miércoles, 28 de septiembre de 2016

Y así se desdibuja la magia de Aculco...

Permítanme que, después del texto publicado en este blog hace unos días -que desbordaba entusiasmo por la existencia todavía de sitios poco conocidos, recónditos y bien conservados en Aculco- regrese ahora al pesimismo acerca de la preservación de su patrimonio arquitectónico. Porque a veces resulta más util señalar lo que está mal, lo que se pierde o daña, para crear conciencia de la constante dilapidación de una riqueza cultural que ha sido incluida en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO.

Esta portadita de piedra blanca da acceso a un inmueble ya reseñado aquí, en el texto "La otra alberca", situado en el número 10 de la calle de la Corregidora. Aunque el edificio en su conjunto se hallaba en muy mal estado, por lo menos conservaba su integridad y originalidad. Pero hace casi un año el propietario decidió colocar una nueva puerta que sustituyera a la muy maltrecha que estaba ahí, que de tan deteriorada había dejado de servir para su fin. Y, seguramente por razón de la poca altura de esa entrada, procedió a "recortar" las piedras que formaban su gracioso dintel curvo para dejarlas en recto. Como remate de la poco pulcra y destructiva intervención, quedaron ahí las plastas de cemento manchando la piedra blanca de las jambas y del resto del dintel.

Ante lo pequeño del detalle patrimonial que se ha perdido con esta intervención, algunos creerán que exagero al lamentarme por ello. Quizá piensen esa portada de piedra blanca es muy secundaria o poco visible. O que el sentido práctico obligaba a recortarla. O que el daño es muy menor. O que, en todo caso, resulta relativamente fácil reconstruirla. Pero déjenme recordarles cuatro cosas. La primera, que estos detalles forman parte significativa de un conjunto urbano que está en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO y su conservación debería estar asegurada. La segunda, que el patrimonio arquitectónico de Aculco no es tan grande como para que podamos considerar a estas pérdidas poco importantes: en realidad, es la suma de estos detalles patrimoniales sencillos lo que da valor al conjunto urbano aculquense. La tercera, que siempre existirán alternativas que no signifiquen destrucción. Y cuarta, que una de las características de un bien del Patrimonio Mundial es su originalidad: si se trata de una reconstrucción su valor nunca será el mismo. Lo perdido, perdido está. Y esto ya se perdió.

martes, 27 de septiembre de 2016

Aculco recóndito

Si tuviera que elegir una sola ruta para mostrar a algún visitante, en un recorrido breve, el Aculco auténtico, el Aculco de siempre, seguramente escogería alguna que tomara en cuenta la Plazuela Hidalgo, desde la entrada norte del atrio de la parroquia hasta la calle de Morelos. Porque ahí, salvo por los automóviles estacionados que suelen bloquear sus callejuelas, un transformador que nunca debió ser colocado ahí y algún letrero de dimensiones algo excesivas, la imagen urbana de este sitio permanece casi intacta desde hace cerca de medio siglo.

Las casas que forman este pequeño y agradable conjunto representan perfectamente la personalidad de nuestro pueblo, y casi no parece faltarle nada: un pequeño jardín con jacarandas, irregulares callecitas empedradas en declive, un monumento al Padre de la Patria, un sencillo portal con su tienda, tejados, balcones de cantera y piedra blanca, una hermosa portada del siglo XVIII con la virgen de Guadalupe en la clave y los anagramas de María y Jesús a sus lados, escalinatas, una entrada al atrio con sus remates neoclásicos...

Pero si hacia la plaza estas casas muestran a todos su sencilla e intacta belleza, sus interiores son en gran medida desconocidos para la mayoría de los aculquenses. Excepción de esto es quizá sólo la casa que durante muchos años albergó la panadería La Guadalupana, de don Félix Herrera, y que hoy es sede del Comité Municipal del PRI, y aún así creo que no han sido muchos quienes han pasado más allá del patio, hacia donde se encuentran sus hornos y corrales. En fin, no vamos a hablar hoy de esa interesante casa, sino de otra a la que yo nunca he podido acceder y que sólo en dos ocasiones, por haber estado la puerta abierta, he podido entrever.

