lunes, 10 de diciembre de 2018

En camino a la ruina: la capilla de Santa Ana Matlavat

Ennegrecida por los escurrimientos de lluvia, con sus paredes desconchadas y cuarteadas, los cabezales de las vigas de su cubierta podridos, sus tejas dilapidadas y rotas, la ventana de su fachada cegada con una lámina corrugada como si fuera un establo o un gallinero, sus vitrales rotos, permitiendo el paso de las palomas al interior del templo, la casa anexa a punto de caer: tal es el lamentable estado de la capilla del pueblo de Santa Ana Matlavat en diciembre de 2018.

A pocos parece importarles que esta capilla sea una de las edificaciones más antiguas de Aculco, quizá en efecto la más antigua. Ningún otro templo en todo el municipio tiene características constructivas tan claramente del siglo XVI: su ábside poligonal, sus almenas en lo alto, la curiosa ventana triangular del testero -herencia de la arquitectura gótica y románica-. Pocos parecen interesado en que este lugar esté ligado a la llamada "peregrinación azteca", como he señalado antes en este blog (si es que en efecto es el Matlahuacallan de las crónicas). A nadie parece decirle algo que este templo a punto de arruinarse contenga uno de los dos únicos retablos barrocos salomónicos de Aculco. Quizá casi nadie sepa que su presbiterio puede tener restos de pintura mural novohispana.

En otros templos de esta región el deterioro suele aparecer más por efecto del tiempo, del uso constante e incluso también por los esfuerzos mal encaminados para preservarlos. Pero parece como los vecinos de Santa Ana hubieran decidido simplemente abandonar esta capilla a su suerte, para que caiga y se olvide. Atravesando el atrio hay otro templo de construcción mucho más reciente, grande, vulgarmente suntuoso y estéticamente horrible, en la que la gente concentra sus cuidados, sin percatarse de que deja que se pierda lo verdaderamente valioso, lo irrepetible, lo que forma la raíz del lugar y que una vez que se destruya jamás podrá reconstruir.

Con todo, sé que hay algunos santanenses que buscan conservar su legado histórico. Este es el momento en que deben actuar, buscando de todas las maneras posibles que la comunidad y las autoridades se involucvren en su conservación y restauración. Sería muy lamentable que la capilla de Santa Ana Matlavat, única y con casi 500 años de vida, muriera en esta generación después de haber visto pasar tantas otras.

miércoles, 21 de noviembre de 2018

Un plano desconocido de la Batalla de Aculco

La casa Louis Morton subastará mañana 22 de noviembre un extraordinario y desconocido plano de la Batalla de Aculco del 7 de noviembre de 1810. Se trata sin duda de una pieza de gran valor histórico, no sólo por su tema y antigüedad (ya que data precisamente de la época de la batalla), sino porque proviene de una fuente distinta a la de otros planos conocidos de aquel enfrentamiento entre insurgentes y realistas, y aporta además información mucho más detallada que aquéllos.

Según el catálogo de la subasta (el que, por cierto, muestra en su portada un fragmento del plano), la pieza está pintada a mano sobre papel, sus medidas son 44 x 33 centímetros. Lleva el título de "Batalla dada en S.Gerónimo de Aculco pr. el Exercito del Rey al de los Reveldes en 7 de Nove. de 1810". Está firmado por su autor, Fermín Reygadas y dedicado al virrey Francisco Xavier Venegas. La mitad superior corresponde propiamente al plano, mientras que la inferior contiene una explicación de los puntos señalados con letras en el dibujo y una extensa nota que dice:

