domingo, 5 de julio de 2015

El aculquense cura Soria, ¿insurgente o realista?

El domingo 27 de octubre de 1810, Miguel Hidalgo y Costilla arribó al pueblo de Ixtlahuaca después de una largo recorrido -casi paseo triunfal- por el Bajío y Michoacán, durante el cual el ejército insurgente había cobrado fuerza por el número de sus seguidores y calidad de su armamento. En aquel momento de gloria, los pueblos por los que pasaba se le rendían, lo recibían triunfalmente bajo palio, se cantaban Te Deums a su llegada y los pobladores se sumaban a sus huestes, mientras los realistas escapaban o eran cruelmente asesinados.

Hasta el cuartel general insurgente de Ixtlahuaca llegó ese mismo día un sacerdote, el bachiller Francisco de Soria y Cisneros, párroco del cercano pueblo de Jiquipilco. Se presentó con respeto ante el líder de la rebelión dándose cuenta que "poseía y dominaba los corazones de los indios", quienes formaban el grueso de su ejército (1). Precisamente se había dirigido a Hidalgo debido a los excesos que cometían los indios de la tropa, que mataban a cualquier europeo al que encontraran en su avance; Soria había protegido y tenía escondidos a unos españoles, para los que pidió al cura de Dolores un pasaporte que les permitiera retirarse. Además, le informó, había encontrado en su camino desde Jiquipilco a otros tres españoles asesinados (uno de ellos, su compadre Antonio Íñiguez), a quienes los indios no le habían permitido enterrar diciendo que eran judíos, y por ello solicitó una escolta de lanceros para darles cristiana sepultura. Don Miguel Hidalgo accedió a ambas peticiones, muy probablemente convencido de que Soria era partidario suyo. A pesar de esto último, los indios de la tropa insurgente no le perdonaron al cura Soria su intercesión por los españoles y destruyeron su coche a pedradas, al tiempo que le llamaban "alcahuete de gachupines" (2). Y si bien le permitieron enterrar los cuerpos, no pudo hacerlo en tierra consagrada y fueron sepultados en el mismo campo por disposición del comandante insurgente José Ignacio del Valle.

Lo interesante para nosotros es que aquel padre Soria y Cisneros era aculquense: "natural del pueblo de Aculco, hijo legítimo de legítimo matrimonio de D. Felipe de Soria y de doña Josefa Cisneros, españoles de limpio nacimiento y de notoria honradez", como él mismo relata en una pequeña autobiografía en tercera persona que mandó imprimir en 1818 (3). Su padre, sabemos por otras fuentes, era oficial de granaderos del regimiento de Celaya (3.1). El ejemplar del impreso autobiográfico al que he tenido acceso está incompleto, pero a través de él conocemos muchos detalles interesantes de su vida, como el que respecta a sus estudios para alcanzar el sacerdocio:

Que baxo la dirección del Br. D. Ignacio Ochoa estudió Gramática con aprovechamiento hasta lograr la preferente estimación de su Maestro: Filosofía en el Real y Pontificio Tridentino Seminario con el Señor Dr. y Mtro. D. José María Alcalá, a quien debió un relevante concepto por su aplicación y virtud: sustentó muchas conclusiones, arguyó en otras, hasta nombrarlo su Catedrático Presidente de Academias, e hizo una oposición general a todo el curso de Artes: sustentó un acto en la Real y Pontificia Universidad, por el que, y actillo de costumbre para el grado, mereció segundo lugar, logrando que los Señores Sinodales lo aprobasen para todas las facultades. En el mismo Tridentino Seminario estudió leyes con el Señor Dr. F. José Cisneros: residió seis meses de estatuto en el Real Seminario de Tepotzotlán, y en él para las órdenes de Subdiácono, a más de las materias asignadas, explicó y defendió la de Matrimonio, mereciendo en éste y los demás Sínodos de moral e idioma las mejores calificaciones, hasta ascender al Sagrado Sacerdocio el año de 1793.

