domingo, 24 de mayo de 2015

Una carta de las mujeres aculquenses a la esposa de Venustiano Carranza

El Centro de Estudios de Historia de México Carso resguarda uno de los acervos documentales privados más interesantes de México por la calidad de sus colecciones, que incluyen, por ejemplo, papeles como los que sirvieron a Lucas Alamán para escribir su Historia de Méjico a mediados del siglo XIX, algunos que pertenecieron a Sara Pérez (la esposa de Francisco I. Madero), otros que alguna vez estuvieron en manos del ministro de Finanzas de Porfirio Díaz, José Yves Limantour, y varios más que, como el que aquí quiero mostrarles, pertenecieron al archivo privado de Venustiano Carranza.

Este documento es una carta fechada en Aculco el 30 de julio de 1919, cuando Carranza llevaba ya dos años como presidente constitucional de México, aunque su lugar en el poder ejecutivo se remontaba en realidad hasta marzo de 1913, momento en que el Plan de Guadalupe lo ubicó, como Primer Jefe de la Revolución, al frente de las tropas que combatieron a Victoriano Huerta. Contiene una petición de las mujeres de Aculco a la señora Virginia Salinas de Carranza, esposa del presidente, para que las tierras de cultivo de la cabecera municipal y algunas de las comunidades de la mitad oriente del municipio sigan disfrutando sin alteración del agua de riego proveniente de la presa de Huapango, pues se pretendía disminuir su caudal para beneficiar tierras en San Juan del Río.

La disputa por el agua de Huapango era en realidad un asunto muy viejo, mil veces planteado principalmente entre los dueños de la hacienda de Arroyozarco y los pobladores de San Juan del Río. La población queretana aseguraba que el agua que nace en el valle de Huapango -las fuentes del río San Juan- le pertenecía por merced virreinal desde su fundación. Arroyozarco, por su parte, defendía el derecho que le correspondía como propietaria de las tierras de aquel valle, por haber sido don Pedro de Quesada (encomendero y uno de los primeros poseedores de tierras en el lugar) quien construyó canales y acequias para drenar la ciénaga y canalizar el curso alto del río, y por haber sido los jesuitas, cuando fueron dueños de la hacienda, los que construyeron la presa que permitía aprovecharse de sus aguas. Con el transcurso de los años otros poblados, como Aculco y Polotitlán, fueron sumándose a esta controversia, ya fuera porque los agricultores compraban agua a la hacienda o porque construyeron ilegalmente otros bordos a lo largo del cauce.

En los tiempos en los que se escribió esta carta, sin embargo, la situación se había complicado. En marzo de 1915, el teniente coronel José Siurob, gobernador de Querétaro, había emitido un decreto para intentar arreglar el conflicto, que ordenaba la devolución de las aguas del río San Juan "que arbitrariamente se había apropiado la hacienda de Arroyozarco". Aunque de poca eficacia real, el decreto fue bienvenido por la población de San Juan del Río pues significaba mayor caudal de agua para ellos, mientras que los campesinos del curso alto se alarmaron pues la hacienda podría dejar de venderles el líquido. Más tarde, en febrero de 1917, el ayuntamiento de San Juan del Río recibió un comunicado en donde se le informaba que, "por gestiones del Primer Jefe del Ejército Constitucionalista [...] se emite el decreto para que esta ciudad recobre sus derechos a las aguas de Arroyo Zarco". Aquel cabildo decidió festejarlo convocando a los propietarios de huertas y terrenos de regadío para organizar fiestas el día 20 de febrero, fecha en que se suponía llegaría el agua a esa ciudad. Pero, además, ante la amenaza de expropiación de la hacienda de Arroyozarco según el artículo 24 de la Constitución de 1917, su propietaria había decidido vender una franja de un kilómetro de ancho a la orilla del latifundio, con lo que los usufructuarios del agua de Huapango en Aculco y Timilpan se habían multiplicado.