Nota. El Exercito Real estuvo al cargo del Sor. General D. Félix Callexa Brigadier de los Reales Exercitos de S. M. y componía el número de seis mil y quinientos hombres de los Cuerpos: regimiento de la Corona, Columna de Granaderos Provinciales, dos Esquadrones de Lanceros, Dragones de España, México, Puebla, S. Luis, y dos Compañías de Querétaro, con un cuerpo de Patriotas. Toda la Caballería estuvo al cargo del Sor. Coronel D. Miguel Emparan y la Columna de Granaderos al cargo del Señor Jalon. El Segundo General fue el Sor. d. Manuel de Flon: Todos Militares muy acreedores al aplauso de la posteridad. El Exercito de los Reveldes ascendía a más de 40 mil hombres de a pie y de a caballo, pero la mayor parte de Yndios, mandados por el Apostata y sedicioso Cura Miguel Hidalgo, y sus subalternos Ygnacio Allende, Juan y Ygnacio Aldama (hermanos), José Mariano Abasolo, y otros Cabecillas que levantaron el Estandarte de la Rebelión contra Dios, contra el Rey, y contra su Patria y Sangre, en el Pueblo de Dolores en 16 de Septe. de 810. Perdiendo esta acción 8 días después de la de las Cruces.

A su lado, una adición a esta nota, explica, añadiendo además el pitipié o escala, la dedicatoria y la firma del autor:

Otra. Se liberaron en esta Batalla los Sres. D. Diego García Conde, Don Manuel Merino, El Conde de Casa Rul, y otros muchos Europeos que llebaban Prisioneros los Rebeldes, cuyo perberso Gefe prostituido a la barbarie declararon la guerra mas cruel a aquellos mismos a quien pertenecen por origen y sangre, atentando el mas singular que puede hallarse en toda la historia de las naciones. Dedicase al Exmo. Señor D. Francisco Xavier Venégas, Virrey de esta N.E. Reygadas.

El plano, a diferencia de los otros mapas conocidos de la Batalla de Aculco, muestra el encuentro en perspectiva: al fondo se yerguen las cumbres identificadas como "Cerro de Ñadó" y "Cerro Pelón", con la hacienda de Ñadó en sus estribaciones. Más abajo, al centro del plano, se encuentra Aculco: un grupo de casas blancas alineadas alrededor de una iglesia. A la derecha se desarrolla propiamente la batalla. Mientras en una loma rectangular (la loma de Cofradía) los insurgentes despliegan su ejército -con la infantería rodeando un "quadro de caballería" y su artillería en los bordes-, del otro lado del barranco los realistas concentran a sus hombres entre milpas o corrales señalados por líneas punteadas. Además de unas cuantas casas en este lado del campo de batalla, el dibujante agregó las figuras de un realista a pie y otro a caballo, ambos uniformados, sable en mano y con su sombrero montado.

El detalle más curioso es, con todo, la figura que aparece rodeada por un resplandor y marcada con la letra "a" en el ángulo superior derecho. Se trata de una nube en forma de palma, que según algunos relatos de la época apareció milagrosamente en el cielo en varias de las batallas que enfrentaron a los insurgentes con los realistas, indicando la victoria de éstos y la proximidad de la paz. En algún próximo post me gustaría platicarles más sobre estas palmas milagrosas.

Acerca del autor del mapa, lo que se sabe es que era español, leal a la Corona, minero con poca fortuna en en Temascaltepec (aunque representó largos años a ese distrito) y que estuvo prisionero entre los insurgentes justamente en los días de la Batalla de Aculco, lo que lo convierte en testigo privilegiado de los hechos. Gran enemigo de los insurgentes, publicó un "Discurso contra el fanatismo y la impostura de los rebeldes de Nueva España" en 1811, que fue elogiado por su censor, el canónigo Mariano Beristáin y Souza ("ninguno excede en mérito al que escribe y presenta don Fermín Reygadas", escribió al comparar los escritos anti insurgentes de la época). Reygadas elaboró otros mapas, como el "Plano topográfico que comprende el territorio Occidental de México hasta la distancia de 35 leguas" (1810).