Esta casa se sitúa en uno de los puntos más recónditos del centro de Aculco: en la bajadilla que conduce de la Plazuela Hidalgo al atrio, justo entre la casa de la panadería y la que actulamente alberga a Alcohólicos Anónimos, uno de los pocos callejones peatonales que quedan en el pueblo. Antiguamente formó una sola propiedad justamente con la casa de los Alcohólicos Anónimos, aunque fueron disgregadas por lo menos desde el primer tercio del siglo XX. Estas casas fueron propiedad de la familia De la Cueva y en la que ahora nos interesa vivió don Alfonso, de ese apellido, con su segunda esposa, la señora Benita Mondragón Buenavista y su hijo Salvador.

La propiedad lleva el número 3 de la Plazuela Hidalgo. Su fachada es de dos plantas, con un pequeño acceso en arco al lado derecho formado por sillares de piedra blanca y cantera rosa -una mezcla que, como veremos es frecuente en ella-. Al lado izquierdo se abre otra entrada de menor tamaño y calidad, pero con dintel monolítico. La planta alta tiene dos balconcitos que no se sitúan a eje de los vanos de la planta baja. En ellos hay que advertir que su dintel es también monolítico y de cantera mientras que sus jambas lo son de piedra blanca y el repisón es igualmente de cantera rosa.Sus medias rejas de fierro llevan adornos de plomo muy al uso del siglo XIX. En todo lo alto se observan los restos de un alero o tejadillo que ha caído.

Pero, como les decía, lo interesante para mí fue poder ver por segunda vez en mi vida, apenas el pasado 17 de septiembre, el interior del patio y, por primera vez, fotografiarlo. Creo que no exagero al decir que este patio, tal como se le puede admirar desde la calle, es uno de los sitios de mayor hermosura y más desconocidos en Aculco. Su rústica sencillez, lo pequeño de su extensión, su nada elaborada decoración, la sinceridad de sus materiales, hacen que rebose autenticidad, verdadera personalidad aculquense. Dan ganas, como escribió el poeta español Gustavo Adolfo Bécquer, de colocar aquí un letrero que diga: “En nombre de los poetas y artistas, en nombre de los que sueñan y de los que estudian, se prohíbe a la civilización que toque a uno solo de estos ladrillos con su mano demoledora y prosaica”... y no sólo a este patio y a esta casa, sino al callejón y a la plazuela entera.

Quizá alguno se sorprenda de mi entusiasta elogio a esta construcción, por otra parte tan sencilla. Pero es que justamente la "magia" de Aculco reside más en estos lugares originales y auténticos, que en otros ya prostituídos por el comercio o el turismo, o alterados por el simple uso de materiales modernos para "remodelarlos".

En fin, aunque probablemente la fotografía hace innecesaria cualquier descripción, quiero hacerla por simple gusto. Como se observa, el oscuro "pasadizo" o cubo del zaguán se abre al pequeño coredor con un arco de piedra blanca apoyado en capiteles de cantera que se asemejan al orden toscano, pero sin el collarino (lo que refuerza su rusticidad). El patio se rodea de corredores arcados, pero tan breves que los que dan hacia el oriente y poniente tienen un solo arco, mientras el del norte tiene apenas dos. Se apoyan todos estos arcos en capiteles iguales a los ya descritos, que coronan sendos pilares de piedra blanca. Sólo uno de los pilares -el intermedio en el corredor norte- tiene sus ángulos achaflanados. Este mismo corredor norte es el único cerrado con un pretil. Los arcos, todos también de piedra blanca, resultan ligeramente irregulares: mientras el del cubo del zaguán es de medio punto, el del corredor poniente parece elíptico y el del corredor oriente ligeramente ojival, aunque asimétrico; parece tratarse más de impericia de su constructor que de algo intencional, pero el resultado es muy agradable.

