domingo, 15 de febrero de 2015

19 de febrero de 1825, ¿algo que festejar?

En febrero de 1994, cuando desempeñaba el cargo de Cronista Municipal, recibí la invitación del Ayuntamiento para hablar en la conmemoración de la erección municipal de Aculco, de la que se celebraba entonces el aniversario 169.

Más que simplemente recordar que el 19 de febrero de 1825 Aculco se había convertido en municipio -tal como siempre se ha repetido-, creí que sería mucho más valioso profundizar algo en aquella historia. Buscar, por ejemplo, el decreto de la legislatura del Estado de México que así lo establecía y revisar las Actas de Cabildo del Archivo Municipal, tratando de indagar de qué manera había quedado consignado en ellas aquel momento tan importante en la historia de nuestra localidad. Para mi sorpresa no encontré nada, absolutamente nada que mencionara el hecho. Como si jamás, hasta tiempos muy recientes, hubiera tenido para Aculco y sus autoridades alguna importancia.

¿Cómo era posible?

En aquel momento supuse que la poca atención que se había dado al hecho en 1825 podría deberse a que, en términos prácticos, aquel decreto no habría significado mayor cambio en las instituciones locales. Esto, porque el pueblo tenía alcaldes y cabildo desde el siglo XVI y, aunque subordinado durante casi todo el período virreinal a la alcaldía mayor de Jilotepec-Huichapan, ya desde 1765 sus habitantes habían buscado activamente la separación de su gobierno y lo habían conseguido finalmente hacia 1803. Más tarde, el 28 de septiembre de 1820, el ayuntamiento de Aculco había adquirido el adjetivo de "constitucional" cuando se juró en las casas curales del pueblo la Constitución española de Cádiz. Tras la consumación de la independencia y la proclamación de la República Federal, la Ley Orgánica Provisional del Estado de México, promulgada en 1824, reconoció a los ayuntamientos bajo los mismos términos de la constitución gaditana. De tal manera, la erección de Aculco como municipio en 1825 habría tenido en todo caso el valor de que, a partir de ese momento, contaba con acta de nacimiento en el México independiente y republicano, por más que sus antecedentes municipales se remontaran mucho tiempo atrás y los efectos prácticos del decreto de erección fueran escasos o inexistentes.

Por algún tiempo dejé este asunto de lado (aunque me seguía intrigando la ausencia de documentos al respecto), pues me interesaba más profundizar en otros temas anteriores y posteriores de la historia de Aculco. Frecuentemente, a pesar de todo, volvía a encontrar en los libros referencias al hecho y a la fecha, si bien nunca mencionaban la fuente documental primaria de la que procedía tal información. Pasaron los años y en algún momento traté de llenar aquel vacío histórico. Fue entonces cuando me percaté de que la referencia más antigua a la erección municipal de Aculco databa apenas de 1973 y sólo aclaraba:

Según tradición que conservan las autoridades municipales, este Municipio fue creado por el Congreso Constituyente el 19 de febrero de 1825, aunque no se conoce el decreto respectivo.(1)

Es decir, el hecho procedía de la tradición oral y aparentemente nunca se había sustentado en documentación histórica. Esto resultaba muy extraño también ya que la labor legislativa de los Congresos del Estado de México se encuentra recopilada en publicaciones bien conocidas por los historiadores, y un decreto no puede simplemente extraviarse, pues se les numera desde su expedición. Cuando consulté estas colecciones de decretos, hallé que sencillamente no existía ninguno que correspondiera a esa fecha del 19 de febrero de 1825. Así que, o la fecha estaba equivocada, o el supuesto decreto de erección municipal de Aculco nunca había existido.

Fue entonces que me percaté de que eran varios los municipios del estado que daban como fecha de su creación una muy cercana a la supuesta para Aculco, el 9 de febrero de 1825, y citaban un decreto específico, el número 36. Al revisar ese decreto, que lleva por título "Para la organización de los ayuntamientos del estado", me encontré con que en realidad no se erigía por medio de él ningún municipio, sino que simplemente se sentaban las bases para su conformación.

Al llegar a este punto llegué a la conclusión, evidente por otra parte, de que el decreto tomado como origen de la erección del municipio de Aculco era este mismo, el 36, y que la fecha siempre había estado equivocada, tomándose el 9 por 19 de febrero. Es decir, se ha venido festejando en nuestro municipio una fecha equivocada de un hecho que, además, no sucedió de manera explícita.

Supongo que esta conclusión no detendrá la conmemoración oficial del próximo jueves 19 de febrero de 2015, pero tampoco tiene importancia. En realidad, es un día que se ha ido volviendo tradicional en el calendario cívico de la localidad y en ese sentido no hay motivo suficiente para cambiarlo. Lo que sería correcto, eso sí, es que no se diga que ese día se festeja un aniversario más de la erección municipal de Aculco porque, como vimos, no corresponde a la realidad.