La poca resolución de las imágenes con las que cuento me impiden leer lo que indican muchas de las letras del mapa, pero lo que se puede entender indica que se trata de un documento de suma importancia, especialmente para la historia local de Aculco pues el autor muestra un mayor conocimiento del lugar que los autores de los otros planos existentes. Digno de formar parte de la colección de un hipotético Museo de Aculco. Desafortunadamente es inalcanzable para mí: su precio de salida está establecido entre los $70,000 y los $90,000 pesos. Pero ojalá en algún momento pueda conseguir por lo menos una digitalización con más alta resolución para profundizar en su estudio y ofrecerles aquí mismo más información.

¿Qué será de este mapa ahora? Seguramente será adquirido por un coleccionista particular, que lo mantendrá lejos de la vista de los estudiosos durante un buen tiempo, hasta que vuelva a salir a subasta quizá en 20 años. Difícil, aunque no imposible, será que algún acervo documental público o privado abierto a la investigación lo adquiera, haciendo posible entonces profundizar en sus secretos.

miércoles, 24 de octubre de 2018

Las brujas (una leyenda del siglo XIX)

Aquella pequeña bola de fuego se columpiaba en el aire de izquierda a derecha, subiendo y bajando a intervalos irregulares. En efecto, se columpiaba: sólo si pendiera de un hilo podría explicarse aquel movimiento de ida y vuelta, ese vaivén por los cielos. Pero también se alejaba y acercaba, subía y bajaba a distintas alturas o en un segundo retrocedía cientos de metros hasta hacerse apenas perceptible. De pronto, pareció que la bola se había acercado y su luz resultaba más intensa, pero no era así. Se trataba de otra esfera luminosa que se columpiaba de igual manera contra el cielo despejado de aquella noche de octubre. Clavando los ojos en el horizonte, Felipe pudo ver otras muchas luces como aquellas, que a gran distancia se movían semejando luciérnagas.

“Son las brujas”, le dijo Atanasio, y Felipe sintió un escalofrío. Felipe venía de la Ciudad de México, había estudiado en la Escuela Nacional Preparatoria y la filosofía positivista de Gabino Barreda se le había metido hasta las venas, carcomiendo aún su fe en Dios, que juzgaba ahora como simple creencia infantil, indigna de cualquier adulto y más aún de un hombre ilustrado. Felipe se consideraba un científico, sólo creía en la ciencia positiva, tenía por cierto que no había efecto sin causa y que lo que la ciencia no podía explicar simplemente no existía o se debía a errores en la apreciación. El siglo XX estaba por nacer y no podía, no debía sorprender a la humanidad sumida todavía en supersticiones. Aquellas luces que flotaban por el aire serían fuegos fatuos, cualquier cosa... pero ¿brujas, como sugería su amigo?, ¡imposible!

Con ademán pedante, Felipe respondió a su amigo:

-Pero qué interesante fenómeno atmosférico acontece en tu pueblo. Debe tratarse de alguna condensación de electricidad, una suerte de centellas.

Atanasio sonrió, pues en la explicación de Felipe creyó entrever más bien una justificación para alejar su miedo.

-No sé si puedas calificarlo de fenómeno atmosférico, pero yo las he visto de cerca y no me lo han parecido.

-¿De cerca? ¿Qué tanto?

-No más de diez metros.

-¿Y tenían alguna forma o eran simples esferas como se les observa desde aquí?