Ojalá cuando pasen por aquí tengan algún día la suerte de ver abierta la puerta y admirar el patio. Algo difícil como puedo testificar, pero no imposible.

lunes, 19 de septiembre de 2016

El Puente Colorado, remozado

En diciembre del año pasado critiqué en este blog el lamentable estado en que se encontraba el Puente Colorado: cubierto de grafiti, con daños en la mampostería de sus pretiles y, en general, con un aspecto descuidado y decadente. Algo en verdad lamentable pues este puente histórico es uno de los elementos patrimoniales de más valor en nuestro pueblo, que lo liga además directamente con su carácter de sitio del Patrimonio Mundial de la UNESCO como parte del Camino Real de Tierra Adentro.

Por fortuna, las autoridades municipales se ocuparon pronto de reparar los daños y dignificar el Puente Colorado. No había tenido oportunidad de ir antes al lugar, pero aproveché estos días patrios para darme una vuelta por ahí y tomar algunas fotografías que hoy quiero compartirles. Debo decir también que me animó a constatar estas reparaciones el comentario al respecto que me hizo la presidenta municipal Aurora González Ledezma en una breve conversación el pasado 8 de septiembre; porque, si a veces soy muy rápido para la crítica, lo justo es también reconocer cuando nuestras autoridades demuestran su interés por conservar estos vestigios de nuestro pasado. Vestigios que, como lo he dicho otras veces aquí, son el principal atractivo de Aculco y lo que lo hacen realmente "mágico".

Pues bien, veamos las fotografías:

Como se puede observar, el remozamiento del puente se hizo bajo un criterio de mínima intervención, lo que considero sumamente adecuado ya que no se trata de una restauración propiamente dicha. Es decir: se borró completamente, por ejemplo, el grafiti, se limparon los muros y se completaron los faltantes de mampostería de piedra blanca con los mismos materiales originales, se retiraron las yerbas que crecían en la calzada y se reparó totalmente el empedrado, incluso se repintó el lomo de toro de los pretiles. Pero todo esto sin intentar llevar las reparaciones más allá de lo sensato, sin tratar de borrar la huella de la historia en sus muros, sin querer dejarlo "como nuevo", sin tratar de jugar al restaurador cuando no se es, ni se conoce su trabajo. Simplemente, hacer lo necesario para asegurar su conservación. Algo totalmente opuesto, por ejemplo, a la desafortunada remodelación de los Lavaderos Públicos que se hizo en 2007, que prácticamente les arrebató su valor histórico.

En fin, este remozamiento del Puente Colorado, con todo lo sencillo que pueda parecer, merece un elogio. Ojalá todas las pequeñas reparaciones que necesita cada vez más nuestro pueblo, tanto en sus edificios públicos como en los particulares que forman parte de su patrimonio arquitectónico, se llevaran a cabo siguiendo criterios parecidos. Salvo en sitios específicos (como la parroquia y el convento), más que necesitarse en realidad grandes obras de restauración, lo necesario es sólo buen sentido al acometer obras, interés por conservar lo que forma la personalidad de Aculco y algo de buen gusto. Tal como lo hicieron nuestros padres, abuelos y bisabuelos y que, extrañamente, muchas veces no somos capaces de hacer nosotros hoy.

jueves, 15 de septiembre de 2016

Las fiestas patrias de septiembre de 1944

Hace algunas semanas les hablé de la novela Sola (1954) -escrita por la catalana María José de Chopitea Rossell- que retrata de manera novelada los meses que pasó en Arroyozarco en la década de 1940 por invitación del jefe de la brigada de la Comisión Nacional de Irrigación que ocupaba el viejo Hotel de Diligencias. A quienes no hayan leído en este blog la entrada dedicada a presentar esta novela, les sugiero que la lean ahora, por lo menos la parte introductoria y la conclusión, que pueden encontrar aquí bajo el título El ejido de Arroyozarco en la década de 1940 (versión novelada).