Es aquí donde las mujeres de Aculco deciden dirigirse a la esposa de Carranza, esperando que interceda por ellas pues los hombres, aseguran "han agotado todos los recursos" para defenderse. Sus argumentos son primero, de antigüedad, pues aseguran llevar más de cien años disfrutando de esas aguas; segundo, por su condición de "pueblos débiles y... de raza indígena" (aunque lo más probable es que la mayor parte fueran mestizas, por lo menos las firmantes); tercero, por tratarse de pequeños terratenientes, frente a los hacendados y "hombres de posibles" de San Juan del Río; cuarto, pues advierten que ellos demandaron primero la posesión de las aguas con título definitivo de acuerdo con la ley emitida por Carranza en Veracruz el 6 de enero de 1915.

Desconozco si la carta llegó a tener respuesta. Lo cierto es que el asunto de las aguas de Huapango, Arroyozarco y el Río San Juan tardó todavía varios años en resolverse y fue sólo hasta la década de 1940, con la creación del Distrito de Riego de Arroyo Zarco bajo supervisión de la Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos, cuando el tema comenzó a perder relevancia.

Más allá de todo esto, seguramente a los lectores con raíces más profundas en el pueblo les agradará encontrar la firma de alguna de sus antepasadas en estas hojas. Yo hallé la de dos de mis bisabuelas y varias tías pero, entre todas, la que más me ha gustado ver es la de mi tía Esther Lara, a quien tanto quise y que tanto amor me dio a mí y a muchos de sus sobrinos. Cuando firmó, tía Esther tenía sólo 14 años.

domingo, 17 de mayo de 2015

El Calvario de La Concepción

En el contexto de la actividad evangelizadora de los franciscanos en la Nueva España, no sólo en el siglo XVI sino a lo largo de todo el Virreinato, con bastante frecuencia se construyeron capillas en las afueras de las poblaciones (o, por lo menos, a distancia suficiente del convento local) a las que se dio el nombre de "calvarios", y que evidentemente conmemoraban el sitio en que Cristo fue crucificado en Jerusalén. Algunas veces, el trayecto entre el templo principal y un calvario se marcaba con las estaciones del Viacrucis, reforzando así su intención y significado pues los franciscanos, custodios por orden papal de los Santos Lugares, promovían la emulación material del camino del Mesías por Jerusalén hasta su martirio como una forma de vivir su Pasión y de compartir su sufrimiento en la dureza del recorrido. El culto en estos lugares no era particular de la Semana Santa, pero sí solía tener mayor relevancia en esos días.

Esta reproducción de la Vía Dolorosa, o camino de Jesús hacia el Gólgota, aprovechaba la geografía de los poblados de tal manera que el calvario local solía situarse en una loma, cerro o eminencia natural o artificial inmediata al poblado. En ciertos casos, la distancia del convento a la capilla pretendía ser exactamente la misma que anduvo Jesús con la cruz a cuestas, aunque ésta podía variar según las opiniones desde unos 650 metros hasta más de 900. Con ello, los poblados adquirían también el sentido de una Jerusalén simbólica. Aunque, como decía antes, los calvarios son característicos de la evangelización franciscana, otras órdenes e incluso el clero secular también participaron de su construcción, si bien de manera menos importante.

La arquitectura de los Calvarios iba desde las sencillas cruces únicas o triples, pasando por chapiteles o templetes, hasta iglesias bastante capaces que en el apogeo del barroco alcanzaron gran importancia, y habitualmente respondían a la riqueza de los habitantes del lugar. En la región histórica a la que pertenece Aculco, el mayor de estos calvarios es el de Huichapan, hoy estado de Hidalgo, del que puedes leer el interesantísimo texto escrito por la restauradora Marcela Zapiain aquí, y ver otro texto acompañado de varias buenas fotografías de Benjamín Arredondo acá.