-No sabría decirlo... Te lo contaré: Cabalgaba de madrugada por el rumbo del cerro de Jurica aquella madrugada. Mis negocios me habían detenido hasta hora muy avanzada en el despacho del administrador de la hacienda de Arroyozarco y regresaba por ese solitario camino a mi casa en Aculco. En medio de la oscuridad, apenas alumbrado el camino por las estrellas que por momentos aparecían entre los celajes del cielo, creí ver a lo lejos una antorcha que se aproximaba por el mismo camino pero en dirección contraria a la mía. Repentinamente, aquella luz avanzo a increíble velocidad hasta detenerse a tiro de piedra de donde yo me encontraba. El caballo se asustó y volvió grupas hacia Arroyozarco. Apenas pude controlarlo, pero parecía tan fuera de sí que desmonté y me dispuse a cabestrearlo. La bola parecía vigilarnos desde el mismo punto donde se había detenido. Despacio, casi imperceptiblemente se fue acercando, poco a poco, hasta que la tuvimos a una distancia realmente corta. El caballo bufaba, los ojos muy abiertos, los ollares dilatados, intentaba arrebatar el cabestro de mis manos y huir. Asustado yo hasta el terror, busqué algo en mis bolsillos y sólo encontré un par de tijeras. Pero entonces una idea brilló en mi mente, aquél ser diabólico debería ahuyentarse ante los símbolos del verdadero Dios. Tomé las tijeras y las puse en cruz. Extendí mi brazo hacia aquella bola de fuego, que por un momento pareció hincharse y después se alejó describiendo extrañas figuras en el cielo hasta perderse de vista. Era tal mi terror que solté el caballo y me tendí en el piso casi desmayado. Pasaron horas y finalmente el alba anunció el nuevo día. Sólo entonces me di cuenta de que había dormido en el borde de una barranca y que, de haber intentado huir en la oscuridad habría caído irremisiblemente al precipicio.

Felipe guardó silencio. La narración y la vehemencia con la que Atanasio narraba su encuentro con aquellas bolas de fuego le molestaban.

-Mira aquella esfera -continuó Atanasio. Esa bruja ha encontrado ya a su víctima. Mira cómo desciende suavemente, en una espiral cada vez más cerrada sobre aquel tejado que ilumina la luna. Ya lo verás: no tardará en desaparecer para mostrarse otra vez en unos minutos, su luz mucho más intensa que ahora.

Tal como Atanasio lo dijo, la luz pareció posarse en tierra y desapareció. Pasaron diez, quince minutos y Felipe guardaba silencio. Parecía murmurar algo, pero ningún sonido salía de sus labios. Cuando la luz brilló nuevamente y se remontó a lo alto, una exclamación de sorpresa rompió el helado silencio.

-¡No es posible..!

Poco a poco, todas aquellas luces fueron desapareciendo. La noche se llenó de calma y a Felipe le pareció que todo había sido un sueño. Las explicaciones científicas volvieron a su cabeza y sonrió de buena gana al recordar el miedo que había sentido antes. Burlándose de sus propios miedos se retiró a dormir, no sin antes pedirle a su caballerango le tuviera ensillado su caballo para su paseo matinal.

***

La hermosa mañana se desparramaba generosa sobre los trigales espigados en la vega de Aculco. El dorado de las milpas contrastaba contra un cielo intensamente azul al que las nubes blancas apenas le restaban limpidez. Jinete en un hermoso caballo retinto, Felipe había atravesado ya el Puente Colorado y después de ejercitar su caballo en los barbechos de los planes, se dirigió hacia la cuesta del camino de Santa Ana, de donde retornó tomando el derrotero del rancho de San José. Lo tenía ya a la vista cuando observó en las cercanías a un grupo que llenaba el pobre portal de una casucha, de la que parecía salir el llanto de varias mujeres.

Felipe ordenó a su caballerango que inquiriera qué sucedía ahí, pues aunque las señales de duelo indicaban sin duda que alguien había muerto, le parecía extraño que todos expresaran su dolor tan ruidosamente. El mozo bajó de su caballo, entregó el cabestro a su amo y se dirigió, chocando las espuelas en las piedras, hasta la entrada del jacal. Con respeto se quitó el sombrero y se dirigió a un hombre acongojado que sentado en un tronco y con la vista perdida tardó en darse cuenta de que alguien le hablaba.

Felipe miraba desde lejos la conversación entre su mozo y aquel hombre. Después de unos momentos, el mozo volvió a calarse el sombrero y con aire apesadumbrado caminó hacia su cabalgadura.