Ya en el desempeño de su labor sacerdotal, Soria y Cisneros estuvo "ocho años de Vicario en Alfaxayucan, Tecosatutla, Huichapam y Xilotepec; diez y ocho de Cura propio en Sierragorda y Xiquipilco; dos interinatos en Escanela y Alfaxayucan; y veinte y siete de administración en idiomas Otomí, Pame, Jonas y Masahua". Por cierto, en su interinato en Escanela (lugar inhóspito "cuya situación e intemperie la hacen impenetrable e intratable, ya por sus copiosas y continuas lluvias, ya por sus caminos llenos de malezas, asperidades y peligros... y ya finalmente por estar siempre cubierta de una espesa niebla") tuvo como vicario ni más ni menos que al que sería famoso caudillo insurgente, don Mariano Matamoros, con quien "en 1801 reparó iglesias, predicó, promovió escuelas y 'estuvo pronto a la administración de los sacramentos'". En la Sierra Gorda, específicamente en el poblado de Bucareli, Soria "consiguió que en su tiempo se redujesen a pueblo aquellos mecos, pames y jonases", es decir, logró que se asentaran aquellos grupos chichimecas antes nómadas. En 1807 participó en el concurso y oposición para la provisión de una canongía de idioma otorní vacante en la Colegiata de Nuestra Señora de Guadalupe, por fallecimiento del licenciado don Miguel Caseta (3.5).

Soria, por otra parte, "reedificó la Iglesia del Pinal y construyó la de Xiquipilco". Sobre este último templo, levantado por Soria y Cisneros en plena Guerra de Independencia, él mismo describe las circunstancias de su edificación de esta manera:

Construyó la iglesia que hoy tiene, amplia, hermosa, y capaz para su feligresía, sin haber gravado a la Real Hacienda en cosa alguna; y debe aquel Pueblo a su actividad y constancia tener un Templo en qué celebrar los divinos oficios y funciones parroquiales con la decencia posible, sin que le sirviesen de obstáculo la espantosa insurrección y trastornos de los indios, pues en medio de los sustos y conmociones procuró tener reunidos, quietos y empeñados en la fábrica de la iglesia a los indios; medio que tomó para distraerlos de las turbaciones públicas; de modo que en el tiempo más calamitoso, y en que se experimentaba la desolación, él animando a sus feligreses con su trabajo y dinero, construyó y levantó la iglesia en que ahora al Dios de la Majestad se tributa las debidas adoraciones; construido en medio de las revoluciones y trastorno, que es lo que más le lisonjea...

Fue también durante sus años como cura de Xiquipilco que se presentó ante Miguel Hidalgo, como decíamos al principio de este artículo, reunión de la que salió apedreado por los insurgentes aunque con los salvoconductos que había solicitado. Pero aquel encuentro con el cura de Dolores le acarreó un grave problema que ya habrán advertido algunos de ustedes en la cita anterior, en la que parece deslindarse de cualquier cercanía con la rebelión: se le acusó ante las autoridades de ser partidario de Hidalgo. Así se explicaba, seguramente pensaban sus acusadores, el respeto con el que había acudido con el jefe de la insurrección y los favores que éste le había dispensado. Además, su antigua colaboración con Mariano Matamoros también resultaría sospechosa a la vista de los sucesos del momento. "Todas las apariencias condenaban al párroco de Xiquipilco, Br. D. Francisco de Soria, como adicto a la causa que proclamó el Padre Hidalgo en el pueblo de Dolores", escribió el historiador don Nicolás León, "y era porque la suspicacia del gobierno español con respecto al bajo clero mexicano, le hacía temer que en cada cura de almas de los pequeños pueblos, hubiera un insurgente. (4)