El pueblo de Aculco tuvo también su calvario, que se encontraba en el sitio de la actual capilla del panteón, y del que puede verse todavía la base de la torre así como los muros y pilastras de cantera de un intento fallido de reconstrucción de la década de 1870. Fue por la existencia de esta capilla que a la actual avenida Manuel del Mazo, que corría en línea recta desde la puerta principal del atrio del convento hasta su entrada, se le conoció también como calle del Calvario hasta fines del siglo XIX. Y también uno de los pueblos de la jurisdicción de Aculco tuvo el suyo, que por fortuna se conserva: el de La Concepción, en las cercanías de la cascada que es uno de los principales reclamos turísticos del municipio.

El Calvario de La Concepción se levanta a unos 500 metros al norte de la capilla principal del pueblo. No existe una calle directa por la que se llegué a él, por lo que hay que hacerlo a través de varios caminos de terracería entre casas dispersas, milpas y corrales. Aunque se yergue en el punto más elevado de la loma, la pendiente es tan ligera que sus constructores decidieron realzar su carácter de monte santo con una pequeña plataforma con muros de piedra en talud, que al frente de la capilla, hacia el sur, se convierten en una rampa para ascender a él.

La arquitectura del Calvario es sencillísima: su planta es rectangular, orientada de norte a sur, su cubierta de teja a dos aguas con un entresuelo de vigas que forma un tapanco de madera y el piso de ladrillo. Recuerda por su disposición general a los oratorios familiares otomíes que todavía se pueden encontrar por la zona, de los que deberé escribir aquí algún día.

El único acceso reúne toda la ornamentación exterior de este interesante templo. Se alza sobre un escalón y su cantera está labrada con rudeza y rigidez, pero no sin belleza: es maravillosamente rústica, casi consigue evocar el románico rural. Las jambas, estriadas, llevan en la parte central unas marcas incisas en diagonal (quizá una referencia a las columnas entorchadas del templo parroquial de Aculco) y se levantan sobre basas cortadas sin bisel en cuya parte central se muestra el cordón franciscano. Sus impostas son casi idénticas a estas basas, sólo que ligeramente mayores. El grueso arco que cierra esta portada está formado por cinco dovelas molduradas, adornadas también con el cordón franciscano, en las que el cantero apenas consiguió trazar el medio punto, que parece compuesto de líneas rectas. Ligeramente separado del arco, corre sobre él una cornisa adornada con un motivo semejante a plumas, que simulan estar atadas por otro cordón franciscano. Arriba, un curioso relieve cierra la composición. En esta lápida varias figuras labradas: al centro, una cruz potenzada que evoca probablemente la cruz del Santo Sepulcro de Jerusalén (símbolo usado por los franciscanos en su papel de custodios de ese sitio). Aa sus lados, dos cañas foliadas que podrían representar plantas de maíz. En la parte baja, los relieves adquieren formas, al parecer, abstractas, escalonadas y en zigzag. El relieve está fechado: una leyenda en su parte inferior del lado izquierdo dice "de 1706 años", lo que la convierte en contemporánea de la fachada principal de la parroquia de Aculco, terminada en 1701.

El interior de la capilla es muy austero. El tapanco bajo el tejado hace que el techo sea relativamente bajo, apenas superior a los dos metros de altura. A los lados de la nave se ubican las bancas: un par de vigas bastante largas sobre sillares de piedra blanca. Al fondo, el altar lo compone un banco de mampostería de unos 70 centímetros de altura y, sobre él, otra maravilla: un mural de la Piedad probablemente del siglo XIX, cuyo original quizá pueda rastrearse en las estampas devocionales de la época. La advocación es interesante, pues fue más común que los calvarios se dedicaran a la imagen de Cristo en la cruz. La Piedad lleva un marco en trampantojo que la separa de las escenas laterales, donde cuatro angelillos de carácter mucho más popular se posan en nubes portando algunos de los símbolos de la Pasión, que por lo desvaídos sólo se pueden identificar el martillo, los clavos y la corona de espinas.