-Dicen, mi señor, que anoche la bruja entró a esa casa y se chupó a la hija de uno de los peones de San José, una niña de diez años.

Volvió entonces a la mente de Felipe el espectáculo de luces que en compañía de su amigo Atanasio había contemplado la noche anterior. Con horror y angustia reflejados en su rostro, se percató en aquel momento de que estaban precisamente en la loma sobre la que había visto bailar las bolas de fuego la noche anterior. Sintió que perdía el aire y después los ojos se le nublaron, recargó su cuerpo sobre la cabeza de la silla y después todo fue oscuridad.

El mozo de estribo llegó a la casa de Atanasio cabestreando el caballo sobre el que venía, de bruces sobre el cuello, el pobre Felipe. Rápidamente lo desmontaron entre varios peones y lo recostaron al interior de la casa en una gran cama de latón. Gracias a las fricciones con alcohol, en algunos minutos recuperó la conciencia. Pero después de eso no habló mucho. Al día siguiente, a pesar de que su amigo insistía en que permaneciera en el lugar hasta su completo restablecimiento, tomó una carretela con rumbo a la estación del tren de Cofradía y partió de ahí de regreso hacia la Ciudad de México. Meses después se supo que había abandonado la Escuela Nacional Preparatoria, retornado a su fe y humildemente se había presentado ante el guardián del monasterio de Churubusco solicitando el hábito de lego.

sábado, 8 de septiembre de 2018

El "altar roto" de Santa Ana Matlavat

Hace ya más de 30 años, cuando comenzaba a interesarme en la historia y patrimonio cultural de Aculco, mi tio Juan Lara Mondragón me habló de lo que él llamaba el "altar roto" de la capilla de Santa Ana Matlavat: un fragmento de retablo colonial colocado en uno de los muros laterales de aquel templo, que era el último resto de la decoración barroca que alguna vez tuvo la parroquia de San Jerónimo Aculco. Sustituida dicha ornamentación hacia mediados del siglo XIX por los altares de estilo neoclásico que hoy tiene, ese altar fue enviado a Santa Ana, donde por fortuna se conservó.

Pocos años después conocí el "altar roto". No recuerdo por qué, pero en aquel momento no llevaba mis anteojos, por lo que en la penumbra de la nave me fue difícil percibir sus detalles. Sólo me quedó el recuerdo del nicho y sus columnas salomónicas. Desde entonces no lo he visto más: cada vez que he regresado a Santa Ana Matlavat he encontrado la capilla cerrada y en creciente deterioro. Es una pena porque se trata quizá del templo que conserva vestigios de mayor antigüedad en todo el municipio. De ello da fe su ábside ochavado y almenado del siglo XVI.

Pero gracias a una fotografia algo borrosa, colgada hace algunas semanas en Facebook, he podido ver nuevamente y con detenimiento este retablo. No es posible estudiar sus detalles ya que la imagen no tiene la calidad para ello, pero sí para darse una idea general de su estado actual y deducir sus características originales.

Estructuralmente, más que "roto", el retablo se observa fragmentado. Se conserva en primer lugar la mesa del altar con sus guardamalletas, róleos, conchas y medallones, y el espacio para el ara. Sobre ella se encuentra el sagrario, lamentablemente ya sin su puerta, flanqueado por dos relieves de gusto manierista. A ambos lados, un par de ángeles atlantes policromados sostienen los pedestales de la columnas. A este mismo nivel, se extiende la predela con relieves fitoformes más allá del ancho de la mesa.

Por encima del sagrario se abre un nicho que en su momento debió albergar la escultura de algún santo. La parte frontal del nicho se halla ornamentada con relieves vegetales y lo mismo sucede con las paredes internas, salvo el fondo. Cubre el nicho un arco abocinado con ornamentación radial que no alcanza a convertirse en una concha.