NOTAS

Aculco. Monografía municipal. Toluca, Gobierno del Estado de México, 1973.

domingo, 1 de febrero de 2015

Un colegio frustrado y un seminario clandestino

Los lectores asiduos a este blog quizá recuerden que en un texto titulado "Los cuatro padres Basurto" hablamos ya de la estrecha relación que unió a la familia aculquense de ese apellido con la orden de los Misioneros de San José y con su fundador, el sacerdote catalán José María de Vilaseca. Por supuesto, dicho vínculo tuvo efectos en Aculco más allá de los límites familiares, comenzando por aquella primera "misión" celebrada en el pueblo en 1859, en plena Guerra de Reforma, cuando el padre Vilaseca formaba parte aún a la Congregación de la Misión (u orden de San Vicente de Paúl), de la que se desprenderían más de una década más tarde la orden de los josefinos (como se les conoció popularmente). Pero mucho menos conocido es que Aculco fue escenario en dos momentos del establecimiento de sendas fundaciones de la nueva orden religiosa: la primera, un colegio dirigido por la rama femenina de los josefinos; la segunda, un seminario clandestino durante la Revolución Mexicana.

I.

En septiembre de 1872, apenas unos días después de que el padre Vilaseca fundara el Colegio Clerical de San José que se convertiría en cuna de los Misioneros Josefinos (orden erigida canónicamente en 1877), la religiosa Cesárea Ruiz de Esparza y Dávalos Rincón Gallardo (1829-1884) fundó por consejo del propio Vilaseca el Instituto -después Congregación- de Hermanas Josefinas, rama femenina de la misma orden, cuya vocación se orientaba principalmente a la educación de niñas, que llegaron a alcanzar el número de 300 menos de seis meses después de la creación del primer colegio.

Pese a tan alentador inicio, eran tiempos verdaderamente difíciles para la Iglesia católica en México: Benito Juárez acaba de morir en el mes de julio de 1872 y lo había reemplazado en diciembre Sebastián Lerdo de Tejada. Aún más anticlerical que aquél, Lerdo tomó la decisión de expulsar del país a las Hermanas de la Caridad, orden religiosa tan estimada que ni el propio Juárez se había atrevido a maltratar. Esta situación, naturalmente, afectaría mucho en los años siguientes la expansión de la orden josefina y así, el 20 de mayo de 1873, fue aprehendido Vilaseca junto con otros sacerdotes, permaneciendo encarcelados durante diez días. Su liberación significó sólo el inicio del camino del destierro y estuvo alejado de México cerca de un año y tres meses.

Empero, la protección del arzobispo Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos permitió a las hermanas josefinas conservar su Instituto, e incluso establecer su noviciado en la antigua casa de las Hermanas de la Caridad. Las religiosas crearon entonces allí también un internado y un asilo, y pronto sus alumnas alcanzaron el millar. Sin embargo, continuaron las vicisitudes, esta vez del lado de la jerarquía eclesiástica: pese a la bendición de Pío IX a la orden, la aprobación canónica del Vaticano se había retrasado y eso provocó la pérdida de su colegio en Puebla, que alcanzaba ya las 500 alumnas. Las siguientes dos fundaciones josefinas de esta época resultaron también fallidas: una en Huajuapan de León y la siguiente en Aculco.

Las cosas en nuestro pueblo, según las crónicas de la orden, sucedieron de la siguiente manera:

Al pueblo de Aculco fueron también cuatro hijas de María del Señor San José, para fundar un colegio de niñas internas, así como también las clases externas; mas por ciertas dificultades que hubo entre el Señor Cura y sus feligreses, y sobre todo porque un protestante de mucha influencia que hizo cuanto pudo para perderlo, no se consolidó la fundación; y creímos prudente retirar a las Josefinas para que a su tiempo fuesen a trabajar en otros puntos con la debida paz y tranquilidad de espíritu, como de hecho aconteció luego, pidiéndolas de Jilotepec, donde ya están establecidas.* ¡Oh cuántos y cuán grandes eran los obstáculos que sobre todo en aquella época ponían los enemigos de la religión para todo lo bueno! (Pequeña historia sobre los hechos que motivaron la fundación del Instituto de los Hijos de María del Señor San José y el de las Hijas de María Josefinas, México, Imprenta religiosa de M. Trigueros, 1891, p. 37).

*La fundación josefina de Jilotepec, que data de febrero de 1885 y llegó a tener unas 200 alumnas, tendría pese a todo también corta vida. Les muestro aquí un "dechado", muestra de bordado de una alumna del Colegio Josefino de Jilotepec, que estuvo a la venta en la tienda de antigüedades y arte popular Quinta de san Antonio, en la ciudad de Puebla:

Esta historia nos deja en realidad muchas preguntas que quizá algún día podamos responder: ¿En qué fecha precisa sucedió todo esto? ¿Era, como suponemos, el párroco don Antonio Zamudio, que ocupaba el puesto desde 1873, o don Eusebio García que lo era en 1880? ¿Quiénes fueron aquellas cuatro religiosas que intentaron fundar su colegio en Aculco? ¿Qué casa fue elegida para dicha fundación? ¿Cuáles eran esas "dificultades" entre el párroco y sus feligreses que contribuyeron a su fracaso? ¿Era ese protestante influyente a quien tanto molestaba el establecimiento josefino de Aculco don Macario Pérez, como puede desprenderse de su papel en el establecimiento del metodismo en Aculco? De ser así, no dejaría de ser irónico que su hijo, Macario Pérez Romero realizara estudios en 1892 en el Instituto Josefino de la ciudad de Querétaro.

