un poco de suerte oirás las campanadas que parecen llover desde allá sobre todo Aculco.