Las columnas a cada lado del nicho son estilo salomónico, con sus senos bien marcados, basas áticas y capitel corintio. Estas columnas resultan muy esbeltas, especialmente si las comparamos con las del otro retablo barroco salomónico que subsiste en Aculco: el de la capilla de La Concepción. Otra diferencia con aquél (e incluso con la fachada de la parroquia de Aculco) es que en éste las columnas no se presentan en pares.

Las columnas soportan cada una un dado, que es parte de un friso perdido. Una cornisa muy elaborada remata el conjunto, aunque falta la parte centra que debido a la mayor altura del nicho debió formar una curva o polígono como otros muchos retablos de la época. Salvo la mesa, pintada de un desteñido rojo almagre, y los angelitos atlantes, el resto del retablo está dorado. Tiene una altura aproximada de tres metros.

El barroco salomónico se desarrolló especialmente en la segunda mitad del siglo XVII y la primera mitad del siglo XVIIII. Por ciertos detalles tardíos, como la mesa del altar y la esbeltez de las columnas, me parece a mí que el retablo de Santa Ana se podría fechar alrededor de 1750.

Ahora bien. Dado que sólo se conserva fragmentariamente, ¿cómo sería en su origen el retablo completo? La anchura que señalan la cornisa y la predela nos indican casi con seguridad que contó con calles laterales que muy posiblemente enmarcaban pinturas. Además, debido a esa misma anchura, el altar habría resultado desproporcionado de no contar con un segundo cuerpo, o hasta un tercero, o por lo menos un gran remate, por lo que también se puede inferir su existencia. Después de revisar varios retablos contemporáneos, considero que se le pude comparar con uno de los retablos laterales de la iglesia de san Agustín de Oaxaca. Aunque se trata de un retablo bastante importante de tres cuerpos, y es muy posible que el de Santa Ana fuera mucho más humilde, en la estructura del primer cuerpo se pueden apreciar sus semejanzas y con ello imaginar su aspecto original.

lunes, 27 de agosto de 2018

Un día de mercado en Aculco, hacia 1901-1903.

Esta vista de Plaza Juárez con su tianguis forma parte de una serie muy interesante de fotografías que muestran distintos aspectos del pueblo de Aculco, que se puede ubicar entre las más antiguas que retratan el lugar. Las he podido fechar entre 1901 y 1903 gracias a un par de detalles en ellas: por una parte, en una de las fotos se advierte ya colocada la placa que conmemora el cambio del siglo XIX al XX que se encuentra en la base de la torre de la parroquia, lo que indica que la serie no puede ser anterior a 1901. Por otra parte, en otra de las vistas no se observa todavía la torre del reloj público que empezó a construirse en 1903, lo que nos lleva a pensar que son necesariamente anteriores a ese año. Existen dos copias antiguas de esta serie fotográfica: una que perteneció a don Juan Lara Mondragón y otra que estuvo en manos de don Manuel Arciniega Basurto. En los dos casos esa serie está formada por las mismas cinco imágenes.

Desde mucho tiempo atrás, quizá desde los mismos orígenes del pueblo, la Plaza Juárez sirvió para ubicar el mercado o tianguis que se celebraba tradicionalmente los domingos. Por eso mismo este espacio, que originalmente llevó el nombre de Plaza de la Cruz, se llamó posteriormente Plaza del Baratillo, aludiendo con ello seguramente al Baratillo de la Ciudad de México, es de decir, al espacio de la Plaza Mayor destinado al comercio de artículos viejos y usados o de poca calidad que contrastaba con las ricas tiendas del Parián, los "cajones" del Portal de Mercaderes y las fruterías y verdulerías de la Plaza del Volador. La Plaza del Baratillo aculquense cambió de denominación en 1890 para llamarse Plaza Hidalgo, pero este título por alguna extraña razón no prosperó y al cabo terminó por adoptar el nombre de Plaza Juárez, que sigue llevando hoy en día.