Pero volvamos al exterior del templo. Al bajar la rampa (arreglada, según una inscripción hecha sobre el concreto que la cubre, por los "Cruzados de Cristo Rey" en 1981 -otra evocación de Tierra Santa), cierra el espacio sagrado una cruz que podríamos llamar atrial, aunque aquí el atrio es el campo hacia todos los vientos. Su basamento es un cubo de mampostería sobre el que se alza una pirámide trunca. Esta cruz, sumamente singular, muestra al centro, como muchas, el rostro de Cristo, pero aquí con rasgos indígenas: altos pómulos, totalmente lampiño y con una corona de espinas tan esquemática que más parece una banda para el pelo. Bajo el rostro, un corazón traspasado nos recuerda dos escenas de la Pasión: el corazón transido de dolor de la Virgen María y el corazón de Jesús atravesado por la lanza del soldado romano Longinos.

Bien cuidada y conservada, aunque con los naturales daños provocados por el tiempo, formando parte todavía de las festividades religiosas del lugar, con un emplazamiento privilegiado por su aislamiento en un entorno todavía plenamente rural y no contaminado por la "iztapalapización" que vulgariza sin remedio tantos de los poblados aculquenses, el Calvario de La Concepción es sin duda una de las joyas desconocidas de Aculco. Ojalá se conserve, así como está, por muchos años más.

domingo, 10 de mayo de 2015

Un reloj de sol "escondido" en San Lucas Totolmaloya

Probablemente muchos de los lectores conocen el interesante reloj de sol que existe en la parroquia de Aculco, del que ya he escrito antes en este blog. Esta pieza, muy importante y antigua (acaba de cumplir 226 años), no es por fortuna el único instrumento de este tipo que existe en nuestro municipio, pues también existe un reloj de sol del siglo XIX en el viejo Hotel de Diligencias de Arroyozarco (también me he referido antes a él) y existe -o existió, pues ya no está en su sitio original- uno pequeño sobre la entrada al atrio de la capilla de Santiago Oxthoc Toxhié.

Sin embargo, es posible que otros relojes de sol menos conocidos existan todavía por ahí, poco visibles incluso para quienes frecuentas esos sitios. Es el caso del reloj que quiero mostrarles hoy, que se encuentra en la parroquia del pueblo de San Lucas Totolmaloya, al oeste de la cabecera municipal de Aculco.

En su ubicación actual, el reloj de sol de San Lucas se halla colocado a espaldas de la peana sobre la que se sostiene la cruz del remate de la fachada del templo, casi como si se le hubiera escondido, o por lo menos descartado y colocado ahí. Esto debido a que no se puede justificar este sitio por razones de visibilidad, evidentemente, y menos de operación, pues al tratarse de un reloj de sol de tipo vertical, su cara debería mirar al sur (no hacia el oriente como ahora) y su desaparecido estilete o gnomon (la varilla que proyecta las horas) debería orientarse de norte a sur. Esto lleva a pensar que se le desplazó de su sitio original para colocarlo ahí, donde ya no tenía utilidad, en alguna de las remodelaciones al templo en cierta época en la que los relojes de maquinaria eran ya de uso más común.

El reloj de sol, muy pequeño pues ni siquiera alcanza la altura de la peana tras la que se esconde, está labrado rústicamente en cantera y lo forman tres secciones: una base o pedestal curvo, un cuerpo intermedio cuadrangular, y el reloj propiamente dicho, que parece un eco de la base curva, pero con el trazo tronco-cónico desbastado para proporcionar una mayor proyección a la sombra del gnomon (que, como dije arriba, ya no existe). En el arco invertido del frente están incisas las marcas de las horas, pero a simple vista no se distinguen los números. Es muy difícil precisar la época en que fue construido, pero me atrevo a suponer que es posterior a 1789, cuando se construyó el reloj de sol de la parroquia de Aculco, ya que es probable que sus constructores lo tomaran como modelo.