Pues bien, aprovechando la coincidencia con estos días festivos retomaré aquella narración justo cuando se refiere a las fechas patrias. Para ilustrar el tema, ya que no poseo imágenes de la década de 1940, utilizaré algunas de las décadas de 1950 y principios de la de 1960, que sin duda les parecerán interesantes, o por lo menos curiosas.

Pues bien, sucede que "Montserrat" (el nombre que adopta Chopitea como personaje de su novela) recibió autorización para organizar una escuela digamos paralela a la ejidal, que permitiera asistir a niños que no podían hacerlo en los horarios de la otra. Aquella escuela fue instalada en una bodega en la planta baja del viejo caserón arroyozarqueño y aunque empezó con apenas seis niños pronto, comenzaron a acudir varias decenas. Al mismo tiempo, Montserrat había recibido de "Poncho" (el ingeniero jefe de la brigada) una declaración amorosa primero brevemente correspondida y después rechazada, lo que empezaba a desmoronar la amistad que hasta entonces habían llevado. En fin, se acercaban las fechas patrias de 1944 y la maestra decidió organizar un festival con sus pequeños alumnos:

Como premio a su aplicación anuncié a mis alumnos que ibamos a preparar los festejos para los días patrios de septiembre. Era necesario impregnarnos del espíritu histórico de la independencia nacional, profundizar los móviles del grito glorioso en aquel 15 de Septiembre de 1810. Para poder mejor explicar, hube de remover las páginas de la historia de México, Francia y España; asimismo, la geografía interna del país para localizar, en en el mapa, los puntos principales adonde llegó el eco de aquel grito. Todo ello requería tiempo y tranquilidad, así es que ahorré la sobremesa, especialmente después de la cena y busqué un rincón donde dedicarrue al estudio. "Poncho" parecía siempre en celo, nervioso, malhumorado; me rondaba a todas horas e intentaba sorprenderme a solas; pero yo aparentaba no darme cuenta y le suplicaba que me dejara trabajar.

[...]

Ya próximos al aniversario histórico, organicé los números de la fiesta con recitaciones alusivas, fábulas y versos clásicos, bailables y canciones. Cecilia ayudó a los menores a memorizar sus parlamentos y, sobre todo, fue muy útil en los coros a varias voces, pues mi falta de entonación entorpecía la marcha y hubiera podido llevarnos al fracaso. Ella tenía una voz muy afinada y un sentido muy despierto para la música. Todo se deslizaba bien. El director y profesor de la escuela del ejido solicitó de mí la fusión de nuestros números en Su programa y, naturalmente; acepté con mucho gusto y nos pusimos de acuerdo. Eso dio un estímulo grande a mis alumnos, pues el amor propio los puso más avispados. queriendo ser los que mejor quedaran.

[...]

Llegó el día 15, aniversario del "Grito de Dolores" y vísperas de nuestra fiesta escolar. Momentos antes de la hora fijada para el ensayo general, se suscitó con "Poncho" una discusión bastante acalorada relativa a mi actitud de olvido al acercamiento amoroso surgido antes de la llegada de Cecilia. Y o le dije que aquello fué una nube de verano. pasajera; una ráfaga de amor sin fundamento. sin raíces. sin ilusión de un porvenir, y no considerándome una mujer para uno o varios ratos. había recapacitado en olvidar el incidente y encerrar los impulsos pasionales. "Poncho" no entendía de razones y, en el fuego de su indignación, me dijo que o cedía yo a su pasión o era necesario que me ausentase por unos días so pretexto de tomar mis vacaciones.

-¿Vacaciones como castigo y no como premio? Eso sí. no. Me quedo tratándonos usted y yo como lo hacíamos al principio, o me voy para siempre.

-Pues váyase y no vuelva.

-¿Qué dice?

-Lo que oye. Y se va hoy mismo mejor que si espera a mañana.