 

II.

En 1910 ocurrieron dos sucesos difíciles para los Misioneros de San José: falleció su fundador, el padre Vilaseca, y estalló la Revolución Mexicana. En el curso de ésta, en el año de 1914, las cuatro casas de formación de los josefinos fueron ocupadas por las tropas carrancistas. Algunos de los misioneros se escondieron y otros, como el propio superior, padre José María Troncoso, tuvieron que exiliarse fuera de nuestro país. El aculquense José María Basurto, quien desde 1911 era rector y maestro del Pequeño Seminario del Espíritu Santo para latín y humanidades creado por los josefinos en San Juan Teotihuacán, decidió trasladarse a su pueblo natal junto con algunos jóvenes seminaristas, buscando con ello apartarse del riesgo de ser hostigados e incluso aprehendidos.

Así, viajaron a Aculco y se establecieron en la casa de su hermana Crescencia Basurto y su cuñado Cirino María Arciniega, ubicada en el número 12 de la Plaza de la Constitución de Aculco. Al fondo del inmueble, en una troje en alto con cubierta de teja (a la que se accedía por una escalera de mano a través de una trampilla practicada en el techo del cuarto inferior) -que a partir de ese momento sirvió lo mismo de dormitorio que de salón de clases- se instaló por un tiempo su seminario clandestino. La troje, aunque muy transformada, existe todavía.

Corredor de la casa en que se estableció el seminario josefino clandestino en 1914. En la fotografía, don Cayetano Basurto, padre del Pbro. José María Basurto.


No debió ser largo el tiempo que estuvieron ahí los seminaristas, pero el propio carácter secreto de su estancia dificulta precisar el momento de su llegada y de su partida. Sin embargo, una curiosa anécdota que ya he referido antes puede ayudar a situar por lo menos un día preciso en el que se encontraban en Aculco: el 22 de noviembre de 1914. En esa fecha arribaron sorpresivamente al pueblo tropas carrancistas que se dirigían de Aguascalientes a Veracruz, hostigados por los villistas.

Al llegar los revolucionarios, el padre José María Basurto paseaba tranquilamente con su grupo de seminaristas por el pueblo. Al verlos, los soldados se percataron inmediatamente -pese a no portar sus hábitos- de que se trataba de religiosos. Fueron detenidos, amenazados con ser pasados por las armas y conducidos al improvisado cuartel de aquella fuerza. Cuando entraron, el miedo y la sorpresa del rector subieron de grado al darse cuenta de que el oficial era un viejo compañero del seminario, que no sólo había renunciado a la carrera eclesiástica sino que había adquirido -como casi todos los carrancistas- fama de comecuras. El militar reconoció también inmediatamente al padre Basurto, pero en lugar de desquitarse con ese testigo de su devoción juvenil, ordenó que liberaran inmediatamente al grupillo y le expresó que él era uno de los pocos compañeros de estudios de quien guardaba un buen recuerdo.

Pasados los momentos más duros de la Revolución los josefinos regresaron a su casa de Teotihuacán. Allá estaban ya en 1922 cuando otro gran anticlerical, el arqueólogo Manuel Gamio, se refirió a ellos de esta manera:

Al presente, el acervo de ideas religiosas de la población conserva el mismo carácter híbrido y extravagante del catolicismo pagano a que antes nos referimos. Las órdenes religiosas habían desaparecido de la región; pero últimamente han comenzado a establecerse en ella, pudiéndose citar el conventículo de la villa de San Juan Teotihuacán, en el que frailes josefinos siguen prácticas monásticas, amén de hospedar a numerosos novicios; hasta hoy, sin embargo, no es apreciable la influencia desfavorable que más tarde ejercerá en el valle ese convento, que los frailes han llamado colegio, si no se pone el remedio oportuno. Periódicamente visitan a los habitantes los llamados misioneros, que a su salida llevan consigo millares de pesos que les han sido pagados por confesar a los fieles, casarlos, etc., etc.

Manuel Gamio, La población del Valle de Teotihuacán, México, Dirección de Antropología, 1922, p. xlvii.

Hoy en día, tanto el colegio como el seminario josefinos son capítulos olvidados de la vida de Aculco. Al evocarlos se recupera un poco más de la gran riqueza histórica que aún en sus construcciones más humildes guarda este antiguo pueblo.