El reloj de sol de San Lucas Totolmaloya, aunque ya sin uso, medio escondido y carente de la monumentalidad de otros relojes aculquenses, es sin embargo una pieza estimable, un importante vestigio de su historia que afortunadamente se conserva.

domingo, 3 de mayo de 2015

El relieve mutilado de san Jerónimo y su eco en una imagen procesional

Durante los trabajos de restauración de la fachada de la parroquia de Aculco, que concluyeron hace apenas unos meses, se decidió retirar la lápida conmemorativa de la reparación del templo en 1914, realizada con motivo del sismo del 19 de noviembre de 1912. Esta lápida había sido colocada en una época en que todos los nichos de la fachada del edificio se encontraban tapiados (seguramente debido a algún cambio en las modas artísticas o bien para ocultar su deterioro), y lamentablemente destruyó en parte un relieve del siglo XVII en el que aparecía el santo titular de la iglesia, san Jerónimo, en la etapa que vivió como penitente y ermitaño en una cueva cercana a Belén.

La mutilación sólo quedó a la vista en la década de 1950, cuando se liberaron los nichos y muchas de las figuras que albergan aparecieron sin sus atributos y algunas sin manos, brazos y cabezas. En el caso de san Jerónimo, faltaban evidentemente los hombros, la cabeza y el cuello; la mano derecha estaba rota y de la extremidad izquierda había desaparecido el antebrazo. Por las dimensiones del nicho se podía suponer incluso que había otras figuras por encima de la del santo arrodillado, quizá el ángel del Apocalipsis que suele acompañar sus representaciones.

Aunque en términos generales podíamos imaginar cómo pudo ser aquel san Jerónimo antes de su mutilación, gracias a las numerosas representaciones del santo en el arte de todas las épocas, lamentablemente el detalle de aquella figura sólo podía suponerse pues no conocíamos testimonios directos del relieve aculquense, ni pinturas ni mucho menos fotografías. Algunas preguntas parecían condenadas a quedar sin respuesta: ¿miraba san Jerónimo hacia el frente, hacia la izquierda o la derecha? ¿Dirigía su vista hacia una cruz o una calavera, como a veces se le representa, o hacia el león que está a su lado o tal vez hacia el ángel que quizá desplegaba sus alas sobre él? ¿Llevaba en la mano izquierda una cruz, sostenía un cráneo o llevaba una pluma de escribir? Todo ello parecía imposible de precisar... hasta ahora.

Lo que sucede es que sí existe un testimonio directo del relieve: se trata de una pequeña imagen procesional de san Jerónimo que se conserva en el Barrio de La Soledad, aledaño a la cabecera municipal de Aculco. Ésta, según todos los indicios, parece ser una reproducción del san Jéronimo de la fachada de la parroquia. Dicha escultura, aunque en sus formas y proporciones hace evidente su antigüedad, ha sido malamente repintada, sin que esto haya alterado por fortuna su carácter general. Como advertirán los lectores de este blog en las fotografías que incluyo (tomadas en la fiesta del Señor de Nenthé, el pasado 3 de mayo), la postura del santo es idéntica al del relieve parroquial, con el cuerpo de frente y arrodillado. La mano derecha en similar actitud lleva una piedra con la que golpea el pecho sangrante. El brazo izquierdo es, hasta el codo, igual al de piedra, pero en la parte que éste perdió lleva unas disciplinas como atributo del penitente. El manto se despliega exactamente en la misma posición en ambas figuras, y sobre él la escultura de madera muestra la cabeza que aquél perdió, con un rostro barbado de grandes ojos tristes y extensas entradas en su cabellera.

Estamos, creo yo sin pizca de duda -y seguramente muchos de ustedes estarán de acuerdo-, ante una imagen que se basó directamente en el relieve mutilado de la parroquia y, por tanto, ante un modelo excepcional que podría servir en un futuro para reponer sus faltantes. Cosa que, nunca es excesivo señalarlo, debería hacerse en todo caso siguiendo las normas comúnmente aceptadas en la restauración.

Un detalle más, pequeño pero también importante: en el relieve de san Jerónimo, sobre la cueva donde se observa el león, es posible percibir todavía el contorno de una cruz perdida. La existencia de esta cruz se confirma en el dibujo de 1838 que en este blog tantas veces hemos mencionado, en el cual este es el único elemento distinguible de dicho relieve.