-Pero, ¿usted sabe lo que dice? En primer lugar me echa sin motivo y en segundo, es tanto como privar a mis alumnos de las fiestas patrias.

-El profesor de la escuela rural tiene preparado un festejo. Que lo celebren allí. Usted no hace ninguna falta.

-¿Qué es lo que oigo? Eso es inaudito. ¿Es su última palabra que me vaya?

-Sí: ya no la aguanto más. Váyase hoy mismo.

Salí de la oficina trastabillando; la cabeza me daba vueltas y la vista se me nublaba. Entré a mi cuarto y prorrumpí en llanto. Cecilia se sorprendió al verme en aquel estado y más aún al escuchar de mis labios estas frases:

-Debo hacer mis maletas y, a lomo de caballo, alcanzar el tren de la madrugada en Dañú. Prepara tus cosas y vete con doña Casimira. "Poncho" me echa.

-¡Debe ser una injusticia de ese hombre! Un mal entendimiento, tal vez. No creo otra cosa. Además. tú no puedes irte en este estado y corrió al encuentro del jefe de la brigada.

Regresó al punto, y me dijo:

-Dice "Poncho" que mejor esperes a mañana, que él mismo te acompañará a San Juan del Río en la camioneta.

A fuerza de ruegos logré dominar los ímpetus que, por dignidad, me animaban a partir de inmediato. De pronto, me acordé de que los alumnos me esperaban para el ensayo general.

-Corre, ve con ellos. Cecilia: diles que me siento enferma y que tú me suplirás por esta tarde. Ya mañana inventarás algo. Me iré de escondidas; pero no en la camioneta sino a caballo.

Cecilia cumplió el encargo. No obstante, el desconcierto fué notorio.

Como rayo se aparecieron, en la puerta de mi cuarto, niños y más niños preguntándome qué me ocurría. Me hice la enferma y les dije que necesitaba descanso, que regresaran al lado de Cecilia y supieran agradecer sus desvelos demostrándome, así, que eran mis amigos y que me querían tanto como yo a ellos.

No fuí capaz de acudir a la cena. En el curso de mi estancia en Arroyozarco, era la primera vez que estaba enferma. Las esposas de los ingenieros sólo se dirigieron a Cecilia para informarse más con curiosidad que con interés. Junto a la puerta de mi cuarto se instalaron en cuclillas varias mujeres, pendientes de mi estado de salud. De entre las de la cocina, hubo una que no sólo se puso a mis órdenes, sino que me obligó a tomar un té de hojas y raíces y me aplicó manteca caliente en la parte externa de la garganta y del estómago. También me hizo tomar un baño de pies, con una porción de cosas disueltas en el agua. Me atosigaron entre todas a tantas preguntas acerca de lo que me dolía que, por rehuir explicaciones, hube de inventar dolencias; pero es el caso que acabé sugestionándome de que estaba enferma y, cuando me pusieron el termómetro por orden intencionada de "Poncho", aquél marcó medio grado de fiebre.

Fingiendo pues, estar enferma, Montserrat se dispone a pasar la noche del "grito" encerrada en su habitación de Arroyozarco y pensando en salir definitivamente del lugar al día siguiente:

Convencí a doña Martina de que no era indispensable su compañía ni la de las mujeres que aguardaban, si bien agradecía mucho su gesto, tanto más siendo "noche mexicana", por lo cual no podía permitir que sacrificaran su ambiente de alegría en familia. Al fin se retiraron. Afuera se oía el estruendo de petardos y cohetes que sonaban espaciados y por distintos rumbos. Después de la medianoche todo quedó en silencio. Cecilia y yo nos dormimos.

Sin embargo, las razones de su disgusto por el altercado con el ingeniero se han difundido. Así, al amanecer del 16 de septiembre, los propios niños y los habitantes de Arroyozarco van al encuentro de "Poncho", para exigirle que la maestra acuda a la fiesta que ella misma ha preparado. "Poncho", al final, accede:

-Buenos días, ingeniero: venimos "en bola" a que nos dé razón por qué la españolita no va a la fiesta.