No deja de ser curioso que el mercado se ubicara en esta plaza y no en la Plaza Mayor de Aculco, espacio bastante más extenso. Supongo que la propia topografía del pueblo fue la que propició esta situación, ya que como se puede ver en la imagen la Plaza Juárez es llana y nivelada, mientras que la Plaza de la Constitución (nombre que desde 1813 lleva la Plaza Mayor) tiene un acusado desnivel cuya incomodidad se acentuaba por la erosión que provocaba el agua en el suelo de piedra desnuda. El tianguis continuó celebrándose en el lugar por muchas décadas más y con el tiempo se extendió por banquetas, portales y plazas del centro del pueblo. La atinada decisión de construir en 1978 un nuevo mercado a las orillas de Aculco terminó con la tradición, si bien esto benefició el tránsito y la limpieza.

Pero vayamos a la fotografía. La imagen está tomada mirando hacia el poniente y retrata cerca de dos terceras partes de la superficie de la plaza. Por la perspectiva un tanto elevada, se puede concluir que el fotógrafo se apostó muy probablemente en la azotea de la casa de la calle Juárez no 2. Se observa en ella quizá un centenar de personas -hombres, mujeres y niños- y un perro, lo mismo comprando que vendiendo o simplemente "estando", conformando todos una imagen variada con muchos detalles que sólo se van descubriendo poco a poco, con el examen cuidadoso de la escena. La plaza en sí misma aparece como un rectángulo limitado por las bancas (que en el pueblo llamaban "lunetas") y eucaliptos en sus costados norte y sur. El piso estaba formado por un empedrado que formaba veredas perimetrales y otras que se cruzaban al centro formando una estrella. Justo en medio se levantaba un exiguo farolillo. Al fondo se observa el portal de la Casa del Volcán, que antes de la construcción de la fuente que ahora cierra la vista formaba conjunto con esta plaza. A la izquierda asoma a la plaza un balcón de la desaparecida Casa de Ñadó. Por encima de los tejados de la Casa del Volcán se distinguen algunas otras casas del pueblo y, a lo lejos, la silueta del cerro del Tixhiñú. Por la proyección de las sombras se puede intuir que se trata de una soleada mañana -casi el mediodía- de un mes del invierno.

Veanos ahora algunos detalles de la fotografía.

sábado, 30 de junio de 2018

La capilla de la hacienda de Cofradía

Hasta mediados del siglo XX, la hacienda de Cofradía no contó con una capilla propia. Fue hasta los tiempos en que el banquero don Armando Hernández fue su propietario cuando decidió levantar una, a un lado de la calzadita arbolada por la que se accede a la casa principal de la propiedad. Muy probablemente aprovechó para ello parte de los muros de piedra blanca una construcción anterior, quizá una troje de medianas dimensiones.

El edificio tiene planta rectangular de una sola nave, con la cabecera hacia el oriente y la fachada hacia el poniente, disposición tradicional de las iglesias antiguas. El tejado a dos aguas se sostiene en una sencilla armadura de madera que semeja un artesonado de par-hilera con tirantes. La decoración de la nave es sencilla, pero a la vez muy digna: sobre el piso de ladrillos de barro colocados a "espina de pescado" corre un par de hileras de bancos de madera; a las paredes se adosa un guardapolvo de madera casetonada; hay varios cuadros antiguos y modernos de calidad desigual colocados con cierto desorden, así como unas cuantas lámparas más bien anodinas. De algunos de esos cuadros ya he hablado antes y del resto trataré en otra ocasión.

El altar se levanta al fondo de la nave, sin gradas, al mismo nivel que ésta. Lo forma una mesa de madera entablerada, un sagrario dorado, un Cristo de tamaño mediano que resalta a contraluz de un vano con cristal translúcido y unos vasos con flores artificiales.

A los lados del altar se abre un par de puertas también entableradas que dan acceso a la sacristía, que ocupa toda la cabecera del templo. Ahí se pueden ver dos armarios y una cómoda de madera casetonada. También se encuentran varias imágenes religiosas de poca importancia.