El 23 de febrero de 1811, Soria y Cisneros tuvo que comparecer ante los jueces en la ciudad de México. Las acusaciones concretas que se hacían incluían haber enseñado a los indios de su parroquia, en compañía del colector de diezmos de Ixtlahuaca, licenciado Cardoso, “el manejo del garrote para defenderse de los sables de los europeos”, y haber predicado “que el cura Hidalgo venía a redimir este reino, porque los europeos querían entregarlo al inglés” (5). Mas las acusaciones eran sólo "de oídas" y el cura Soria, al cabo, logró convencer a las autoridades de su inocencia y su lealtad a la Corona, que en su autobiografía de 1818 argumenta de esta manera:

En [1]810 ofreció su persona y 100 pesos al Exmo. e Ilmo. Señor Lizana [Arzobispo de México] para que dispusiese todo en beneficio de la paz, y dio también puntual aviso a su Prelado de las conmociones que empezaba a causar el rebelde Hidalgo, y S.E.I. le mandó que se mantuviese en su Parroquia tranquilizando a sus Pueblos, lo que ejecutó a costa de riesgos, incomodidades y peligros; habiéndose visto en el triste momento de intimarle sentencia de ser fusilado por no querer acoger a los rebeldes; y franquear generosamente todos los auxilios que le proporcionaba su ministerio y carácter a las tropas del Rey;

Además, sobre el encuentro con Hidalgo y la defensa de los españoles que tenía escondidos, escribe:

Acreditó su fidelidad acompañando al Subdelegado de Ixtlahuaca en la noche que invadieron aquella villa, facilitándole y cooperando a tomar providencia para que se salvasen sesenta europeos que se habían reunido allí, que libraron todos con el mismo Subdelegado.

En los años subsiguientes Soria tuvo cuidado de continuar demostrando su lealtad al rey, por ejemplo informando de los movimientos insurgentes. Así lo hizo en noviembre de 1813, cuando escribió que al salir las tropas realistas de Jiquipilco los insurgentes habían entrado y salido del pueblo, interceptando y salteando los caminos. (6) Pese a estas muestras de fidelidad, seguramente la inocencia de Soria siguió siendo cuestionada y de ahí la publicación del folleto autobiográfico en 1818, año en que el movimiento insurgente había caído en una etapa de casi total extinción. Pero ni aún con esto logró acallar las murmuraciones, tanto así que todavía se acostumbra consignarlo hoy en día como partidario de la insurgencia, como lo hace uno de los grandes biógrafos de Hidalgo, don Carlos Herrejón Peredo, en su libro Hidalgo, maestro, párroco e insurgente (Clío, 2014). En realidad, resulta imposible penetrar en lo que pasó por la cabeza del cura Soria en esos momentos; si frente a Hidalgo se mostró plenamente favorable a la insurgencia, o si sólo fingió serlo, o si tal vez nunca dejó de ser leal a la Corona ni de palabra ni de obra es, en realidad, un misterio.

El bachiller Franciso de Soria y Cisneros continuó administrando la parroquia de Jiquipilco muchos años después de consumada la independencia y falleció hacia 1840.

(1) "Averiguaciones acerca de la conducta del bachiller don Francisco de Soria, cura de Xiquipilco, durante el paso de los insurgentes por Toluca e Ixtlahuaca y de los indios de su parroquia", en Boletín del Archivo General de la Nación, México, 1930, 1, 2, p. 223-224.

(2) Castillo Ledón, tomo II, p. 85

(3) AGN, Indiferente Virreinal, Expediente 029 (Clero Regular y Secular Caja 1069).

(3.1) Berenise Bravo Rubio y Marco Antonio Pérez Iturbe, Una Iglesia en busca de su independencia: el clero secular del Arzobispado de México, 1803-1822, tesis, UNAM, marzo de 2001, p. 54n.

(3.5) Berenise Bravo Rubio y Marco Antonio Pérez Iturbe, Una Iglesia en busca de su independencia: el clero secular del Arzobispado de México, 1803-1822, tesis, UNAM, marzo de 2001, p. 54n y 55n.

(4) "Averiguaciones...", p. 212.

(5) "Averiguaciones...", pp. 223-224.

(6) AGN, Indiferente Virreinal, Expediente 031 (Operaciones de Guerra Caja 4134).