-Porque yo le he ordenado que no vaya.

-Pos usted podrá ordenar en días de trabajo, dentro de Ía brigada; pero a hoy es fiesta y en nada le ocupa su campamento ni tiene derecho a hacerla trabajar pa' la Comisión ni tampoco hacerla que se vaya pa México, si no es por la voluntad de ella. Y no por no rajarse de haberle dicho que sí, nos va a desoír a nosotros porque sería antes rajarse de la fiesta que ha preparado; nuestros chamacos han aprendido lo que les hizo favor de ponerles y han estrenado trapos. Usted dice, ingeniero... ¿ Va o no va la señorita a la fiesta?

La voz de aquella mujer de temple quedó por unos momentos en el aire. Se hizo el silencio. Cecilia corrió a mi encuentro:

-"Poncho" ha dicho que sí: ¡qué vayas!

No le contesté, tomé de la percha mi bata blanca, metí los brazos en las mangas y, en aquel instante, se plantó un muchacho en el umbral y me estiró de la mano:

-¡Que se venga, señorita! ¡Hemos ganado!

Me abrí paso por entre el tumulto y entré al comedor:

-¡Gracias, ingeniero! ¡Por ellos, por mis hermanos de Arroyozarco, gracias!

En el tono de mi voz no había venganza, sino ternura; pero al no oír una respuesta ni un saludo por parte de "Poncho" salí, y grité emocionada:

-¡Aquí están las llaves de la escuela! ¿Quién va por la bandera?

Las llaves me fueron arrebatadas. De nuevo levanté la voz, ya más serena.

-¡Por favor!... Los mayores pónganse a un lado y luego, se forman detrás. ¡Niños y niñas!: en dos filas. Los más pequeños delante. Por orden de alturas.

En un santiamén se formaron las dos hileras. "Chencha" se acercó a mí, con la enseña.

-¡Tomasín! Tú que luces tan majo tu traje de charro y eres el más chiquitín de la tropa, llevarás con dignidad la bandera; "Lencha" y Petrita te harán escolta. Vosotros encabezaréis el desfile, derechito hacia el ejido, todos conservando la distancia, marcando con el de enfrente, al mismo paso, con seriedad. ¡Firmes! ¡Marchen! -y haciendo un esfuerzo inaudito, por la emoción, entoné:

¡Oh Santa Bandera de heroicos carmines!,

suben a la gloria de tus tafetanes,

la sangre abnegada de tus paladines,

el verde pomposo de nuestros jardines

la nieve sin mancha de nuestros volcanes.

La caravana se puso en movimiento, las voces vibraban al aire y mezclan los tres colores de la patria. Yo no cantaba; iba regando el camino con lágrimas de mis ojos; pero iba al paso, con el cuerpo erguido y la cabeza en alto. El aire me parecía suave; el suelo. incrustado de hierbas y flores, era una alfombra blanda en la que se hundían los pies desnudos de mis valerosos zagales quienes no envidiaban, ni mucho menos, mis alpargatas blancas. El agua clara del riachuelo se deslizaba tranquila, salvando los pequeños obstáculos y puliendo las piedrecillas.

El cortejo llegó ante la escuela del ejido. Alli, nos recibieron el profesor y sus asiduos alumnos -que eran menos que los que yo llevaba conmigo, muchos de los cuales estudIaban con él a distintas horas-. Allí rompimos filas y pasamos al interior, en el lugar donde estaban dispuestos, por lotes, los trajes de papel o de manta de colores para los distintos cuadros.

Cuando se abrió el telón y dió principio el festejo, vi en las primeras filas a las autoridades del ejido y a los ingenieros de la Comisión. Mi corazón latía fuertemente y el de mis pequeños artistas creo que también. No hubo el más mínimo fracaso. Salieron airosos y, al finalizar, ellos me sacaron a escena a recibir el aplauso; entonces, yo tomé de la mano al viejo maestro, que llevaba en su cara toda la nobleza de su vocación, y aparecimos ante el público, dándonos un abrazo estrecho en presencia de todos.