La fachada de la capilla está formada por una gran portada de cantera con cerramiento ligeramente curvo. Al lado derecho de ella se encuentra la lápida de piedra con los símbolos de la pasión de Cristo que se ha relacionado con la Batalla de Aculco y de la que ya he hablado antes en este blog. Sobre el muro se yergue una espadaña mixtilínea con una sola campana, adornada con perillones de cantera de aire neoclásico y una cruz en el remate. A la fachada se adosa un pequeño pórtico de teja que semeja una continuación de la cubierta del interior -a nivel un poco más bajo- y se apoya en su extremo en un par de pilarcitos de cantera con basa y capitel, colocados sobre sendos muretes perpendiculares a ella.

Pese a que se trata de una construcción relativamente moderna, en esta capilla se advierte la intención de su constructor por integrarla a la arquitectura de Aculco, lo mismo a través de sus materiales -piedra blanca, cantera rosa, ladrillo, madera y teja- que en sus formas -cubierta a dos aguas, espadaña semejante a la de la capilla de la hacienda de Arroyozarco, puertas casetonadas. Resulta así un bello ejemplo de sencilla arquitectura regionalista del que se pueden derivar muchas buenas lecciones para quienes buscan contribuir a la conservación dela imagen tradicional de Aculco.

lunes, 11 de junio de 2018

El refectorio del convento

En los antiguos conventos el refectorio tenía especial importancia, no sólo por su carácter de comedor de la comunidad religiosa, sino como espacio en que los frailes "alimentaban" también el alma con lecturas edificantes que uno de los religiosos hacía desde una tribuna, especie de púlpito adosado al muro. Arquitectónicamente se trataba de un salón que rivalizaba en tamaño con la sala de profundis y en los conventos novohispanos se localizaba casi invariablemente en la galería del claustro opuesta a donde se levantaba la iglesia.

Justo en ese lugar se encuentra el salón que debió ser el refectorio del convento franciscano de Aculco, es decir, ocupando casi todo el costado sur de la planta baja del claustro. Es un salón alargado, relativamente grande y de poca altura (pues, como todos sabemos, el convento de Aculco se caracteriza por lo pequeño en comparación con otros edificios similares de la misma ápoca), con una entrada y tres ventanas altas y pequeñas por el lado del claustro, dos ventanas con las mismas características y dos puertas en el lado opuesto, y una puertecilla al oriente que por medio de unos peldaños comunica con la escalinata principal del inmueble. El tamaño y ubicación de las puertas y ventanas se explica en buena medida por su uso, ya que los bancos en que se sentaban los frailes se colocaban junto a los muros a todo lo largo del refectorio, como puede apreciarse en esta pintura correspondiente a un convento de monjas carmelitas.

Longitudinalmente el salón está dividido en dos tramos -el mayor al poniente y el menor al oriente- por un arco de piedra muy rebajado que puede o no ser original (hay que recordar que todos los espacios del convento han sido muy alterados a lo largo del tiempo, espcialmente durante los años en que los Agustinos lo acondicionaron como seminario). Con todo, muchos refectorios cuentan con dicha característica y basta ver de nuevo la pintura mostrada arriba para comprobarlo. Al espacio menor se le llamaba anterefectorio, servía de transición entre el claustro y el refectorio, solía contar con un lavamanos y en él se reunía la comunidad antes de pasar al comedor propiamente dicho.

La cubierta del refectorio ya no es la original, que debió ser de terrado, pero tiene un techo de viguería y ladrillo bastante digno que le confiere carácter. No así el piso, formado por deplorables losetas hidráulicas marmoleadas amarillas. Del mobiliario original subsistía hasta hace pocos años una banca que todavía pude fotografiar y que aquí les muestro. Como curiosidad, hay que señalar el fragmento de lápida sepulcral de la década de 1870 que se encuentra en el umbral de la puerta que da al claustro, vestigio del desaparecido cementerio del atrio.