El siguiente acto en los festejos consistía en el juego de basquetbol, precisamente enfrente a la hacienda de la Comisión. Fundidos los alumnos de ambas escuelas, fórmamos de nuevo dos filas, hasta el lugar del juego. Una vez allí. presenciamos 1a entrega de un balón que el propio jefe de la brigada obsequió al equipo. Pensé, entonces, en el balón que me había prometdo aquel alto jefe de ingenieros que vino de México. No sabía yo, a la sazón, que aquél cumplió su palabra y que el balón en cuestión era el que "Poncho" regalaba.

Antes e iniciar el partido, el profesor dirigió la palabra para evocar la fecha histórica y las figuras ilustres la Independencia, Una salva de aplausos se esató a los vientos y entre el chasquido de manos surgió una porra de voces que decía: "que hable la señorita. ..". Me hice de rogar, pues al cruzar mi mirada con la de "Poncho", de momento, me atemorizó la severidad de la suya; pero las voces insistían y empujada por ellas y conducida por manos que me llevaban hacia el centro, frente a la presidencia, me escuché, de pronto, improvisando una sarta de frases sentimentales, dirigida a los hijos de aquella tierra regada con la sangre de los héroes caídos en combate, en el doloroso episodio de Aculco, que no había sido estéril puesto que, a costa de triunfos y de fracasos, México logró su independencia.

Les hablé de corazón a corazón hasta ver latir los pechos y un batir de rebozos y pañuelos enjugando los rostros de mis nobles rudos amigos.

Terminé porque ya la voz me temblaba. Un nudo de lágrimas se deshacía en mi garganta, y más elocuente que mis palabras fué el apretón de manos que di en lo alto, en señal de hermandad. Pasé por en medio de los aplausos, recibiendo besos en la orilla de mi bata blanca, tan blanca, tan blanca como el cariño que me unía a aquella gente. Fuíme a sentar entre un grupo de mujeres y niños y, una vez iniciado el partido y las mentes distraídas con el juego, desaparecí sin ser advertida. A una seña me siguió un chiquillo y le dije que si era demasiado sacrificio privarlo de ver el juego por hacerme un favor.

-Es un gusto complacerla, señorita. Ordene nomás y como rayo lo cumplo.

-Ve con Tomás, el caporal de la finca [se refiere a la "Casa Vieja" de Arroyozarco, entonces propiedad de don Fernando Tornel Ricoy], y dile que, te mando a Bonito ensillado; que quiero irme para Aculco a visitar a los parientes de sus amos, pues me han dicho que está abierta la casa de allí y se encuentran reunidos celebrando las fiestas.

El rapaz corrió como flecha. Mientras, fuí a mi cuarto y me puse los avíos de charra. Me, despedí de Cecilia con un, "¡hasta luego!, si no vengo a dormir no te preocupes. Es probable que me quede en Aculco".

Y dando las gracias al cumplido muchacho, di espuelas a Bonito y arremetí a todo galope, llevándome tras de mí el asombro de todos los que asistían aún al juego de basquetbol.

Plugo al cielo que en la carrera nada se me parase enfrente, pues el coraje me hacía creer que nada era capaz de detenerme y que lo mismo hubiera sido un toro o un ocote, habría embestido de igual modo hasta desgajar lo mismo cuernos que troncos.

No hube bien andado una me una media legua cuando, a un lado del camino, frente a un jacal, vi una gran multitud de sombreros que no parecía sino una enorme sombrilla en medio de la estepa. Tiré de las riendas a Bonito y me fuí acercando al paso y de allí a poco descubrí que lo aquellas gentes reunidas hacían era presenciar una pelea de gallos. "¡Silencio!", gritaba el que hacía de juez de plaza. Al punto eché pie a tierra, amarré el caballo a un árbol y me colé entre el grupo para atender a la pelea.

Dos gallos soberbios abrían las alas y se esponjaban las plumas con hermosos reflejos de turquesa y obsidiana. Los dos a un tiempo, de sun salto se pusieron al suelo, frente a frente. En sus patas brillaban 1as navajas largas y afiladas. Las crestas, como dos banderolas rojas, se erguían sobre sus cabezas, mientras los cuellos crespos se les encorvaban y sus ojos color coral se encendían en una ferocidad casi humana. La lucha se inició: los dos cuerpos se confundieron en uno solo, con los picos y garras hundidos. Todo ocurrió en breves instantes. Los espectadores enmudecieron. Uno de los gallos se desprendió y, embestido por el otro, fue lanzado patas arriba más allá del círculo fijado. Me quedé atenta mirando cómo se cerraban sus párpados, cómo se estremecía su cuerpo bañado en sangre hasta formar un charco. Sin ser advertida de nadie, me separé del grupo, monté de nuevo y me alejé mirando el azul cielo para olvidar aquella escena espeluznante.

A eso de las cuatro de la tarde llegué al pueblo de Aculco sin la menor molestia; pero en cuanto me hube apeado, las piernas se me doblaban como si fueran de trapo. Sin embargo, no proferí queja alguna y cambié saludos con quienes me recibieron.

El pueblo estaba de gran fiesta y al poco de haberme instalado en una mecedora tras de una reja, la gente joven me estaba diciendo:

-Usted ya no se regresa. Esta noche tenemos baile, que no se puede usted perder.

-A la mano de Dios que con estas botas no habrá quien se atreva a bailar conmigo.

-Pero puede cambiarse de ropa.

-¿Cuál ropa?, si no traigo más que la puesta.

El amo de la casa intervino:

-No se apure, charrita. El mozo puede ir a caballo hasta Arroyozarco y que le traiga lo que necesite para que esté más a gusto; que si no, la vestimos con lo que haya. ¿Usted dice. españolita? ¿Se queda a la fiesta?

-Pues, ni hablar, señores. Que me traigan mis trapos. ¿A quién le hago el encargo?

Ninguno de los presentes dejó de reír al verme tan decidida. Salió el mozo con un papel escrito de mi puño, en el que pedía a Cecilia mis mejores prendas y afeites.

En comer un plato de mole y cuanto más me sirvieron, beber pulque curado y dormir una siesta, tendida boca abajo, se pasó el resto dc la tarde y con ella se fueron mis calladas dolencias.

Entre varias mujeres me plancharon mi traje de "luces", que no me había puesto desde México; en esta ocasión no me importó que fuese el de antaño y calcé mis zapatos de tacón alto.

Aquella noche bailé con los catrines de Aculco, entre ellos el "guapo" del pueblo; y, también, con los venidos de México; algunos eran charros de fama. Se armó un gran jolgorio hasta la madrugada, sin que de "Poncho" me acordara ni de otro mortal que pudiera robarme un poco de alegría.

Al otro día hubo charreada, jaripeo, coleadas, carreras hípicas, palo encebado y fuegos de artificio; todo esto rematado, al anochecer, con el gran baile en la plaza, en derredor del quiosco, animado por la banda municipal.

Terminadas las fiestas patrias lo mismo en Aculco que en todas partes, la gente desfiló a sus lugares y todo quedó tranquilo.

Así concluye la narración de María José de Chopitea acerca de las fiestas septembrinas de 1944 en Arroyozarco y Aculco. Como escribí antes, estas narraciones de la obra Sola, pese a estar naturalmente noveladas, tienen mucho de verosímil al mencionar sitios, costumbres, personas y hechos, por lo que sin duda podemos tomarlas como cercanas a la realidad y quizá todavía viva en el municipio alguien que pueda confirmar sus detalles. En fin, espero que esta crónica sirva para que, también leyendo, disfruten estos días de fiestas en Aculco.